LAS RELACIONES MÉXICO-ESTADOS UNIDOS
El triunfo
de Joe Biden en las elecciones presidenciales de Estados Unidos pone nuevamente a las relaciones de ese país con el nuestro en un momento de
definiciones; tal como sucedió hace cuatro años con la victoria de Trump.
El gobierno
de López Obrador (AMLO), equivocadamente, cedió en todo tipo de presiones,
demandas y órdenes que le llegaron desde Washington durante los dos años en que
han coincidido ambas administraciones; y erróneamente, AMLO ha señalado (y lo
sigue haciendo), que la subordinación mexicana y la arrogancia estadounidense equivalen a “respeto y amistad”.
AMLO ha
confundido el que Trump no lo haya atacado a él personalmente, con amistad y
con respeto[1],
cuando en lo que se refiere a la relación bilateral, ha sido uno de los
presidentes más rudos, abusivos y demandantes, desde hace un siglo (recordemos a
Taft y Wilson durante la Revolución Mexicana, llegando este último incluso a
enviar tropas para ocupar Veracruz y para perseguir a Villa por el Norte de
nuestro país).
Bajo la amenaza de cerrar la frontera y de imponer aranceles a todos los productos de exportación mexicanos, obligó a AMLO a establecer un “muro” humano en la frontera Sur para detener la llegada de migrantes de Centroamérica y de medio mundo, que pretendían pasar a Estados Unidos a través de México.
Mediante las
mismas amenazas, logró que México aceptara recibir en su territorio a los miles
de solicitantes de asilo en Estados Unidos, sin que a cambio se proporcionara
dinero para mantenerlos, o al menos un mejor trato a nuestros connacionales (ya
se sabe de la separación de niños y madres migrantes en la frontera, y de
prácticas quirúrgicas inadecuadas contra mujeres migrantes, en centros de
detención).
Nada pidió
AMLO a cambio por su obediencia a Trump. Y cuando éste amenazó con designar a los
cárteles de narcotraficantes como organizaciones terroristas, AMLO mandó a
Ebrard a suplicar que no lo hiciera y a cambio se comprometió a mantener la “guerra
contra el narcotráfico” en México (sobre todo deteniendo los cargamentos de
fentanilo provenientes de China); para lo que se envió al procurador William
Barr a nuestro país, a ordenar a AMLO que pusiera a la Marina al frente de las
aduanas y los puertos; lo que AMLO acató, aún a pesar de la oposición de su
secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, que al darse
cuenta de que no iba a ser la Marina la que tomaría el control de puertos y
aduanas, sino los Estados Unidos, que son los que realmente mandan en materia
de seguridad en nuestro país, decidió renunciar en protesta.
AMLO sigue
manifestando su complacencia con el tratado comercial (T-MEC) con Estados
Unidos y Canadá, el cual ni siquiera se tomó la molestia de leer, antes de
ordenar al Sendo que lo ratificara en dos días; sin discusión, ni análisis
alguno de por medio, y ahora está pagando las consecuencias de ello, pues desde
Estados Unidos crecen las presiones, y crecerán más aún con Biden, acerca de la
permanencia de la apertura a las inversiones estadounidenses en energía; algo
que AMLO rechaza, pero que forma parte del tratado; por más que AMLO esgrima un
solo párrafo, que como cortesía los estadounidenses permitieron incluir respecto
a la “soberanía” de México sobre sus recursos naturales. A continuación,
reproducimos parte de un análisis de un experto en temas energéticos, sobre el
capítulo de energía del T-MEC, poco antes de que AMLO asumiera la presidencia:
“Algunos sectores
sociales impulsan la firma del T-MEC como si fuera la cura de la dolorida
relación bilateral y algo imprescindible para el crecimiento económico del
país. No lo es. Se les olvida que Donald Trump le impuso a nuestro país la
renegociación del TLCAN, con una lógica avasalladora, acompañada de amenazas,
chantajes y agresiones, tal como ha hecho para imponerle el acuerdo migratorio
indigno de hace unos días. También se les olvida que los negociadores mexicanos
fueron funcionarios de la pasada administración, colaboracionistas que hicieron
suya la agenda que impuso la Casa Blanca y cedieron en casi todo por su vena
neocolonial y su pasión por el libre cambio. El equipo de transición del
presidente electo revisó el acuerdo “negociado” y propuso algunas
modificaciones aceptadas rápidamente por los Estados Unidos, porque no
cambiaban la esencia de lo que México ya había consentido.
