La ola populista latinoamericana
José Blanco
La Jornada 18 de Julio de 2017
Las olas crecen gradualmente,pueden ser de tamaño impresionante,
alcanzan un culmen y después se desvanecen. Tras una ola sigue otra. La ola
social de la que hablaremos no tiene la regularidad del mar. Pero en el
presente y el futuro previsible es probable que tengamos nuevas olas sociopolíticas
nacional populares (o populistas); las experiencias vividas no se mueren, no
podrá haber una simple restauración al régimen neoliberal anterior.
La ola populista latinoamericana duró
algo más de una década. No se ha desvanecido absolutamente, pero el futuro
inmediato parece oscuro. Como era de esperarse muchos analistas ya la dieron
por muerta e inhumada. Mis eventuales lectores saben que, a la par de ya
numerosos analistas, en este espacio se ha hablado positivamente del populismo,
reivindicándolo absolutamente.
Los muchos, de muchos colores, que han
festejado el desvanecimiento de la ola, han formulado un veredicto que piensan
definitivo: como era de esperarse, la izquierda ha fracasado; sus
abundantes yerros en materia de política económica, los ha llevado al
precipicio. Esa es una síntesis más o menos ajustada, aunque suavizada, de la
lluvia de piltrafa envenenada lanzada por el neoliberalismo de diversas
tonalidades, contra quienes mostraron que sí es posible esquivar a los poderes
internacionales dominantes.
La ola tuvo una corta vida turbulenta,
pero fue potente y sus logros no fueron pocos: 70 millones de latinoamericanos
salieron de la pobreza…, se dice pronto. En el estudio que conjuntamente
elaboraron la Cepal y la OCDE, titulado Perspectivas Económicas de
América Latina 2012, se dice: Pese a la gran diferencia en la dinámica
económica entre América del Sur, por un lado, y Centroamérica, México y el
Caribe, por otro, en conjunto la sostenida demanda externa (especialmente de
economías emergentes, como China), en combinación con vigorosas demandas
internas, han permitido que la región alcance un crecimiento anual promedio de
casi 5 por ciento en el periodo 2003-2008. Este buen desempeño fue también
inducido por una adecuada gestión macroeconómica que, en muchos casos, creó el
espacio fiscal para afrontar los efectos de la crisis financiera global, sin
poner en peligro la solvencia fiscal. Ese estudio, resultado del esfuerzo
unificado de dos instituciones incapaces de incurrir en derivas izquierdistas,
desmiente categóricamente los arteros ataques provenientes de la derecha
neoliberal que domina al mundo, según la cual los populismos latinoamericanos
eran de suyo ignorantes de la globalización, del manejo equilibrado de la
macroeconomía, de la prudencia en sus cuentas con el exterior. En general, con
excepción de México y el Caribe, América del Sur, durante la década aludida, se
orientó por el neoestructuralismo elaborado por la Cepal y los pensadores
afines o cercanos a esta corriente de pensamiento latinoamericano. México ha
permanecido fidelísimo al Consenso de Washington; pero hay novedades en
curso...
Ahora los populismos latinoamericanos
han ido atrás en términos económicos y políticos, pero ha quedado una
experiencia política que será asimilada con el tiempo. Los regímenes que
surgieron apoyados en movimientos populares, no transformaron al Estado, no
innovaron mayormente en materia institucional, prácticamente no avanzaron en
transformar el modelo productivo y, así, no era posible dar continuidad a las
experiencias vividas. Veremos que ocurre con el caso de Ecuador.
El culmen de la ola fue de 2003 a 2012,
aunque la primera elección de Hugo Chávez fue en 1998. Siguieron Lula en 2003;
Ernesto Kirchner en 2003; Evo Morales, elegido por primera vez en 2005;
Cristina Kirchner en 2007; Rafael Correa en 2007. Dejo fuera de esta lista a
Daniel Ortega y su extravagante costilla.
El socialismo del siglo
XXI es un término acuñado por Heinz Dieterich Steffan que fue difundido
por Hugo Chávez en el Foro Social Mundial de 2005, e inmediatamente apropiado
por los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Desde el ángulo
del concepto de populismo que aquí hemos esbozado someramente, los regímenes
referidos fueron experiencias diversas de populismo.
De otra parte, también es claro que
fueron experiencias distintas. Fueron propiciadas por las brutales injusticias
sociales, la pobreza profunda, el hartazgo con unos gobiernos que sólo sabían
recitar el Consenso de Washington, el que aumentaba sin cesar las desigualdades
más inicuas, que acabaron con las instituciones que intentaron en el pasado
mejorar la vida de los de abajo, que han vivido inmersos en un mar
corrupto. Los movimientos sociales se multiplicaban, y aparecieron los líderes
carismáticos que, apoyados en el inicio del ciclo de los altos precios de los
bienes primarios en general, estuvieron en capacidad de usar la vía electoral
para hacerse de las instituciones mediante partidos políticos en algunos casos
creados al vapor, expresamente organizados para ganar elecciones.
Los líderes populistas prometieron nada
menos que la ¡refundación de sus naciones!; así querían volar. Repudiaron el
neoliberalismo, promovieron la unidad latinoamericana sin injerencias del
imperio y buscaron establecer modelos superiores de democracia incluyente
basados en la participación popular y en una equidad creciente.
Con la crisis de 2007/2008, y la caída
de los precios de los bienes básicos, los populistas enfrentaron problemas
políticos cada vez más complejos, que crecieron verticalmente. Fueron
populismos imperfectos porque les faltó crear pueblo: crear un sentido
común de lo nacional-popular de cada uno, y reivindicarlo para sí, una política
para disputar sin tregua la hegemonía a los neoliberales.
Esa construcción social llamada pueblo,
no estaba hecha. No había quien defendiera a los nuevos regímenes en ciernes.
Dilma es uno de los casos más dramáticos: no fue defendida por un pueblo que no
estaba.
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