La marcha y la bajeza de López Obrador
Riva Palacio
no sabe si la reforma del INE simule una dictadura a largo plazo, pero aun sin
ella, ya vivimos bajo un régimen de poder concentrado, sin muchos contrapesos,
dice.
noviembre
11, 2022
Cuatro días
consecutivos, cuatro, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha dedicado
amplios espacios en su paredón de Palacio Nacional para atacar la marcha a
favor de la sobrevivencia del Instituto Nacional Electoral, ante la iniciativa
del jefe máximo para colonizarlo. La justificación a sus exabruptos violentos
es porque, a su juicio, quienes acudirán a la expresión de protesta el próximo
domingo son hipócritas sin autoridad moral, clasistas, racistas, rateros,
deshonestos, cretinos y corruptazos. Lo insano de López Obrador con sus
expresiones de odio porque alguien lo ve a los ojos, es tan moralmente bajo y
políticamente tan enfermizo que no se pueden dignificar con una respuesta. Que
siga el Presidente con sus cantos vitriólicos; el país es más grande que él.
Sin embargo,
hay elementos que sí se pueden discutir. El primero, su alegato del fraude
electoral de 2006, cuando Felipe Calderón lo derrotó por 236 mil votos; es
decir, con una diferencia de 0.56 por ciento. Nunca aceptó haber perdido y
recreó la comuna de París –pero sin gente y patrocinada por el gobierno de la
Ciudad de México y empresarios amigos– para intentar crear condiciones de
inestabilidad que descarrilaran el proceso.
Hubo, en
efecto, quienes pensaron que era la oportunidad para hacerse del poder, como la
conspiración del director de un importante periódico capitalino para que, con
el estudio constitucional de un renombrado abogado universitario, entrara como
interino el hoy embajador en una de las grandes misiones del extranjero.
Aquello no pasó de ser calentura coyuntural alimentada por ambiciones
personales, que se construía mientras López Obrador, bajo el grito de “voto por
voto”, pedía el recuento en 113 mil 855 casillas, de las 143 mil instaladas,
donde tenían registradas irregularidades.
La ley no
permitía el recuento total, pero Calderón, para encontrar una salida al
conflicto poselectoral, le envió un mensaje a López Obrador, donde le ofrecía
estar dispuesto a que hubiera un nuevo cómputo voto por voto –al margen del
entonces Instituto Federal Electoral–, con la condición de que quien perdiera
reconocía la victoria de su adversario. No hubo respuesta. Calderón repitió el
mensaje con un nuevo enlace, pero la reacción fue la misma, el silencio. ¿Hubo
fraude el 2 de julio de 2006? Si nos atenemos a lo que marca la ley, que el
cómputo oficial y legal es el que se pega afuera de las casillas electorales
firmadas por los representantes de los partidos, López Obrador perdió la
elección. De hecho, las actas le daban una ventaja ligeramente mayor a Calderón.
La historia
mexicana desde que López Obrador está en la vida pública la han escrito los
perdedores, por lo que la idea de fraude en aquella elección anidó el huevo de
la serpiente. La fuerza de su propaganda, silogismos, sofismas y mentiras es un
talento nato de López Obrador, que mediante la victimización y el llanto
permanente vive inmerso en una epopeya homeriana luchando contra gigantes. Él
es el Presidente más fuerte y con mayor concentración de poder que se recuerde,
pero le gusta llorar. “A la gente que vaya (a la marcha)”, dijo, “que sepa que
es una manifestación en contra de nosotros por la política que estamos llevando
a favor del pueblo”.
Éste es otro
tema digno de discutir. La marcha busca enviar un mensaje claro a los
legisladores para que no aprueben la iniciativa del Presidente para reformar el
INE. “Hablan de que se va a destruir al INE, que va a haber una dictadura, que
lo estoy haciendo porque me voy a quedar, que va a haber reelección”, añadió en
sus peroratas. La iniciativa sí destruye al INE como lo conocemos, un eficiente
órgano para administrar y organizar elecciones, al pretender cancelar el
Servicio Profesional Electoral, que afecta la organización de comicios, le
quita el padrón electoral y lo convierte en una lista nominal controlada por el
gobierno, que decidiría quién vota y quién no, y elimina la independencia en la
elección de consejeros, dejando la principal carga al Ejecutivo.
Rechaza
López Obrador que esto llevaría a una dictadura, que ningún convocante a la
marcha ha dicho, pero es una idea muy arraigada en su cabeza, tanto, que ha
hablado en las mañaneras más de Porfirio Díaz que de Benito Juárez. No sé si la
reforma del INE simule una dictadura a largo plazo, pero aun sin ella, ya
vivimos bajo un régimen de poder concentrado, sin muchos contrapesos. La forma
como aprueba su mayoría ipso facto sus iniciativas en el
Congreso es una prueba de ello. El manejo faccioso de datos personales y
violaciones flagrantes a la ley, sin consecuencias, es otra. La exclusión de
las minorías, que es a quienes defiende el INE –la calidad de la democracia se
mide por el respeto de las mayorías a las minorías–, y su retórica
escatológica, también contra las minorías, es una más.
Su dicho de
que están advirtiendo que se quiere reelegir es absurdo. El INE no tiene
competencia al respecto, que se encuentra en el ámbito del Legislativo. Si
quisiera reelegirse, tendría mayoría en las cámaras, pero necesitaría la suma
de otros legisladores opositores para alcanzar la mayoría calificada. Sin
embargo, pensar en ello es igualmente absurdo. Si gana Morena la presidencia,
como él y muchos consideran que será en 2024, él no tendría que permanecer en
el poder. El jefe máximo tendrá su corcholata evocando a
Pascual Ortiz Rubio en Palacio Nacional.
Sin embargo,
hay en toda esta discusión un hipertexto que va más allá de quién gane la
Presidencia y de la autonomía e imparcialidad del árbitro electoral, que parte
de la pregunta hipotética: ¿y si Morena no gana la Presidencia? Visto el
talante pirómano de López Obrador a lo largo de su vida pública, la creciente
violencia de su palabra y la obsesión por quedarse y mantener el poder con todo
a costa de todo, la marcha para defender al INE que conocemos, también es un
freno a la externalidad probable del incendio de la mañana siguiente.
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