La insurgencia plutocrática y la LSI
Carlos Fazio
La Jornada 31 de Diciembre de 2017
En 2011, Robert J. Bunker señaló que “la insurgencia plutocrática
(…) involucra a las élites globales y carece de los rasgos tradicionales de una
insurgencia; es decir, la lucha armada. Es la contraparte del
concepto insurgencia criminal, desarrollado inicialmente por John Sullivan
con dedicatoria a México. Sin embargo, en vez de estar basada en economías
ilícitas y de naturaleza ascendente, de abajo hacia arriba (bottom up),
deriva de economías libres de cualquier soberanía (sovereign free),
y es de naturaleza descendente, de arriba hacia abajo (top down).”
Según Bunker, profesor del Instituto de
Investigaciones Estratégicas del Colegio de Guerra del Ejército de Estados
Unidos, los ganadores de la globalización−representados por las
corporaciones multinacionales y la clase capitalista trasnacional− buscan
retirarse de la autoridad reguladora, fiscal, y –en última instancia− política
de los Estados (mientras utilizan a sus instrumentos coercitivos por
excelencia: las fuerzas armadas, policiales y de espionaje, así como a los
poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial para transformarlo e
instrumentalizarlo en su favor).
El mecanismo utilizado para ello es promover una
economía allende la soberanía del Estado nación (extra-sovereign) usando
paraísos fiscales foráneos; jugando a poner a los países unos contra otros para
maximizar utilidades; convirtiéndose en ciudadanos no residentes con la
finalidad de no pagar impuestos, y empleando a una bandada de abogados y
cabilderos dentro de los Estados para obtener privilegios especiales y
ventajosas consideraciones económicas.
A su vez, como señala Nils Gilman, una de las
tendencias globales más importantes de las últimas décadas ha sido la
proclividad de las élites acaudaladas a enquistarse en enclaves amurallados.
Para ellas, la función primaria de la sociedad es servir como fuente de mano de
obra barata, servil; como un recurso a ser explotado.
Por otra parte, las comunidades amuralladas son una
pauta más extensa de los enclaves económicos extraídos del Estado nacional y
habilitados para jugar acorde con un conjunto de reglas fundamentalmente
distintas de aquellas imperantes en un territorio circundante. Por sí mismas,
añade Gilman, esas comunidades amuralladas no equivalen a una insurgencia
plutocrática; pero éstas emergen donde quiera que uno ve a las élites
financieras y económicas utilizando tales enclaves como base estratégica a
partir de la cual librar la guerra en contra de los bienes públicos.
Ése es el atributo definitorio político-económico
de una insurgencia plutocrática: el intento por parte de los ricos para dejar
sin fondos el aprovisionamiento de bienes públicos con el propósito
de dejar sin dientesa un Estado que amenaza sus prerrogativas, pero al que
utilizan como instrumento policiaco-securitario en defensa de sus intereses.
A diferencia de la cleptocracia, que involucra a
las instituciones del Estado para saquear a la población, la insurgencia
plutocrática desea crear un Estado a modo para facilitar la desposesión o el
despojo generalizados (utilizando incluso la guerra híbrida). Aunque en la
práctica, ambas modalidades pueden entremezclarse.
No existe en la actualidad autoridad soberana capaz
de hacer frente a la insurgencia plutocrática, consecuencia no intencionada del
capitalismo depredador y criminal, que resulta en crecientes desigualdades
económicas en los Estados occidentales. Una insurgencia que durante los últimos
11 años se disfrazó de guerra a las drogas en México, con el salto conocido, y
que en su nueva fase podría utilizar legalmente a las fuerzas del
orden para suprimir protestas y manifestaciones antiplutocráticas.
En ese contexto, conviene tomar en cuenta las
declaraciones de Joseph Mark Mobius, un germano-estadunidense radicado en
Singapur y presidente ejecutivo de Templeton Emerging Markets Group −una
división de Franklin Templeton Investment, el mayor fondo de inversión del
mundo para mercados emergentes, México incluido− en el sentido de que “el mejor
momento para comprar es cuando hay sangre en las calles (…) incluso si es tu
propia sangre”, porque usualmente, cuando hay guerra, revolución o problemas
políticos y económicos, los precios de los valores bursátiles bajan, y esa
gente, que compró cuando aquellos habían tocado fondo, ganó mucho dinero.
Como otra faceta del mismo fenómeno, Emir Sader dice
que los gobiernos de derecha, todos neoliberales, se dedican a cuidar a
los ricos. Ya no les basta ser ricos, tienen que ser cuidados para que no
abandonen (totalmente) sus países por algún paraíso fiscal en las Islas
Vírgenes, Panamá, Luxemburgo, Nevada o Delaware (en EU), o alguna de las 30
empresas fantasmas del Barclays Bank de Londres.
México no es la excepción: los intereses de la
plutocracia local también deben ser cuidados en sus antiguos y nuevos enclaves
económicos hidrocarburíficos, eléctricos, mineros, agroindustriales y
maquiladores, incluidos los que irrumpirán en breve en las Zonas Económicas
Exclusivas (ZEE) del sur-sureste del país.
Con el añadido de que a los cuidadores de la
plutocracia también hay que cuidarlos. A eso responde la Ley de Seguridad
Interior (LSI) de Enrique Peña Nieto, quien pasará a la historia como el autor
intelectual de un esperpento jurídico diseñado bajo presión de los mandos de
las secretarías de Defensa y Marina por algunos leguleyos civiles y militares
del régimen.
Porque por más que ahora Peña Nieto pretenda
utilizar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación como condón, tapadera y
cómplice de su torpe y anticonstitucional iniciativa, sobre él recaerá la
responsabilidad histórica del nuevo paradigma punitivo del Estado que
regulariza el estado de excepción y supedita a las autoridades civiles a mandos
militares por tiempo indefinido y sin la obligación de éstos de rendir cuentas
a nadie.
Toda decisión de seguridad integrará
institucionalmente a las fuerzas armadas en el proceso informativo,
deliberativo y ejecutivo. Como afirma la propia ley, el papel de los militares
no será el de suplantar a la policía, sino resolver problemas de seguridad
interior en términos militares. Visto así, la LSI es un extraordinario éxito
desde la óptica plutocrática y de sus fondos de inversión. Expandir la
aplicación de lógicas de guerra como instrumento preponderante de gobierno
derivará en una mayor perpetración de crímenes de lesa humanidad. Con ello,
Peña habrá cerrado el trágico ciclo de absolutismo, violencia estatal,
corrupción, simulación e impunidad impuesto por Felipe Calderón desde 2006.