LA
DEMONIZACIÓN DE PUTIN EN SU MOMENTO TRIUNFAL
Las fuerzas armadas rusas
acaban de recuperar la población de Adviika, después de combates feroces por
cuatro meses; Putin dio una entrevista al defenestrado periodista de Fox News,
Tucker Carlson, que ha llegado a 200 millones de vistas en internet; y Putin
está a unas semanas de reelegirse nuevamente como presidente de Rusia.
Es decir, el presidente ruso
se encontraba en uno de los mejores momentos desde el inicio de la “Operación
Militar Especial” en Ucrania; y además, el casi seguro candidato a la
presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano, Donald Trump, afirmó
en uno de sus mitines, que él pediría a Putin que hiciera lo que quisiera con
aquellos países miembros de la OTAN que se han negado a llegar al 2% del PIB en
su gasto militar.
Todo ello, más el hecho de que
la economía rusa no se ha desplomado con las mayores sanciones económicas
aplicadas a un país en la historia moderna, prendieron los focos rojos en
Occidente, por lo que había que “bajar” a Putin de sus alturas; y se escogió el
momento preciso, cuando las élites militares y políticas de Europa y
Norteamérica se reúnen anualmente en la Conferencia de Seguridad de Munich,
para que una noticia impactante las uniera aún más, en contra del “nuevo Hitler”,
Vladimir Putin; y además, permitiera demonizarlo nuevamente ante el mundo, para
de esa forma nublar los recientes éxitos rusos en materia política,
comunicacional y económica.
Y qué mejor que el títere de
Occidente, Alexei Navalny, preso en una cárcel rusa cerca del Artico,
falleciera en circunstancias extrañas.
Inmediatamente los países de
Occidente, como si fuera nado sincronizado, condenaron a Putin por haber “asesinado”
a Navalny, con lo que una vez más, se le acusó de salvaje, dictador, destructor
de la democracia, amenaza a la paz mundial y cualquier otro epíteto que se
quiera.
Resulta verdaderamente
inverosímil que un político tan experimentado como Putin, en su mejor hora en
los últimos dos años (a días de cumplirse el segundo aniversario del inicio de
la “Operación Militar Especial” en Ucrania), ordenara el asesinato de un
opositor político que tenía una aceptación en las encuestas para la presidencia
rusa, de sólo el 4%; que estaba en la cárcel acusado de fraude y de actividades
“extremistas” (lo que quiera decir esto) e iba a estar 28 años preso.
¿Qué utilidad tendría para
Putin mandarlo matar a unas semanas de las elecciones presidenciales rusas, en
las que se espera un triunfo arrollador del actual presidente? Por supuesto que
ninguna.
Pero cui bono.
Lógicamente Estados Unidos y sus vasallos de Occidente son los que se
benefician de la muerte de un títere que ya nos les servía vivo para nada, y en
cambio muerto les es útil para demonizar nuevamente a Putin, nublar con las
acusaciones en su contra los varios éxitos que ha logrado en las últimas
semanas y cimentar aún más a la alianza anti-Putin.
No menos importante para
Washington es el hecho de que la muerte de Navalny (y la absurda acusación de
que Rusia quiere poner armas nucleares en satélites) juega en favor de las
presiones de Biden a los congresistas republicanos, que se niegan a aprobarle
los 61 mil millones de dólares de ayuda militar a Ucrania.
Todo encaja perfectamente para
darse cuenta de que fueron los servicios de inteligencia occidentales (quizá
una alianza entre CIA, MI6 y Mossad) y opositores internos de Putin (pues un
golpe así requiere de traidores dentro del Kremlin) los que se encargaron de
eliminar a Navalny.
Lo cual habla pésimamente de
los servicios de seguridad e inteligencia rusos, que no pudieron prever, ni
evitar una contingencia como un posible atentado a Navalny; y ello, junto con
la rebelión del fallecido Prighozin habla de que cada vez más, en el entorno de
Putin hay oposición a él y a sus políticas (principalmente a la guerra en
Ucrania); y también de que después de un cuarto de siglo en el poder, ya hay
políticos rusos que quieren un cambio en la pirámide del poder, quizás no para
eliminar de plano las políticas públicas implementadas por Putin, sino
simplemente para satisfacer sus propias ambiciones.
Ahora, también es posible que Navalny haya muerto de un aneurisma, como se afirma de manera preliminar,
lo que hubiera sido muy mala suerte para él y para Putin.
Pero igual esta explicación,
aún si fuera cierta, nadie la creerá, por lo que la hipótesis inicial que hemos
presentado (alianza entre políticos rusos traidores y servicios de inteligencia
occidentales) parece la más plausible.
Habrá que ver como maneja esta
nueva crisis el presidente ruso; pero lo que es innegable es que el buen
momento político, militar y económico que estaba disfrutando Putin se ha
ensombrecido con este golpe certero de sus mortales enemigos de Occidente.
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