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Zapata

jueves, 21 de diciembre de 2017

EL VASALLO GOBIERNO MEXICANO SE ABSTIENE EN LA VOTACIÓN DE LA ASAMBLEA GENERAL

Ya no es ninguna sorpresa que el vasallo gobierno mexicano se ponga de tapete ante el de Estados Unidos, y también ante el de Israel, como lo ha venido haciendo desde hace más de una década.
El lacayo Videgaray, que como hemos señalado en este blog, va una vez al mes a Washington a recibir personalmente las instrucciones que debe seguir en materia de política exterior, de seguridad y seguramente en materia comercial (recordemos que Videgaray y el propio Guajardo son los “caballos de Troya”, encargados de que México acepte todas las exigencias estadounidenses en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte), ya había demostrado su subordinación con la expulsión del embajador de Corea del Norte de nuestro país y con su labor de “punta de lanza” contra el gobierno venezolano en la OEA.
Ahora también se inclina ante Israel, como ya lo había hecho antes el gobierno de Peña, cuando la canciller Ruiz Massieu cambió el voto de México de condena a las acciones israelíes contra los palestinos en Jerusalén (que falsamente los sionistas en el mundo señalaron que pretendía “romper los lazos de los judíos con el Muro de los Lamentos”), a la de abstención.
El gobierno mexicano, junto con otros 35 lacayos más[1], se abstuvo de votar en favor de la condena que hicieron 128 países en la Asamblea General de la ONU a la decisión estadounidense de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel, con lo que se confirma el definitivo rechazo de Washington a la posible creación de un Estado Palestino, con su capital en Jerusalén Oriental.
Sólo siete “países” apoyaron a Estados Unidos e Israel, entre ellos Honduras (que así agradece el respaldo estadounidense a las fraudulentas elecciones en las que el presidente Hernández se reeligió, pasando por encima de la prohibición constitucional en ese sentido); y el acorralado gobierno guatemalteco, debido a la serie de acusaciones directas contra el gobierno de Jimmy Morales por la corrupción, por lo que a través de este voto trata de salvar su pellejo, buscando el apoyo israelí y estadounidense.
Así también se demuestra que las amenazas de Trump y de la empleada de Netanyahu, Nikki Haley, a los gobiernos que votaran contra Estados Unidos (se les retiraría la “ayuda” y también se revisarían las aportaciones que hace a la ONU; 22% del presupuesto normal y 28% para los “cascos azules”) dieron resultado, pues varios países “aliados” de Washington o demasiado dependientes de Estados Unidos en Africa y Asia, prefirieron abstenerse o no asistir a la sesión, por temor a las represalias anunciadas.
Patético, triste y desolador panorama internacional, cuando el poder desnudo y duro hace su presencia, ya sin máscaras, ni eufemismos, en él máximo organismo multilateral y se comprueba que el mundo actual ha retrocedido a los días del peor colonialismo y depredación conquistadora de siglos pasados.
Se comprueba también, después de que abiertamente Estados Unidos señalara a Rusia y China como sus enemigos, y que desde su perspectiva pretenden arrebatarle su hegemonía mundial (eso es lo que sin ambages dice la Estrategia de Seguridad Nacional dada a conocer por Trump); que estamos en un período sumamente peligroso de la historia mundial, pues la potencia que ha dominado al mundo el último siglo, se siente “amenazada” por el surgimiento de una potencia económica equivalente (China), y el resurgimiento político-militar de una potencia con la capacidad para enfrentarse a ella en el terreno de las armas (Rusia).
La lenta e inexorable decadencia estadounidense (por más que la quieran disfrazar o negar en ese país), que bien puede durar décadas; representa una amenaza directa a la paz mundial, pues los dirigentes políticos y económicos de ese país, harán todo lo que crean necesario (incluida una III Guerra Mundial), para detener ese proceso.
Mientras tanto, Israel y sus poderosos subordinados en Estados Unidos (el Congreso, los medios de comunicación, Wall Street, el aparato de inteligencia y seguridad y el complejo militar- industrial), están más que satisfechos con todo lo que han obtenido de su marioneta, Donald Trump; y de todo lo que obtendrán de él en el futuro inmediato, como la guerra que iniciarán contra Irán el próximo año, sin que Israel tenga que gastar un solo dólar o poner en riesgo un solo soldado, pues Estados Unidos y los lacayos gobiernos de Arabia Saudita, Egipto, Jordania, Emiratos Arabes Unidos, Bahréin y Kuwait, serán los que financien y pongan los soldados para agredir a Irán; sin importar que la guerra se gane o no, pues de lo que se trata es de destruir a ese país con una nueva conflagración, como la que instigaron en su momento entre Irak e Irán en los años ochenta del siglo pasado.
Pues bien, ahora México es parte de esta coalición de países vasallos de Washington y de Tel Aviv, que están dispuestos a apoyar toda la desestabilización, el caos y las guerras que sean necesarias, para que Israel siga con su plan hegemónico en el Medio Oriente; esto es, expulsar a todos los palestinos y a los árabe-israelíes hacia Jordania, Siria, Egipto y Líbano; destruir al régimen de Teherán e intentar de nuevo, derrocar a Bashar el Assad en Siria; mantenerse como la principal potencia militar de la región y la única poseedora de armas nucleares; y romper definitivamente la que llaman la “creciente chií”, que va de Irán a Líbano.
Para los aliados israelíes en Estados Unidos lo más importante es destruir al régimen de Vladimir Putin en Rusia (que detuvo el plan del “caos deliberado” de Tel Aviv en el Medio Oriente); sumir a China en una gran crisis económica y política, para que ya no desarrolle su iniciativa de la nueva “Ruta de la Seda”; y destruir a los regímenes opuestos a la hegemonía estadounidense en todo el planeta, empezando por los de Corea del Norte, Irán y Venezuela.
Tendrán que ser Rusia y China en alianza los que detengan, o al menos  intenten detener este demencial plan de las arrogantes élites estadounidenses e israelíes, que se sienten con el derecho no sólo de dominar al mundo, sino incluso de llevarlo a su destrucción, en caso de no poder lograr sus objetivos.



[1] Otros 21 gobiernos decidieron no asistir a la sesión.

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