LÓPEZ OBRADOR Y EL PUEBLO
Para el
presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) su relación directa
con “el pueblo” y los beneficios que el gobierno le provee, es lo que define su
trayectoria política, su periodo presidencial y lo que eventualmente permitirá
que su proyecto denominado “Cuarta transformación”, permanezca después de que
él haya dejado la presidencia en 2024.
Por ello, a
un mes de que cumpla 4 años en el poder, queremos reproducir aquí un análisis
que en su momento hizo el politólogo Arnaldo Córdova[1] sobre el poder político en
México[2], que publicó hace 50 años
(1972), y que parece tan pertinente ahora, como entonces:
“Para conjurar
la oposición sin reservas, alternativa siempre abierta, el poder presidencial
estaba provisto de una carta que desde un principio aprendió a jugar con
maestría: la carta de las reformas sociales. Cada periodo presidencial se significa
por su desempeño de diverso grado en la continuación de las reformas sociales;
su realización es siempre parcial, pero está constantemente en juego. Es la
verdadera línea de masas del gobierno, la que lo define y lo prestigia, pero
sobre todo la que lo vigoriza y, como hemos visto, la que le permite mantenerse
por sobre todos los grupos como el supremo árbitro de la nación. Es claro
que las relaciones del gobierno y del presidente con las masas son relaciones
paternalistas, tradicionales, en las que se mezclan la admiración y el temor
que infunde el poder desorbitado con el reconocimiento y hasta el
agradecimiento (subrayado nuestro). Y estas relaciones tradicionales,
aparte el hecho de que cuentan con raíces centenarias en el seno de las masas,
no actúan por su cuenta ni son cabalmente espontáneas; todo el sistema de poder
opera ahondando, estimulando y fortaleciendo sus más variadas manifestaciones, de
manera que toda realización popular del gobierno aparezca desmesuradamente
importante y toda oposición como señal de las más grandes desgracias.
Aterrorizadas
y acobardadas por la posibilidad de perder cuanto se les ha concedido o de sufrir las más terribles
represiones, y escépticas frente a un poder leviatánico, las masas populares
no se han reeducado políticamente, no se han modernizado, en ellas sigue
dándose el culto más empedernido y más desenfrenado a la autoridad del poder.
En el fondo,
no es que se necesite mucho para mantener en continuo funcionamiento este culto
por la autoridad del poder. La política de la omnipotencia, presente en todo
acto público, en toda referencia a las realizaciones del gobierno; basta y
sobra para que las masas populares no sean capaces de trascender con la acción ni
con el pensamiento el marco político institucional en el que se encuentran
enmarcadas.
Por lo
demás, toda alternativa de cambio es desprestigiada de súbito cuando se la
confronta con el poderío presidencial y en esto ayuda de la manera más eficaz,
la enorme capacidad del gobierno para movilizar globalmente y casi de golpe
toda la sociedad institucionalizada y bajo su mando directo. Ahora bien, la
mecánica del autoritarismo es tal que, cada vez que debe ponerse en juego,
exige que la movilización del poder sea completa. Esto es algo tan natural como
que el autoritarismo se alimenta justamente del reconocimiento que le viene de
abajo, reconocimiento que es más necesario que nunca cuando se da una
movilización del poder contra toda oposición de cierta envergadura al sistema.
Emplearse a fondo y como si fuera la vez definitiva, el último momento, la
prueba última, es un modo de actuar necesario, indispensable, en el que no
puede haber términos medios, so pena de perder un consenso que es tan necesario
como la vida misma del organismo político”.
En esas está
el gobierno de AMLO, en la movilización completa de sus bases clientelares y de
todo el aparato del Estado bajo su mando, para aplastar (legal e ilegalmente)
la oposición al neopopulismo autoritario que representa la mal llamada “Cuarta
transformación”.
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