Por un lado el presidente de Estados Unidos está “capturado”
por las prioridades de los neoconservadores (anti-Irán, anti-Siria, anti-Rusia;
pro Israel, pro Arabia); del complejo militar-industrial-de seguridad (presupuesto
para el siguiente año fiscal de 700 mil millones de dólares) y de su base
nativista (construcción del muro; leyes anti inmigrante).
Por el otro lado, Trump debe responder a las exigencias y
necesidades del capitalismo financierista que domina a Estados Unidos, y que
está en contra del retiro de acuerdos multilaterales de comercio, como el
Transpacífico; o de compromisos como el Acuerdo de París, en los cuales se
engancha a los países subordinados a las prioridades de las potencias
económicas. Trump en cambio, al retirar a Washington de esos acuerdos deja
libres a sus vasallos, lo que genera incertidumbre y la posibilidad de que se
liberen de la hegemonía estadounidense.
Así que Trump navega entre las exigencias de un país hegemónico (y los intereses detrás de ello), que necesitan la presencia y el liderazgo
militar (Medio Oriente), junto con el político (Europa, América Latina), y el
económico (significativamente en Asia); y las de clases medias y trabajadoras
que apoyaron su candidatura y llegada a la presidencia, que demandan (junto con
una parte del empresariado local), mayores recursos económicos y atención
política a los problemas internos (la migración considerada como tal), y menos
a las exigencias imperiales en el exterior.
La falta de una estrategia coherente para enfrentar tan
diversos intereses y demandas, está llevando al aparato gubernamental a dar
respuestas basadas principalmente en amenazas y sanciones, con objeto de amedrentar
a aliados y adversarios por igual, ya que los instrumentos tradicionales de la
política exterior de Estados Unidos (“soft power”) se han ido quedando cortos
ante el nivel de exigencias de un entorno internacional cada vez más complejo y
el desarrollo de la multipolaridad en los últimos años.
Así, se mantienen la sanciones contra Rusia (por el fantasioso
involucramiento en las elecciones del 2016); se incrementan contra Irán (por su
apoyo a Bashar el Assad y a grupos armados anti israelíes como Hezbollah); se
intensifica la presencia militar en Siria, ante el fracaso del apoyo a los
grupos de mercenarios y terroristas anti-Assad (mayor involucramiento militar
de Estados Unidos con objeto de evitar la recuperación del territorio del que
se está retirando el Estado Islámico, por parte del gobierno sirio); se apoya a
Arabia Saudita en su política agresiva contra Qatar y en su guerra contra los
houthis en Yemen; se vende armamento a Taiwán y se sanciona a un banco y a
nacionales chinos por su apoyo a Corea del Norte (además se insiste en que
puede venir una acción militar contra este país); se incita a una guerra civil
en Venezuela, con mayor apoyo político, propagandístico y logístico a los
grupos opositores al gobierno de Maduro; se reinicia una parte de la política
de bloqueo contra Cuba; se amenaza con retórica agresiva a Corea del Sur y
Alemania por el tema comercial; se mantiene la política antiinmigrante contra
musulmanes (triunfo parcial en la Suprema Corte de la prohibición contra 7
países de mayoría musulmana) y contra latinoamericanos (legislación contra “ciudades
santuario”); se ordena a México militarizar su frontera sur y se le da la
encomienda de supervisar a los ejércitos centroamericanos en la lucha contra el
narcotráfico y la inmigración ilegal.
Como Washington no puede obligar a potencias como China y
Rusia a aplicar las políticas que favorecen los intereses estadounidenses, está
recurriendo a la presión militar, esperando que con ello estas dos potencias
retrocedan en alguna medida en sus objetivos.
Las amenazas, las sanciones, la retórica
agresiva, no muestran fortaleza, sino más bien debilidad y una incapacidad para
establecer prioridades en los objetivos de la política exterior, de seguridad,
en materia económica; por lo tanto debería tratar de llegar a compromisos en unos casos; buscar administrar el conflicto en otros; diferir en algunos más una posible confrontación
y sólo en los asuntos en que las opciones no militares se hayan agotado,
plantear la posibilidad de usar la fuerza.
Pero lo que se percibe es una multitud de fricciones,
enfrentamientos y desencuentros con aliados y adversarios, en los que en todo
momento surge como la opción preferida el uso del poder coercitivo de la
superpotencia, un desdén por generar consensos y acuerdos, y una tendencia
definida a la imposición, que sólo genera mayor resistencia de parte del resto
de los países y con ello una profundización de las diferencias y problemas en
todos los ámbitos y regiones.
El liderazgo basado exclusivamente en el miedo, puede resultar
un tiempo, con algunos países; pero no resultará todo el tiempo, contra todos
los países.
No hay comentarios:
Publicar un comentario