Estados
Unidos, la “anglósfera”[1] y la Unión Europea,
intentan demostrar que se mantienen unidos en un solo bloque hegemónico, ante los
desafíos, económico de China y político-militar de Rusia, para lo cual
instrumentaron una estrategia para dividir a ambas potencias nucleares.
Por un lado,
el atentado de “falsa bandera” realizado por los servicios de inteligencia
británicos (MI5) contra el ex espía ruso Skripal y su hija, ha servido como el
pretexto para culpar a Rusia de realizar un “ataque químico” en suelo europeo (sin
la realización de una investigación apropiada por parte de la Organización para
la Prohibición de las Armas Químicas; OPCW por sus siglas en inglés, que por
procedimiento debería incluir al Estado acusado, en este caso Rusia, pero no lo
ha hecho así) y con objeto de presionar a todos los miembros de la OTAN para
que expulsaran, aunque fuera a un diplomático ruso, por este motivo.
La realidad
es que la política exterior de Estados Unidos, poniendo en entre dicho la
globalización económica, presionando a los miembros de la OTAN para que
dediquen más recursos financieros a la organización; retirándose del Acuerdo de
París sobre Cambio Climático y del Transpacífico en materia comercial;
estableciendo aranceles al acero y aluminio importado; y a productos chinos por
hasta 60 mil millones de dólares; ha generado molestia, inquietud y hasta
deseos de una mayor independencia dentro del bloque de países occidentales,
tradicionalmente aliados de Washington.
De ahí que
se requería algún evento mayor que pudiera generar el “pegamento” que requiere
Occidente para seguir comprometido con el modelo económico prevaleciente
(globalización neoliberal) y de seguridad (OTAN y Estados Unidos como “policía
del mundo”).
De la misma
forma, Gran Bretaña se está enfrentando a una salida de la Unión Europea más
accidentada de lo que esperaba, y ello ha dado la posibilidad para que París y
Berlín establezcan una ruta más apegada a sus intereses comerciales (incluidos
en ellos, acercamientos con China, Rusia e Irán), y menos con la “anglósfera” y
con las prioridades de Israel y Arabia Saudita en el Medio Oriente, países que
tienen una influencia decisiva en el establecimiento político-militar de Washington,
en lo que respecta a esa región.
Así que la “amenaza
rusa” ha sido elevada a un punto menos que el rompimiento diplomático, con
objeto de alinear nuevamente a todo “Occidente” en la confrontación de las dos
amenazas que el establecimiento político-militar de Washington, dominado por
los neoconservadores y el lobby pro Israel y pro Arabia (éste último jugando ahora
como cabús del israelí), ha identificado a su hegemonía mundial y en el Medio
Oriente: Rusia e Irán.
Obligados
por presiones de Washington y Londres, la mayoría de los países de la OTAN y de
la “anglósfera” están aplicando nuevas sanciones a Rusia con objeto de aislarla
lo más que se pueda de la comunidad internacional, y de esa forma recuperar el
terreno perdido en zonas en donde Moscú evitó que el Occidente mantuviera su
estrategia de acorralamiento (Ucrania) y de balcanización (Siria).
Llama la
atención que Estados Unidos no presione a Israel para que aplique sanciones a
Rusia o expulse a sus diplomáticos, ni por la anexión de Crimea, ni por el caso
Skripal, tomando en cuenta que siempre afirman que Tel Aviv es el mejor aliado
de Washington en el mundo.
Más bien es
el amo de Washington, pues si a Netanyahu y a su gobierno no les conviene
enemistarse con Rusia, por la importante presencia de esta potencia en Siria y
el peligro que para las fuerzas armadas israelíes implicaría mantener un
contencioso con los rusos; entonces Israel queda “exentado” de la obligación
del resto de vasallos estadounidenses de aplicar presión sobre Moscú.