En el caso de la energía el equipo de
transición pidió que en el capítulo ocho se reconociera, primero, el derecho de
México a reformar su Constitución y su legislación interna (una obviedad) y,
segundo, el dominio y la propiedad pública de los hidrocarburos conforme lo establece
el texto constitucional, mutilado por la reforma energética de diciembre de
2013. De ahí que el T-MEC diga lo siguiente: “México tiene el dominio directo y
la propiedad inalienable e imprescriptible de todos los hidrocarburos en el
subsuelo del territorio nacional…”. Esa limitación –espacial, geológica,
técnica y económica–, ha sido la llave maestra para privatizar la producción,
pero también para reconocer como un activo financiero de las compañías
petroleras las reservas nacionales de petróleo y gas natural, cuando las
primeras son titulares de los contratos de exploración extracción adjudicados
por la Comisión Nacional de Hidrocarburos –CNH– (107 contratos desde julio de
2015).
Lo grave y peligroso en materia de
energía estaba y sigue estando en los capítulos 13, 14, 22 y 28 referentes a
contratación pública, inversión, empresas propiedad del estado y practicas
regulatorias. Recordemos que antes del inicio de las negociaciones, el
Secretario de Energía de los EU, Richard Perry, vino a México en julio de 2017
para apremiar la firma de un pacto en materia energética, idea bien recibida
por el presidente Enrique Peña Nieto. En esencia, el acuerdo consistió en
incrementar las compras de energía proveniente de ese país, ampliar la
infraestructura fronteriza para elevar la capacidad de importación, abrir
nuevas oportunidades para la inversión extranjera (estadounidense) y
profundizar la integración energética de ambos países. Peña cumplió al pie de
la letra, particularmente rápido en el tema de las importaciones petroleras,
las cuales crecieron como nunca; a Pemex se le ordenó trabajar a ritmos mínimos
para dejar el camino libre a las refinerías estadounidenses.
En paralelo a la visita de Perry, el
representante de comercio de los EU, Robert Lighthizer, dio a conocer los
objetivos de la renegociación del tratado comercial, a saber: preservar y
fortalecer las inversiones estadounidenses ya realizadas; obtener compromisos
para facilitar el acceso a los mercados energéticos; garantizar a los
inversionistas estadounidenses derechos consistentes con los principios y la
práctica jurídica de los EU; promover una mayor compatibilidad regulatoria;
disciplinar a las empresa públicas (Pemex y CFE) para que se condujeran
apegadas a consideraciones estrictamente comerciales; eliminar los subsidios a
las empresas públicas y los que el Estado pudiera dar a través de ellas;
garantizar una regulación imparcial para todas empresas, públicas o privadas
(lo cual implicaba una “regulación asimétrica” para desarticular las ventajas
históricas de Pemex y CFE); permitir a las empresas estatales prestar
“servicios públicos”; dar a los tribunales estadounidenses jurisdicción sobre
las actividades comerciales de las empresas públicas foráneas; aumentar las
oportunidades de las empresas estadounidenses en la compras de gobierno,
incluyendo las compras de las empresas públicas, mediante reglas y prácticas
similares a las aplicadas en los EU.
Todo eso se plasmó en el T-MEC en los
capítulos ya citados. No se reservó nada en materia de energía, sólo se obtuvo
la suspensión de algunas disposiciones en circunstancias determinadas. Lo que
no prosperó fue el cambio de régimen jurídico de Pemex y CFE para que la
propiedad del Estado se ejerciera a través de un paquete de acciones en la
bolsa de valores. EU aceptó que el gobierno mexicano otorgara “asistencia no
comercial” a la CFE, de igual modo, que ese beneficio se extendiera a Pemex
cuando las circunstancias pusieran en riesgo la viabilidad de la empresa
pública, pero una vez pasada la contingencia podría eliminarse esa protección
(Anexo 22F).
