Una marcha para la clientela… y para el ego
La marcha y
el discurso que ayer pronunció López Obrador fueron eventos pensados y
diseñados para su clientela, que nada sustancial van a cambiar en la ecuación
política del país.
noviembre
28, 2022
Tanto la
marcha como el discurso que ayer pronunció el presidente López Obrador en el
Zócalo fueron eventos pensados y diseñados para su clientela.
No quiere
decir que no sea importante. Se trata de millones. Pero, se
pensó, diseñó y ejecutó para ella… y para el propio López Obrador.
Habrá
discusión respecto a si la concentración humana que tuvo lugar el día de ayer
en la Ciudad de México fue mayor a la realizada 15 días antes, convocada para
defender al Instituto Nacional Electoral (INE).
Creo que ese
debate será irrelevante.
Las dos
marchas fueron extraordinariamente numerosas.
Sin embargo,
la de ayer fue fundamentalmente un acto de masas organizado por el
Estado. Convocado, estructurado y financiado por el gobierno federal y
gobiernos locales, que en muchos casos ya están en simbiosis con Morena, al
viejo estilo del PRI-gobierno.
No quiero
decir con ello que no haya existido una asistencia espontánea. Hubo muchos que
acudieron de manera convencida.
Sin embargo,
la marcha de dos semanas antes no tuvo prácticamente intervención de partidos
políticos y fue organizada exclusivamente por la sociedad civil.
Miles más o
miles menos, no es esto lo relevante.
El
presidente López Obrador no hubiera organizado esta marcha de no haberse
realizado la concentración del 13 de noviembre.
AMLO
quería estar nuevamente en las calles, como lo demostró el lento
recorrido que duró varias horas desde el Ángel de la Independencia hasta el
Zócalo. Rechazó subirse a un automóvil cuando el programa se retrasaba
visiblemente.
Quería sentirse
nuevamente arropado por su gente, a quienes él llama genéricamente, el
pueblo.
Y
precisamente para ellos fue el mensaje pronunciado en la plancha del Zócalo.
No lo hizo
desde el balcón de Palacio Nacional sino en un templete, como en sus tiempos de
líder social.
Luego de un
larguísimo recuento de datos, muchos de ellos imprecisos, falsos o recortados a
conveniencia, llegó finalmente la parte sustancial de su discurso, en donde
definió cuál es su doctrina política, con la cual bautiza al proyecto que está
encabezando.
Humanismo
mexicano fue el
título que le asignó, y que por lo genérico no quiere decir prácticamente nada.
No se
esforzó mucho en buscar la denominación.
La realidad
es que su proyecto es un conjunto de políticas a veces contradictorias que
ha ido aplicando a lo largo de los últimos cuatro años, que van del conservadurismo
fiscal recalcitrante al asistencialismo, que se arropa con
un inexistente combate a la corrupción y que produce más pobres, según datos de
Coneval.
Pero todas
estas medidas tienen como consistencia el propiciar la concentración del poder
en la Presidencia y la permanencia de AMLO como el líder social y político más
poderoso del país en décadas.
López
Obrador habló de la realidad paralela que describe todos los
días en las mañaneras, aquella en la cual el país está resultando cada vez más
exitoso en todos los terrenos, el social, el del bienestar, el económico, el de
la salud, el de la educación, incluso el de la seguridad.
El discurso
de ayer fue en realidad, otro esfuerzo de esta construcción del mundo
paralelo que ha creado y que ha sido tremendamente exitosa.
Para algunos
resulta inexplicable el hecho de que un saldo tan negativo como el que tiene en
su administración no se refleje en un desplome de la popularidad presidencial.
Ayer,
nuevamente encontramos la razón de ello.
López
Obrador es ante todo ese personaje que tiene la capacidad de conectar
con mucha gente, particularmente con aquellos que fueron los excluidos por
décadas.
No creo que
esta concentración masiva ocurrida ayer en la Ciudad de México vaya a cambiar
nada sustancial en la ecuación política del país, como sí lo hizo la
marcha del 13 de noviembre al derrumbar la pretensión de la reforma
electoral constitucional.
Pero sí le
dará a Morena la prueba de que sigue teniendo la capacidad para
desplegar su músculo político.
Por ser un
evento para la clientela, no modificará ni las intenciones de voto, ni las
simpatías, ni las antipatías del gobierno actual.
Pero, será
quizás el primer acto de campaña en el camino hacia 2024, con
López Obrador intentando convertirse nuevamente en la figura central de ese
proceso.
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