Después de
las elecciones federales del 2018, todo parecía indicar que el sistema de
partidos en nuestro país sufriría una reconfiguración profunda, pues los tres
principales, que durante los 30 años de neoliberalismo dominaron el panorama
político-electoral (PRI, PAN y PRD), tuvieron resultados decepcionantes[1], y fueron ampliamente
superados por una “nueva” formación política, el Movimiento de Regeneración
Nacional[2] (Morena), que obtuvo su
registro como partido político apenas en 2014.
Así también,
la mayoría de Morena y sus aliados en las Cámaras de Diputados (308 de un total
de 500) y de Senadores (69 de 128), indicaban que el “nuevo partido” podría
impulsar sus propuestas de gobierno, al menos en lo que se refiere a leyes
secundarias, sin grandes obstáculos.
A 5 meses de
iniciado el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el panorama
partidario en el país se presenta como un conjunto de agrupaciones sin rumbo,
enfrentadas unas con un pasado que desearían olvidar y que constituye un lastre
que no les permite transitar hacia una nueva etapa; un partido mayoritario, que
está en proceso de construcción y que se debate entre un apoyo irrestricto a la
agenda marcada por el presidente de la República, los intereses de los grupos
provenientes de distintos partidos y organizaciones sociales que le han dado
origen y la estructura política y económica prevaleciente que obstaculiza
cualquier cambio de fondo proveniente de los recientes triunfadores de las
elecciones federales; más un grupo de pequeños partidos, que representan las ambiciones
de políticos y grupos de interés, que se alían con los partidos grandes, con
objeto de obtener mayor presencia y rentabilidad política.
Así, el PRI
que pasó de su etapa de partido hegemónico a una de alternancia (2000), y que
desde 1988 se convirtió en el campeón de las políticas neoliberales, dejando en
el pasado el nacionalismo revolucionario, apostó todo su capital político en
2018 a seguir con ese mismo apego a la ortodoxia neoliberal y a las reformas
estructurales que los organismos financieros internacionales le dictaron al
país.
El resultado
fue desastroso, pues la mayoría de la población no ha obtenido ningún beneficio
de esas políticas; por el contrario, en estos 30 años se profundizó la
desigualdad económica, se mantuvieron los mismos niveles de pobreza; y
aumentaron exponencialmente la violencia, la inseguridad, la corrupción y la
impunidad.
A todo ello
se sumó la arrogancia y desprecio de la “clase política” hacia la mayoría de la
población, y el mantenimiento del servilismo de esa misma clase hacia la
potencia hegemónica, Estados Unidos.
Ante el
claro rechazo de la mayoría de la población a ese esquema, el PRI se debate
ahora entre mantener su compromiso con el neoliberalismo y la dependencia hacia
Estados Unidos; recuperar en alguna medida el despreciado nacionalismo
revolucionario, es decir el rescate del Estado de Bienestar, la intervención
del Estado como rector de la economía y los principios tradicionales de la
política exterior mexicana, o pretender navegar entre esas dos aguas, en una
especie de esquizofrenia política, que sólo añadirá más confusión entre sus disminuidas
bases sociales; y entre sus liderazgos regionales.
Si opta por
mantener su apego al neoliberalismo, se seguirá constriñendo a un sector de
clases medias y altas, alejándose cada vez más de las grandes masas, que de esa
forma se sentirán atraídas al gobierno de López Obrador, que al menos en el
discurso, está rescatando buena parte del nacionalismo revolucionario que fue
característico del PRI durante la mayor parte del siglo XX.
Esto es lo
que está en juego, o al menos lo que debería estar en juego en la próxima
renovación de la dirigencia de este partido; pero bien puede resultar que los
diferentes grupos que se disputarán la presidencia del PRI (Moreno, Narro,
Osorio, Ruiz, etc.), sólo estén buscando hacerse de la franquicia partidista
para explotarla en su beneficio, hasta donde dé la muy desprestigiada marca PRI,
y para negociar con el gobierno de AMLO apoyos parlamentarios a cambio de
dádivas y concesiones políticas y económicas, con lo que estarían condenando a
este instituto político a su rápida extinción.