En cambio, EU
protegió a sus empresas petroleras cuando están asociadas con Pemex, ya que el
capítulo 22 (empresas públicas) no aplica a las entidades de propósito
específico, como es el caso de los acuerdos de operación conjunta derivados de
los farmouts (cesión de activos petroleros) impulsados
por el gobierno de Peña Nieto para transferir al sector privado yacimientos
asignados a Pemex. EU protegió también los “contratos de gobierno cubiertos” en
petróleo y gas natural (exploración, extracción, refinación, transporte,
distribución y venta), así como los contratos en generación de electricidad,
otorgados por Pemex, CFE, CNH y Cenagas, los cuales podrán ser sometidos a
arbitraje internacional con respaldo del tratado (Anexo 14-E).”[2]
Como se
puede apreciar en estos párrafos, Peña cedió en todo lo que los estadounidenses
le exigieron. Pero eso no es lo más grave, sino que el equipo de AMLO lo avaló,
por lo que ahora no puede llamarse a sorpresa acerca de que legisladores estadounidenses
exijan que México cumpla a lo que se comprometió y que el pésimo representante
de AMLO en las negociaciones, Jesús Seade, dejó pasar. Además de que posteriormente
aceptó el nombramiento de “inspectores laborales” por parte de Estados Unidos,
en un acuerdo posterior, para verificar que México cumpla con lo acordado en el
tratado, sin demandar reciprocidad; es decir, que inspectores mexicanos
verifiquen que son respetados los derechos laborales de nuestros connacionales
(documentados e indocumentados) en el vecino país del norte.
En suma, el
gobierno de AMLO ha continuado con la rendición absoluta de la soberanía que
llevaron a cabo los gobiernos neoliberales, y eso él lo considera que son “muy
buenos acuerdos” con Estados Unidos. O de plano es un completo ignorante en
materia de política internacional, o no lo es y lo está haciendo de mala fe. En
cualquier caso, ha seguido lastimando y degradando la soberanía nacional, tal
como lo hicieron los gobiernos anteriores y todavía quiere que se le reconozca
eso como un logro.
Y qué decir
del tema de la seguridad, en donde la DEA le acaba de recetar una de sus
medicinas preferidas al gobierno mexicano, con la detención y encarcelamiento
del ex secretario de la Defensa Nacional, Gral. Salvador Cienfuegos, sin el
previo conocimiento de las autoridades mexicanas. Menos mal que lo hicieron en
Los Angeles y no como cuando secuestraron en Guadalajara al Dr. Alvarez Macháin,
acusado de participar en la tortura del agente de la DEA, Enrique Camarena, en
1985.
Todas estas
rendiciones van a ser muy difíciles de revertir, pues una vez otorgadas, ningún
gobierno estadounidense, sea demócrata o republicano, va a querer deshacerlas,
pues son favorables al interés nacional de Estados Unidos.
Y menos lo
va a querer hacer Biden, que ya recibió dos majaderías de López Obrador.
La primera,
cuando AMLO decidió (o le fue ordenado por Trump) hacer su único viaje al extranjero
en lo que va de su administración, a Washington, para entrevistarse con Trump,
justo al inicio de las campañas presidenciales, lo que el atrabiliario
mandatario estadounidense aprovechó bien durante su campaña, incluyendo escenas
de ese encuentro en sus promocionales televisivos, para atraer el voto de una
parte del electorado mexicoamericano (con el que por cierto no le fue tan mal).
Y ahora, AMLO
ha decidido no felicitar aún a Biden por su triunfo, porque va a esperar hasta
que terminen las impugnaciones electorales de Trump, lo que puede llevar semanas;
con el pretexto de que hay que esperar el resultado final y no es prudente
hacerlo cuando aún no termina formalmente ese proceso.
Pues bien, AMLO
se une en esto a un puñado de gobernantes que hasta el mediodía de este Domingo
8 de noviembre, aún no felicitaban a Biden: Putin, Xi Jinping, Erdogan y
Bolsonnaro.