El objetivo
de Washington y Londres con esta estrategia contra Rusia es unificar a Europa y
a otros aliados para mantener acorralados y lo más aislados posible a los
rusos, para así disminuir su capacidad de intervención en Siria, en donde los
neoconservadores y el lobby pro Israel intentan reiniciar las hostilidades contra
Assad, pero ahora utilizando a las fuerzas armadas de Estados Unidos y de ser
posible a las de Francia y Gran Bretaña, para trocar la derrota que sufrieron sus
mercenarios y terroristas, al menos por un nuevo conflicto de larga duración, que evite la consolidación del gobierno de Assad.
Y para
Israel y Arabia Saudita es imperativo aislar y de ser posible llevar a
Occidente a confrontar a Irán, para evitar que se solidifique como una potencia
regional; para lo cual la terminación del acuerdo nuclear firmado con los
países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU (más Alemania) resulta imprescindible.
Toda esta
estrategia de confrontación con Rusia e Irán, no puede cimentarse en tanto se mantenga
el riesgo de guerra con Corea del Norte. De ahí que se esté buscando, casi
desesperadamente, un acuerdo, aunque sea parcial con Kim Jung Un, para disminuir
las presiones en la península coreana.
Y en ese
sentido era imperativo obligar a Beijing para que presionara en el mismo
sentido a Pyongyang, por lo que muy al estilo de Trump coqueteó de nuevo con
Taiwán e impuso aranceles a productos chinos; y más adelante, de lograr el
acuerdo que requiere de Corea del Norte, retirará una parte de dichas tarifas,
con objeto de mantener a China en el terreno de las negociaciones y ocupada con
estos temas; en vez de que se coordine con Rusia para rechazar en conjunto las
presiones de Occidente. Además de qué al mismo tiempo, distrae a Beijing de su
objetivo de impulsar la “Nueva Ruta de la Seda”.
Si
Washington logra disminuir las presiones en la península coreana, entonces podrá
poner su mayor atención y recursos en el tema que más interesa a los
neoconservadores y al lobby pro Israel; es decir, revertir su derrota en Siria
e iniciar un conflicto mayor con Irán; al tiempo que se mantiene a Moscú copado
y presionado con multitud de sanciones y conflictos de todo tipo (hay que
esperar posibles atentados o el inicio de algún conflicto regional que afecte a
los rusos, durante la Copa Mundial de Futbol; pues así lo ha hecho Occidente en
2008 durante los Olímpicos de Beijing, y en 2014 durante los Juegos Olímpicos
de Invierno en Sochi).
Tomemos en
cuenta que en Europa, Moscú ya había logrado avances con varios países, por
ejemplo con Hungría para la construcción de una central nuclear; con Alemania,
para la construcción del gasoducto Nord Stream 2; en los casos de Austria y
Eslovaquia, de plano se negaron a expulsar a diplomáticos rusos, a pesar de la
presión de Londres; y en el caso de Grecia, pidió una investigación exhaustiva
del hecho, antes de aplicar alguna sanción.
De ahí que
para Washington y Londres es de la mayor importancia alargar e incluso escalar
el conflicto con Moscú, con objeto de mantener la “unidad” de Occidente contra
la “amenaza rusa”, en tanto se logra desmantelar el acuerdo nuclear con Irán;
se consigue algún modus vivendi con
el régimen de Kim Jung Un; y se configura una nueva “alianza” anti iraní y anti
siria, que pueda revertir la victoria rusa e iraní en esa región, permitiéndole
nuevamente a Tel Aviv y Riad alzarse como las potencias rectoras del Medio
Oriente.
Por ello
mismo, el establecimiento político-militar en Washington no va a quitar el dedo
del renglón en lo que respecta a la inventada “intervención rusa” en las
elecciones de Estados Unidos (tanto en las de 2016 como en las de 2018); ni dejar
de presionar a Trump para que no ceda en ningún tipo de política o decisión, en
favor de Moscú.