Por lo que
se refiere al PAN, la división interna que ocasionó la candidatura presidencial
de Ricardo Anaya, con la salida del partido del ex presidente Felipe Calderón,
que ahora está tratando de formar un nuevo partido político; una dirigencia
débil (Marko Cortés), que depende de la buena voluntad de los gobernadores
panistas, y al menos dos de ellos que a pesar de que no han demostrado nada
relevante en sus gestiones en Chihuahua y Guanajuato (Corral y Rodríguez), ya
están en campaña para lograr la candidatura presidencial para 2024, mantienen a
este partido con una base social estable (clase media), pero cada vez más
disputada por otros partidos; y al mismo tiempo, anclados en el apoyo absoluto
al neoliberalismo, a mantener la subordinación a los Estados Unidos (ahí está
el caso venezolano), y a presentarse como la opción abiertamente de derecha, frente
al gobierno que denominan de “izquierda” de López Obrador.
Al menos
ideológicamente, el PAN tiene claro que está bien plantado en la derecha, y
espera que como sucedió en Brasil, Argentina, etc. el gobierno “populista” de
López Obrador, sea sucedido en la próxima elección presidencial por la derecha,
debido a políticas públicas deficientes, a la presión internacional (de Estados
Unidos principalmente) y a la oposición decidida de la derecha política (o sea
ellos), de los medios de comunicación y de los oligarcas.
Pero
mientras tanto, debe remar contra corriente, con pocos y dispersos liderazgos;
con poco o nada que presumir de su pasado como gobierno; incluso, los dos ex
presidentes de la República de dicho partido haciendo política fuera del mismo;
y uno de ellos, Calderón, intentando atraer a la base social panista hacia su
nueva formación política.
De ahí que
lo que se puede esperar del PAN es oposición permanente a López Obrador;
ortodoxia neoliberal y apego a Estados Unidos, esperando que todo esto le
reditúe en un futuro en un triunfo electoral, pues apuesta al fracaso del
actual gobierno y a que el PAN sea la única opción que tengan los mexicanos
cuando esto ocurra.
Ahora ha
surgido como opción el Movimiento Ciudadano, que con el liderazgo del
gobernador de uno de los estados más importantes del país (Jalisco) es decir
Enrique Alfaro, pretende presentarse como una opción de “centro”; esto es,
entre el neoliberalismo y el “populismo”, sin dejar muy claro como “mezclaría”
políticas de uno y otro signo, pero al menos de momento manteniendo distancia
respecto a la derecha panista y al gobierno de AMLO.
Hasta dónde
le alcance esa indefinición y esa estrategia, está por verse, pues los
resultados que tenga el gobernador en su entidad serán su carta de presentación
para las siguientes elecciones presidenciales.
Como aliados
de Morena están tres partidos que representan los intereses de grupos políticos,
empresariales y hasta religiosos específicos, que por ahora buscan engancharse
con el “carro ganador”, dando apoyo a sus iniciativas legislativas, a cambio de
ser considerados como parte de la coalición gobernante.
Así, el
Partido del Trabajo manteniendo su posición de izquierda, busca que sus
bastiones tradicionales en el Norte del país (Nuevo León, Chihuahua, Durango,
Zacatecas, Coahuila y Durango) se fortalezcan; poder crecer en algunas otras
entidades del Centro-Norte del país, y mantener el liderazgo histórico del
partido intocado (Alberto Anaya).
El Partido
Verde Ecologista de México, franquicia inicialmente de la familia González, y
que ha sido el receptáculo de juniors
de políticos y empresarios que aprovechan ese espacio para que sus vástagos se
integren a la vida política y consigan puestos de elección popular sin mucha
dificultad; ahora nuevamente se ha unido al partido en el poder (como lo hizo
en su momento con el PRI y el PAN), para seguir viviendo del erario; para que sus
dirigentes y franquiciatarios sigan aprovechando las prerrogativas del partido
y para seguir teniendo cercanía e influencia con el grupo en el poder del
momento (ahí está el caso del ex gobernador de Chiapas y hoy senador, Manuel
Velasco, cercanísimo a López Obrador).
Y por su
parte, el Partido Encuentro Social, vinculado a la iglesia evangélica, a pesar
de no conseguir su registro en las elecciones del 2018, consiguió gran cantidad
de puestos de elección popular, que le permiten tener un peso específico muy
importante en las negociaciones en el Congreso de la Unión; y por lo tanto se
convierte en un aliado indispensable de Morena y del presidente.