En cambio,
aliados cercanos de Trump, como Boris Johnson, Netanyahu, Piñera, Duque, ya lo
hicieron; así como Merkel, Macron, Ursula van der Lyen (Unión Europea); y hasta
Maduro le envió un mensaje conciliatorio.
Cuando AMLO
decida felicitarlo, por ahí de diciembre, Biden lo va a tomar como un gesto en
favor de Trump, y no como una señal de respeto al proceso electoral en Estados
Unidos.
El “timing”
en la Relaciones Internacionales es tan importante como la forma. Y AMLO y
Ebrard han demostrado que no manejan ninguno de los dos.
Es obvio que
la relación entre ambos países es tan importante, que Biden no va a exagerar
sobre estos “gaffes” del gobierno mexicano, pero sí va a insistir en lo
siguiente:
-
Mantener
el combate al narcotráfico con las fuerzas armadas. Es decir, seguirá la “guerra”.
-
Mantener
la apertura del sector energético mexicano, tal como está especificado en el
T-MEC y en la reforma energética que se aprobó en el sexenio de Peña Nieto.
-
Mantener
el “muro” humano de la Guardia Nacional en la frontera Sur, para evitar la
migración indocumentada hacia Estados Unidos.
-
Ir
cerrando las posibilidades de inversión y hasta de comercio con China y Rusia, como
parte de la política exterior y militar que desplegará el gabinete de Biden,
que estará lleno de “halcones” (Michelle Fluornoy, Susan Rice, Anthony Blinken,
etc.).
-
Presión
mayor sobre el gobierno de Maduro para que deje el poder.
En lo que
Biden puede ser un poco más comprensivo con México será:
-
Evitar
la separación de madres e hijos en los centros de detención y desterrar las
prácticas quirúrgicas contra las mujeres migrantes realizadas durante el
gobierno de Trump.
-
Disminuir
el envío de solicitantes de asilo a México, para esperar la respuesta; y
eventualmente, detener el envío de estas personas en un futuro próximo.
- Utilización de los paneles de controversias del T-MEC para procesar conflictos comerciales, más que amenazar con aranceles, como lo hacía Trump.
En general, el gobierno de Biden va a pretender que México no se salga de su “corral”, no coquetee con China y Rusia de ninguna forma, y que siga sirviendo como fuente de mano de obra barata para las empresas estadounidenses ubicadas en nuestro país; mercado seguro para los productos y las inversiones estadounidenses (incluyendo especialmente el sector energético) y ahora también como barrera contra los migrantes de otros países, pues recordemos que el sentimiento anti inmigrante va a seguir permeando la política interior estadounidense, pues más de 70 millones votaron por Trump, lo que significa que este tema no se va a ir mágicamente del escenario político de ese país.
Ya veremos si
AMLO y Ebrard pueden y quieren avanzar algo en las demandas mexicanas de que se
detenga el flujo de armas hacia los cárteles del narcotráfico, que las
consiguen del otro lado del Río Bravo; o que realmente se busque disminuir el
consumo de drogas en Estados Unidos, que es el verdadero motor de todo el negocio
del narcotráfico; o que realmente se ataque el lavado de dinero de dicho
negocio, en el sistema financiero de Estados Unidos; o que se le dé un trato
digno a nuestros connacionales en ese país, sean o no documentados; o que las
empresas estadounidenses respeten las regulaciones laborales y ambientales en
México, tal como se lo van a exigir a las empresas mexicanas; entre otros
temas.
Pero la
verdad, les falta carácter, conocimiento y visión estratégica a AMLO y Ebrard,
como para esperar que siquiera se inconformen mínimamente con las exigencias,
ordenes y abusos cotidianos que el gobierno y los empresarios estadounidenses despliegan
en la relación con nuestro país.
[1]
Cuando Trump atacó a México y los mexicanos, AMLO señaló que él no se iba a “pelear”.
Es decir, le valía un pepino la “amistad y el respeto”. Pero cuando Trump hablaba
bien de él, entonces sí presumía su relación personal con Trump.
[2] https://energiahoy.com/2019/08/06/el-t-mec-no-es-lo-mejor-para-mexico-y-menos-en-energia/
No hay comentarios:
Publicar un comentario