Ya no es ninguna sorpresa que el vasallo gobierno mexicano se
ponga de tapete ante el de Estados Unidos, y también ante el de Israel, como lo
ha venido haciendo desde hace más de una década.
El lacayo Videgaray, que como hemos señalado en este blog, va
una vez al mes a Washington a recibir personalmente las instrucciones que debe
seguir en materia de política exterior, de seguridad y seguramente en materia
comercial (recordemos que Videgaray y el propio Guajardo son los “caballos de
Troya”, encargados de que México acepte todas las exigencias estadounidenses en
la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte), ya había
demostrado su subordinación con la expulsión del embajador de Corea del Norte
de nuestro país y con su labor de “punta de lanza” contra el gobierno
venezolano en la OEA.
Ahora también se inclina ante Israel, como ya lo había hecho
antes el gobierno de Peña, cuando la canciller Ruiz Massieu cambió el voto de
México de condena a las acciones israelíes contra los palestinos en Jerusalén
(que falsamente los sionistas en el mundo señalaron que pretendía “romper los
lazos de los judíos con el Muro de los Lamentos”), a la de abstención.
El gobierno mexicano, junto con otros 35 lacayos más[1],
se abstuvo de votar en favor de la condena que hicieron 128 países en la
Asamblea General de la ONU a la decisión estadounidense de reconocer a Jerusalén
como la capital de Israel, con lo que se confirma el definitivo rechazo de
Washington a la posible creación de un Estado Palestino, con su capital en
Jerusalén Oriental.
Sólo siete “países” apoyaron a Estados Unidos e Israel, entre
ellos Honduras (que así agradece el respaldo estadounidense a las fraudulentas
elecciones en las que el presidente Hernández se reeligió, pasando por encima
de la prohibición constitucional en ese sentido); y el acorralado gobierno guatemalteco,
debido a la serie de acusaciones directas contra el gobierno de Jimmy Morales
por la corrupción, por lo que a través de este voto trata de salvar su pellejo,
buscando el apoyo israelí y estadounidense.
Así también se demuestra que las amenazas de Trump y de la
empleada de Netanyahu, Nikki Haley, a los gobiernos que votaran contra Estados
Unidos (se les retiraría la “ayuda” y también se revisarían las aportaciones
que hace a la ONU; 22% del presupuesto normal y 28% para los “cascos azules”)
dieron resultado, pues varios países “aliados” de Washington o demasiado
dependientes de Estados Unidos en Africa y Asia, prefirieron abstenerse o no
asistir a la sesión, por temor a las represalias anunciadas.
Patético, triste y desolador panorama internacional, cuando el
poder desnudo y duro hace su presencia, ya sin máscaras, ni eufemismos, en él
máximo organismo multilateral y se comprueba que el mundo actual ha retrocedido
a los días del peor colonialismo y depredación conquistadora de siglos pasados.
Se comprueba también, después de que abiertamente Estados
Unidos señalara a Rusia y China como sus enemigos, y que desde su perspectiva pretenden
arrebatarle su hegemonía mundial (eso es lo que sin ambages dice la Estrategia
de Seguridad Nacional dada a conocer por Trump); que estamos en un período
sumamente peligroso de la historia mundial, pues la potencia que ha dominado al
mundo el último siglo, se siente “amenazada” por el surgimiento de una potencia
económica equivalente (China), y el resurgimiento político-militar de una
potencia con la capacidad para enfrentarse a ella en el terreno de las armas
(Rusia).
La lenta e inexorable decadencia estadounidense (por más que
la quieran disfrazar o negar en ese país), que bien puede durar décadas; representa
una amenaza directa a la paz mundial, pues los dirigentes políticos y
económicos de ese país, harán todo lo que crean necesario (incluida una III
Guerra Mundial), para detener ese proceso.
Mientras tanto, Israel y sus poderosos subordinados en
Estados Unidos (el Congreso, los medios de comunicación, Wall Street, el
aparato de inteligencia y seguridad y el complejo militar- industrial), están
más que satisfechos con todo lo que han obtenido de su marioneta, Donald Trump;
y de todo lo que obtendrán de él en el futuro inmediato, como la guerra que
iniciarán contra Irán el próximo año, sin que Israel tenga que gastar un solo dólar
o poner en riesgo un solo soldado, pues Estados Unidos y los lacayos gobiernos
de Arabia Saudita, Egipto, Jordania, Emiratos Arabes Unidos, Bahréin y Kuwait,
serán los que financien y pongan los soldados para agredir a Irán; sin importar
que la guerra se gane o no, pues de lo que se trata es de destruir a ese país
con una nueva conflagración, como la que instigaron en su momento entre Irak e
Irán en los años ochenta del siglo pasado.
Pues bien, ahora México es parte de esta coalición de países vasallos
de Washington y de Tel Aviv, que están dispuestos a apoyar toda la
desestabilización, el caos y las guerras que sean necesarias, para que Israel
siga con su plan hegemónico en el Medio Oriente; esto es, expulsar a todos los
palestinos y a los árabe-israelíes hacia Jordania, Siria, Egipto y Líbano;
destruir al régimen de Teherán e intentar de nuevo, derrocar a Bashar el Assad
en Siria; mantenerse como la principal potencia militar de la región y la única
poseedora de armas nucleares; y romper definitivamente la que llaman la “creciente
chií”, que va de Irán a Líbano.
Para los aliados israelíes en Estados Unidos lo más
importante es destruir al régimen de Vladimir Putin en Rusia (que detuvo el plan
del “caos deliberado” de Tel Aviv en el Medio Oriente); sumir a China en una
gran crisis económica y política, para que ya no desarrolle su iniciativa de la
nueva “Ruta de la Seda”; y destruir a los regímenes opuestos a la hegemonía
estadounidense en todo el planeta, empezando por los de Corea del Norte, Irán y
Venezuela.
Tendrán que ser Rusia y China en alianza los que detengan, o
al menos intenten detener este demencial
plan de las arrogantes élites estadounidenses e israelíes, que se sienten con
el derecho no sólo de dominar al mundo, sino incluso de llevarlo a su
destrucción, en caso de no poder lograr sus objetivos.
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