Dejamos al
final al partido en el poder, Morena, que fue creado a instancias del propio
López Obrador, con objeto de desvincularse definitivamente del que fue su
partido por 25 años, el PRD, debido a profundas diferencias con las así
llamadas “tribus” que conformaron este partido, especialmente con los llamados “Chuchos”
(Jesús Ortega y Jesús Zambrano).
Desde su fundación
como partido en 2014, Morena recibió a bases perredistas y buena parte de los
dirigentes de mediano y bajo nivel que buscaban ser tomados en cuenta,
escuchados y también considerados para puestos de elección popular, que en el
PRD tenían acaparados las “tribus”.
Así también,
algunas organizaciones sociales y sindicales, que nunca encontraron cabida o
atención en los partidos tradicionales, decidieron apostar políticamente por
Morena (significativamente la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la
Educación).
El liderazgo
de AMLO, como único político conocido nacionalmente que se manifestó
abiertamente contra el neoliberalismo y las políticas impulsadas por los
gobiernos priistas y panistas, le generó una enorme animadversión de las clases
medias y altas, y de los grupos de poder político y económico, pero una gran simpatía
en las masas olvidadas de todo el país.
Finalmente,
después de 30 años de lucha contra los gobiernos neoliberales, y con la bandera
principal de acabar con la corrupción, AMLO pudo superar las barreras de clase,
y una parte relevante de la clase media dejo de temer a esta opción política,
ante el evidente fracaso de los gobiernos neoliberales priistas y panistas.
Así también,
AMLO decidió disminuir su radicalismo y acercarse a ciertas cúpulas
empresariales y grupos de poder político regional, con objeto de forjar
alianzas que le permitieran alejar temores sobre su “izquierdismo” y
presentarse como una opción más moderada de “centro izquierda”.
Todo ello
dio sus frutos con el triunfo electoral del 2018, en el que la figura de AMLO
jaló hacia la victoria al resto de candidatos para el Congreso y en varias
gubernaturas (Ciudad de México, Veracruz, Chiapas, Morelos).
Sin embargo,
Morena es un conglomerado de grupos, organizaciones, personalidades y
desprendimientos de otros partidos. No está conformado realmente como un
partido político organizado. No quiere parecerse al viejo PRI con sus sectores
(campesino, obrero y popular), y, sin embargo, miembros destacados del partido
como el senador Napoleón Gómez Urrutia organiza una nueva central de
trabajadores que tiene el objetivo de apoyar las políticas del gobierno de
AMLO.
La
dirigencia de Morena será renovada este año, pero los mecanismos para la
elección de dirigentes y candidatos se han centrado en la decisión de AMLO y en
el mejor de los casos, de los grupos o personalidades cercanas a él, pues se han
presentado las designaciones a través de supuestas “encuestas de opinión”, que
no convencen a nadie y que nadie en el partido considera representativas, pero
que aceptan, pues el verdadero dueño del partido, ha utilizado ese canal para hacer
valer su decisión.
Así también,
la llegada al poder de Morena ha generado un éxodo de militantes y dirigentes
de otros partidos para sumarse a esta formación, sin haber tenido antes ningún
compromiso o alianza con AMLO o con Morena; y han sido aceptados con tal de
vaciar a los oponentes y de supuestamente “fortalecer” la militancia y los
cuadros partidarios.
Así, Morena
es un conjunto amorfo de grupos, personalidades y organizaciones, que más que
estar convencidos de los postulados del partido, buscan mantenerse cerca del
poder, para defender sus muy particulares intereses.
Además, el pragmatismo
de AMLO tratando de no asustar a los inversionistas nacionales e
internacionales; de no cambiar en su esencia la ortodoxia económica neoliberal,
ni de hacer enojar al actual gobierno de Estados Unidos (que de todas formas
mantiene una presión continua en diferentes rubros, sobre el gobierno
mexicano), está llevando a una contradicción al partido en el poder.
Por un lado,
AMLO y Morena llegan al poder subidos en la ola antineoliberal con el
compromiso de cambiar esas políticas y de alejarse al menos, sino incluso de desalojar
por completo, a los beneficiarios de ese modelo económico.
