LA POLÍTICA EXTERIOR DE LÓPEZ OBRADOR
Muchas veces
hemos analizado en este espacio la política exterior del presidente Andrés
Manuel López Obrador (AMLO), desde un punto de vista crítico. Especialmente cuando
con pleno conocimiento de causa se subordinó a las órdenes, caprichos y
determinaciones del entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Ahora parece
que la situación se ha tornado más complicada, en vista de que el presidente ha
decidido que la política exterior se convierta en arena de disputa de sus
conflictos internos, con lo que ha estado lastimando las relaciones de México
con al menos tres países en los últimos meses.
Así, la
comedia que se verificó con Panamá, y que aún no termina, debido al
nombramiento (sin pedir antes el beneplácito) del historiador, acusado
profusamente de ser un acosador sexual, Pedro Salmerón, que tuvo que renunciar
al mismo, ante la insatisfacción panameña con dicho nombramiento y el cúmulo de
críticas en México, se inscribió en una serie de nombramientos de personajes
sin experiencia, ni preparación para ocupar consulados y embajadas, como pago a
alianzas políticas (a ex gobernadores priistas) o a personajes cercanos al
ocupante de Palacio Nacional (en Nicaragua y Venezuela).
La designación
(otra vez sin pedir antes el beneplácito al país receptor) de una activista
social como Jesusa Rodríguez, ha vuelto a generar críticas en México y Panamá.
Que los
presidentes siempre han usado al servicio exterior para enviar al exilio
político a antiguos aliados que ya no les son útiles, o incluso como “premio”
para ex opositores que piden un puesto diplomático como pago por su apoyo político;
o incluso como refugio de amantes, amigas, parientes, etc., que es mejor
tenerlos afuera, pero dentro del presupuesto, que en el país, ocasionado
desmanes, es una vieja tradición de la corrupta y mediocre subclase política
mexicana.
Pero se
suponía que el gobierno de la “Cuarta Transformación” llegaba para cambiar
viejas prácticas que habían lastimado y denigrado a la política exterior.
Nada de eso
ha sucedido. Muy por el contrario, el presidente odia todo lo que tiene que ver
con los asuntos internacionales, primero que nada porque no los entiende, nunca
se dio a la tarea de aprender y como lo repitió durante su campaña presidencial
muchas veces “la mejor política exterior es la interior”; es decir, para él la
política exterior no tiene una especificidad propia y herramientas y prácticas que
requieren ser desarrolladas y utilizadas, en armonía con las políticas públicas
que se aplican en el país.
Para el
presidente la política exterior es sólo una más de las áreas que el Poder
Ejecutivo puede y debe usar para lograr sus objetivos de política interna, con
lo que minimiza y desprecia la dinámica de la sociedad internacional, la forma en
que ésta impacta a la sociedad mexicana y por lo mismo pierde la perspectiva de
la mejor forma en que puede aprovecharse a la política exterior como parte
fundamental del proyecto nacional.
Ahora, para
cobrarle a las empresas españolas su alianza con los gobiernos de Calderón y
Peña Nieto, que sin duda significaron contratos para varias de ellas más que
ventajosos (Iberdrola, OHL, Repsol, Astillero de Vigo, etc.), y en detrimento
de las arcas nacionales, el presidente ha señalado en una conferencia de prensa
“mañanera”[1] que las relaciones entre
ambos países deben entrar en una “pausa”, en un “respiro”, al menos hasta que
termine su sexenio (casi sexenio, por que serán 5 años con 10 meses).
Para colmo,
AMLO señaló que su declaración no debía tomarse como si fuera una “declaración
diplomática formal”. ¿Cómo es posible que las palabras de un Jefe de Estado en
público, ante medios de comunicación no sean una “declaración diplomática
formal”?
Después de
que AMLO había calificado a la Ministra de Asuntos Exteriores de Panamá como la
“santa inquisición” por solicitar que no se nombrara a Salmerón como embajador
en esa nación (para todo efecto práctico, antes de que se solicitara el placet,
les fue negado); ahora manda a volar las relaciones con España, en todos los ámbitos
y sectores, porque les quiere cobrar la factura política a 5 o 6 empresas
españolas que se aliaron con gobiernos de presidentes anteriores.
Nunca, que
yo recuerde, la diplomacia mexicana había caído al nivel de pleitos de barrio
con naciones amigas, que en principio, no han ofendido ni manifestado ningún
tipo de animadversión contra México en años recientes. Y sin embargo, el presidente
está utilizando esas relaciones como campo de batalla contra sus enemigos
internos, sin importarle el daño que hace no sólo a las relaciones bilaterales
con esos dos países, sino a la imagen de México en el exterior.
Por último,
con Estados Unidos, las señales que manda el presidente son tan contradictorias,
que en Washington ya no saben a quien enviar a nuestro país para dilucidar lo
que hará AMLO en distintas áreas que afectan a la relación bilateral.
Está claro
que a la mayoría de los actores políticos y económicos de Estados Unidos no les
parece la reforma eléctrica propuesta por AMLO y tanto la secretaria de
Energía, Jennifer Granholm, que vino hace unas semanas a México, como ahora el
embajador para asuntos de Medio Ambiente, John Kerry, le han expresado esa
insatisfacción a AMLO.
Sin embargo,
el presidente hace como que los escucha y atiende sus inquietudes, pero una vez
que se van, vuelve a decir que no va a haber mayor cambio en la reforma eléctrica
y que la misma no viola los términos del T-MEC (lo cual es absolutamente falso).
Ya lo hemos
dicho muchas veces aquí, cuando AMLO aprobó los términos en que se firmó el
T-MEC y después ordenó al Senado que lo ratificara en sólo dos días, condenó al
país a la subordinación total ante las trasnacionales de Estados Unidos. Por
ello, ahora parece ingenuo que diga que nada de lo que dice el T-MEC tiene que
ver con su reforma eléctrica, cuando en el tratado se establecen numerosas
cláusulas que protegen los intereses de las trasnacionales y que el presidente,
en su infinita ignorancia, dejó pasar. Ahora que no se llame a sorpresa si los
estadounidenses le reclaman que no puede saltarse el T-MEC olímpicamente, si en
su momento no objetó las cláusulas que permiten a esas empresas actuar como “pedro
por su casa” en nuestro país.
Y ya para qué
insistir en que AMLO sólo queda en ridículo cuando mantiene su posición de que
Biden le conteste su nota diplomática, en la que le exige que no ayude a las
organizaciones de la sociedad civil que él considera sus “enemigas”. Eso nunca
va a pasar, y AMLO sólo va a seguir irritando una relación bilateral, ya de por
sí sumamente compleja.
El que queda
como el chinito “nomás milando” es el pobre canciller mexicano, Marcelo Ebrard
que se entera cada mañana como el presidente dinamita la política exterior del
país, mientras él intenta aún mantener viva su menguante precandidatura
presidencial.
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