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Zapata

domingo, 24 de diciembre de 2017

NAVIDAD

La noche del 24 de diciembre y todo el día 25 se festeja por parte de la mayoría del cristianismo el nacimiento de Jesús. La Iglesia Ortodoxa festeja el acontecimiento en enero, debido a que esta iglesia sigue el calendario Juliano, mientras el resto de los cristianos siguen el gregoriano, por lo que los ortodoxos celebran el nacimiento de Jesús, 13 días después de la Navidad.
Desgraciadamente estas fechas han sido secuestradas por el mercantilismo occidental, para presentar a la Navidad como la llegada de un tipo gordo, vestido de rojo (en Rusia lo visten de azul; en Francia los vestían de blanco), que llega la noche del 24 a dar regalos a los niños.
Santa Claus, Papa Noel o San Nicolás, surge de un personaje que formaba parte del antiguo mito solar del solsticio de invierno, que se une con la figura de un obispo cristiano, de origen griego, llamado Nicolás, que vivió en el Siglo IV en Anatolia (hoy Turquía).[1]
Nicolás de Bari, que así se llamaba este obispo, ayudaba a los pobres de los valles de Licia y al parecer la leyenda de los juguetes surgió porque en alguna ocasión un hombre con escasos recursos no podía dar dote a sus hijas para casarlas, por lo que Nicolás, secretamente puso monedas de oro en las calcetas de las muchachas que las habían puesto a secar, después de lavarlas.
Esta leyenda se fusiono con otra leyenda pagana, que venía del Imperio Romano, pues en diciembre se celebraban las fiestas en honor de Saturno (en Grecia era a Cronos), ocasión que se aprovechaba para darle regalos a los niños.
Estas dos tradiciones las tomaron los holandeses y llamaron al personaje Sinter Klass, el cual llevaron a la Nueva Amsterdam, que después sería Nueva York.
En el siglo XIX el escritor estadounidense Washington Irving, cambió el nombre a Santa Claus (lo “americanizó”), en su libro “Historia de Nueva York”, lo que dio motivo a que se popularizara la costumbre de que el hombre gordo vestido de rojo diera regalos a los niños en la Noche Buena.
Fueron las empresas comerciales estadounidenses las que se inventaron después el mito de que el viejo gordo vestido de rojo venía del Polo Norte y los duendes le ayudaban a fabricar los regalos.
El asunto es que el capitalismo ha convertido a la Navidad en la compra desenfrenada de regalos, en una cena (opípara para las minorías ricas; cada vez más raquítica para el resto de los cristianos) y en colocar luces en “árboles de Navidad”[2] alejándolo de su origen, es decir la celebración del nacimiento del que el cristianismo considera el Hijo de Dios.
Así también, los especuladores y usureros de Nueva York principalmente, han impulsado una campaña persistente y cada vez más exitosa, para eliminar del vocabulario la famosa frase “Feliz Navidad” (Merry Christmas), y cambiarla por la de “Felices Fiestas” (Happy Holidays), con la clara intención de enterrar definitivamente el origen cristiano de la festividad, y dejarlo únicamente como “fiestas”, para celebrar al viejo gordo vestido de rojo; y también con el pretexto de que al desear “Felices Fiestas” se logra cierta neutralidad hacia los que profesan otras religiones, especialmente los judíos, que vehementemente niegan que Jesús sea el Hijo de Dios.
Así, una fiesta para celebrar, en una religión particular (de 2350 millones de fieles), el nacimiento del fundador de dicha religión, ha sido secuestrado por intereses mercantiles e ideológicos específicos, que no tienen ninguna relación con el acontecimiento original que da lugar a estas festividades.
Y aunque en algunos lugares del mundo se han iniciado movimientos con objeto de recuperar la tradición original, y el mensaje de paz y amor que conlleva, más allá de lo que pueda significar para las jerarquías de las iglesias católica y ortodoxa, la realidad es que la maquinaria publicitaria del capitalismo tiene secuestrada a la Navidad, para impulsar el consumismo y una visión supuestamente “neutral” de estas fechas, con objeto de nulificar el mensaje de fraternidad que conlleva.
Pero igual les deseamos a todos Feliz Navidad y un año 2018 menos desastroso que el actual.



[2] Costumbre del Norte de Europa, por medio del cual se adornaba el “árbol perenne”, para festejar el nacimiento del Sol y a la fertilidad.

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