Por otro
lado, de hacerlo así, México sería considerado una “nueva Venezuela”, y si ya
de por sí varias políticas de AMLO han sido criticadas y castigadas en los
mercados (cancelación del aeropuerto en Texcoco; salvamento de Pemex; construcción
de una nueva refinería, entre otras), el profundizar en políticas antineoliberales
llevaría a su gobierno a un permanente enfrentamiento con Estados Unidos, los
oligarcas nacionales y los organismos financieros internacionales.
Por ello,
ahora Morena, que para todo efecto práctico significa la cúpula gubernamental
(de hecho un reducido número de cercanísimos colaboradores de AMLO, los líderes
del Congreso y sus nuevos aliados empresariales), se debate entre mantener una política
económica que mantenga la ortodoxia neoliberal, pero disfrazándola con una
política social muy comprometida con los menos favorecidos, que requiere
financiarse de los recortes gubernamentales, y por lo tanto afecta el
funcionamiento del aparato burocrático; o hacer valer en los hechos sus
compromisos de orientar las políticas públicas para sacar de la pobreza a la
mayoría de la población, eliminar la corrupción, la impunidad y disminuir
significativamente la violencia y la inseguridad.
AMLO y lo
que sea Morena (partido, alianza de intereses o una cúpula de dirigentes),
tendrán que empezar a aterrizar pronto su propuesta de país, que implicara
costos, ganadores y perdedores; y sobre todo, el alejamiento de compromisos con
grupos, organizaciones y sectores, a los que tendrá que convencer o en su caso
contener, cuando las promesas que les hizo no las pueda cumplir. ¿Quiénes serán,
los campesinos, los obreros, los profesionistas, los pequeños y medianos
empresarios, los grandes inversionistas nacionales e internacionales, el gobierno
de los Estados Unidos, los organismos financieros internacionales?
No va a
poder quedar bien con todos, y si lo que se pretende es dar algo a cada quien,
lo más probable es que todos queden inconformes. Un completo compromiso con el
neoliberalismo, como lo hicieron PRI y PAN llevaría al alejamiento del gobierno
de AMLO y de Morena de sus amplias bases populares; unas cuantas políticas
sociales asistencialistas no van a sacar de la pobreza a la mayoría de la
población, aunque les dé un respiro; y un alejamiento de la ortodoxia
neoliberal, llevará al gobierno y a su partido a una permanente confrontación
interna e internacional con los beneficiarios de este modelo.
Morena por
el momento, es solo una caja de resonancia del gobierno de AMLO, pero en algún
momento tendrá que convertirse también en el representante de los grupos y
organizaciones que se han adherido a este partido, y que pretenderán influir
desde el mismo en las políticas gubernamentales. De no encontrar respuesta a
sus demandas desde Morena, entonces buscarán hacerlo por fuera del partido, y
ello llevará a su inevitable debilitamiento, especialmente hacia el final del
sexenio, cuando los grupos se dividen en el apoyo a diferentes precandidatos.
Por ahora,
el liderazgo de AMLO y el poco tiempo que lleva el gobierno, mantienen cierta
unidad partidaria. Pero si la contradicción en las políticas gubernamentales (neoliberales
y “populistas”) se hace cada vez más evidente, ello tendrá sus repercusiones en
el entramado de intereses que conforman a Morena y eventualmente puede llevar a
desprendimientos y disputas abiertas, especialmente cuando llegue la definición
de la candidatura presidencial.
Por ahora el
panorama partidario en México se advierte confuso, sin rumbo y con
organizaciones que están buscando definir no sólo sus respectivas dirigencias,
sino una ideología y un camino definidos que les permitan ofrecer a la
ciudadanía y a los grupos de poder económico, opciones claras que den respuesta
a sus intereses y demandas.
[1]
En la elección presidencial la coalición Juntos Haremos Historia (Morena-PT-PES)
obtuvo 53% de los votos; la coalición Por México al Frente (PAN-PRD-MC) 22.1%;
y la coalición Todos por México (PRI-PVEM-PANAL) 15.7%.
[2]
Creado originalmente como asociación civil en 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario