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Zapata

sábado, 26 de febrero de 2022

 LA APUESTA DE PUTIN

Putin ha decidido que éste era el mejor momento para “desacoplar” definitivamente a Rusia de Occidente; establecer su perímetro de seguridad, para mantener a distancia a sus enemigos de la OTAN; e internamente, aislar y derrotar a la facción prooccidental de las élites políticas y económicas rusas.

Veamos cada uno de estos objetivos.

Para Putin y la dirigencia político-militar rusa quedó claro durante 22 años, que Occidente no estaba interesado, ni deseaba que Rusia se integrara como potencia mundial, a la que se le reconociera respeto, zona de influencia y capacidad de decisión en los asuntos mundiales.

Para Estados Unidos y Europa Occidental, Rusia había sido “derrotada” en la Guerra Fría, y por ello debía “pagar” el costo de esa guerra de más de 40 años. De ahí que el saqueo y la destrucción de los recursos financieros y naturales; y la explotación de la mano de obra rusa, desde la desaparición de la Unión Soviética (1991), hasta el fin de la desastrosa presidencia de Boris Yeltsin (2000) era el destino permanente de Rusia, según los designios occidentales.

Pero Putin, los militares y los servicios de seguridad rusos decidieron recuperar el control de su país, y para ello lo primero que hicieron fue encarcelar u obligar a huir a los aliados rusos y ruso-judíos de Occidente que, junto con las trasnacionales, depredaron la economía rusa durante más de una década.

Esto fue considerado en Occidente como una afrenta mayúscula, pero en vista de que Estados Unidos e Israel se habían inventado una “Guerra contra el Terror” para terminar con los enemigos de los israelíes en el Medio Oriente, dejaron para un mejor momento el “castigo” a Putin y a la coalición gobernante que lo apoyaba.

Después, Putin decidió mantener su apoyo a regiones prorrusas adyacentes a Georgia (Osetia del Sur y Abjasia), lo que para Washington y la OTAN constituyó una gran oportunidad para provocar a Moscú.

Así, desde 2007, el gobierno de George Bush había planteado la posibilidad de que Ucrania y Georgia se integraran a la OTAN, como ya lo habían hecho varios de los países que antes habían formado parte del Pacto de Varsovia.

Esto para Rusia constituía una evidente amenaza a su seguridad, en la medida en que esa expansión hacia el este por parte de la OTAN sólo tenía un objetivo, rodear a Rusia y evitar cualquier intento de expansión de la influencia rusa en Europa Oriental.

En este contexto, el presidente georgiano Mijeil Saakashvili, ordenó en agosto de 2008 a su ejército recuperar la región de Osetia del Sur, que estaba defendida por fuerzas rusas. Esto sucedió mientras el presidente ruso Vladimir Putin asistía a los Juegos Olímpico de Beijing.

Inmediatamente, el ejército ruso respondió y propinó una rápida derrota al ejército georgiano, que inútilmente esperó ayuda de Occidente, que había instigado al gobierno georgiano a recuperar las regiones prorrusas.

Después, Putin decidió que no permitiría que su antiguo aliado en Siria, el gobierno de la familia Assad, fuera derrotado por mercenarios y terroristas financiados y armados por Estados Unidos, las Petro monarquías del Golfo, Gran Bretaña, Israel y Turquía.

Así, desde 2015, Rusia intervino en el conflicto sirio apoyando al gobierno de Bashar El Assad y junto con Irán, evitaron el derrocamiento de Assad y la partición de Siria, logrando que en 2018 la mayor parte de los grupos terroristas y mercenarios fueran derrotados.

Occidente vio así como Putin evitaba la destrucción de uno de los principales enemigos del Estado de Israel, principal objetivo por el cual se había manufacturado la estrategia denominada “Guerra contra el Terror” desde 2001, y que ya había permitido el derrocamiento de Saddam Hussein y la casi destrucción de Irak; y el derrocamiento de Gaddaffi en Libia, y la destrucción de este país.

Así, Putin se había convertido en el principal enemigo de Occidente, pues había logrado que la estrategia deliberada de caos y destrucción en el Medio Oriente planeada por Washington, Tel Aviv y Londres, se detuviera; así como había detenido el saqueo de la economía rusa por parte de Occidente; y había evitado que Georgia se convirtiera en una punta de lanza de la OTAN en contra de Rusia.

Todo esto ya había convertido a Putin en el enemigo a vencer por parte de las potencias occidentales, que siguieron en su estrategia de acorralar a Rusia.

En 2014 un golpe de Estado apoyado por Estados Unidos derrocó al presidente prorruso de Ucrania, Víctor Yanukovich (mientras se celebraban los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, Rusia), llevando al poder a fracciones abiertamente antirrusas al gobierno, que se propusieron eliminar toda influencia rusa en Ucrania.

Ello llevó a que Putin decidiera defender a la minoría rusa en Ucrania, y su base naval en Sebastapol, en la península de Crimea, que se veía amenazada por el nuevo gobierno ucraniano.

Putin se anexó la península de Crimea (con más del 80% de la población de origen ruso, apoyando dicha acción en un referéndum), y apoyó a los separatistas rusos en las regiones de Donetsk y Luhansk que fueron atacados por grupos armados y por el ejército ucraniano.

Nuevamente Occidente vio como sus planes de arrebatar a Putin la iniciativa y ponerlo contra la pared se vieron parcialmente frustrados, por lo que aplicaron numerosas sanciones económicas y político-diplomáticas contra Rusia desde 2014.

A lo largo de estos 8 años Putin ha tratado de sortear el acoso y las sanciones occidentales, mientras Occidente ha mantenido la narrativa de que el “agresor” es Putin, equiparándolo incluso con Hitler.

Putin ha intentado mantener puentes con Occidente (especialmente con Alemania), para no romper definitivamente con los países principales que lo conforman, y para evitar un mayor aislamiento de Rusia.

Pero está claro que ello no le ha funcionado, y por lo mismo ha intensificado su relación con la segunda potencia económica mundial y la tercera potencia militar del mundo, esto es China, que también ha sido continuamente hostigada y presionada por Occidente, que no desea que Beijing se convierta en la primera potencia mundial en todos los órdenes.

Así llegamos a 2022, en que Putin ha decidido terminar con la posibilidad de que Occidente utilizara a Ucrania como base para posibles sabotajes o ataques contra su país, y al mismo tiempo recuperar su influencia, derrocando al gobierno ucraniano prooccidental; mandando al mismo tiempo el mensaje a las repúblicas bálticas, Polonia, Rumania, Bulgaria, Eslovaquia, Chequia, Finlandia, Georgia e incluso Azerbaiján (que acaba de derrotar hace unos meses a Armenia, aliada de Moscú, en una guerra por la mayor parte de la región de Nagorno Karabaj), que no tolerará más amenazas a su territorio de países que forman parte de la OTAN o que desean formar parte de dicha alianza militar; y que actuará en consecuencia con todo su potencial militar (incluyendo armas nucleares).

Si Putin y la dirigencia político-militar rusa llegaron a la conclusión de que ya no era posible seguir cediendo ante Occidente, aguantando sus sanciones económicas; sus intentos de intervención en la política interna rusa (apoyo a los disidentes Navalny y Kasparov) y su narrativa constante contra Rusia, fue porque sintieron que podían enfrentarse a todavía más sanciones económicas, y al mismo tiempo porque consideraron que militarmente su ventaja en el teatro de operaciones del este de Europa es superior a la OTAN.

Así, Putin estaba consciente de que Rusia, al invadir Ucrania, quedaría aislado de los circuitos económicos y financieros de Occidente, y ello le ocasionaría un enorme daño a su población, por lo que es factible que los planificadores rusos hayan considerado que cuentan con los recursos económicos (reservas internacionales por 600 mil millones de dólares), alimenticios, industriales (refacciones necesarias para sus fuerzas armadas, insumos para mantener lo esencial de la producción para consumo interno) y energéticos (potencia mundial en producción de petróleo y gas) necesarios, para sostener un pulso de esa magnitud con Occidente por 2, 3 o 4 años, por lo menos.

Más le vale a Putin y a la dirigencia rusa que así sea, porque de lo contrario, la población rusa no va a tener tanta paciencia como para sufrir la escasez que han sufrido por décadas en Cuba, Irán o Venezuela, con las sanciones y el aislamiento económico que les ha recetado Occidente.

Por otra parte, Putin y su entorno estimaron que el avance que tienen en su armamento con los nuevos misiles hipersónicos (con los que aún no cuenta Occidente), su masivo ejército, fogueado en los últimos 20 años en numerosos combates en Medio Oriente, el Cáucaso y Ucrania misma; y su arsenal nuclear, el mayor del mundo, le permiten aceptar cualquier reto que la OTAN esté dispuesta a plantearle, y salir victorioso.

Por ello Putin ha decidido que éste es el momento de establecer, sin lugar a duda, cuál es el perímetro de seguridad que la OTAN no debe cruzar, a menos que quiera enfrentar todo el poder militar ruso.

Deben tener muchísima confianza los comandantes militares rusos al plantear este reto, porque de lo contrario, si sólo es “bluff”, bien podría derrumbarse en pocos meses el “perímetro” y entonces, no sólo ese cinturón de seguridad podría venirse abajo (con guerras de guerrillas; continuos amagos de parte de las fuerzas de la OTAN; otras provocaciones militares de países subordinados a Occidente, etc.), sino el gobierno mismo de Putin.

Por último, todo parece indicar que con este deliberado rompimiento de los últimos vínculos que tenía Rusia con Occidente la facción prooccidental del gobierno ruso queda aislada, y quizás próximamente separada de las posiciones que ocupan, lo que por un lado favorece a Putin y a su coalición que pretenden fortalecer los nexos con China, y expulsar de Rusia la influencia de Occidente.

Pero por otro lado, una parte no desdeñable de la población rusa siempre ha visto con simpatía a Occidente, por lo que al perderse ese vínculo y la facción del gobierno que ayudaba a mantener esa ilusión, puede generar frustración, en especial cuando a una parte de esa población le interesaba participar con los países occidentales mediante eventos como la Fórmula 1, cancelada; la Champions League, cambiada la sede de San Petersburgo a París; o los Juegos Olímpicos, en los que se obliga a Rusia a participar sin su bandera, y sin que se toque su himno nacional en las premiaciones.

Y dicha frustración puede generar el crecimiento de una oposición que por lo pronto no es muy importante, pero que con los efectos de las sanciones económicas, el aislamiento político, cultural, deportivo, turístico, etc. y la narrativa permanente de Occidente de demonización del gobierno de Vladimir Putin, bien puede llevar a que se presente en unos años un reto político mayúsculo para el presidente ruso.

 

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