Luces y
sombras, como siempre en la trayectoria de todo gobierno, lo que ha mostrado
Andrés Manuel López Obrador durante sus primeros nueve meses al frente del
Poder Ejecutivo Federal.
Las luces,
son los programas sociales que transfieren directamente dinero a adultos
mayores, discapacitados, estudiantes, jóvenes, campesinos, madres solteras,
etc.
Es lo que la
población valora más, aunque la certidumbre de que esos recursos realmente
están llegando a esas millones de personas en tiempo y forma, no es posible
confirmarlo de manera independiente, sino hasta que la Auditoría Superior de la
Federación revise los programas y los gastos e inversiones del gobierno, y nos
diga si no son cifras alegres, que no tienen que ver con la realidad, como
sucedió en sexenios pasados, y especialmente en el de Peña Nieto, con casos
como el de la llamada “estafa maestra”. En principio, creamos que estos
programas sociales sí están incidiendo positivamente en los sectores más pobres
y necesitados de la sociedad mexicana.
Así también,
el combate a los abusos y prepotencia característicos de los gobiernos del
periodo neoliberal (aunque aceptémoslo, la política económica que se sigue
aplicando, es la misma del pasado), con una serie de leyes y políticas para
imponer la austeridad al gobierno y el castigo al uso discrecional de los
recursos públicos por parte de los gobernantes. Falta mucho, pero al menos se
han dado pasos alentadores.
Así también,
sin implementar el llamado “sistema nacional anticorrupción”, se está tratando
de combatir la misma no sólo con el ejemplo del propio López Obrador, sino con
un control más estricto de las compras y el uso que se le da al gasto
gubernamental. Quizás esto sólo no vaya a ser suficiente en el largo plazo, pero
al menos de momento, parece que evita dispendios y oportunidades de
enriquecerse de manera ilegal.
La prudencia
(que algunos consideran ya va siendo excesiva) en el uso de la fuerza pública
contra manifestaciones de descontento sociales e incluso en el combate al
crimen organizado, ha evitado el uso de la fuerza excesiva por parte de las
autoridades, pero no así la violencia desatada entre los grupos del crimen
organizado y en contra de personas inocentes (caso Coatzacoalcos).
Aquí ya
podemos pasar a las sombras, pues si bien López Obrador ha insistido en que le
dejaron un desastre en el tema de seguridad, su estrategia no ha funcionado.
Además, no queda clara cuál es esa estrategia, que en principio se basa en el
despliegue de la Guardia Nacional, poco más de 58 mil elementos, de los cuales
20 mil están dedicados a detener migrantes indocumentados en las fronteras sur
y norte.
No se
planteó ninguna reforma a fondo de las policías estatales y municipales, y
menos aún su fortalecimiento (capacitación, armas, comunicaciones, mejores salarios,
etc.).
Se apuesta a
combatir las causas de la delincuencia, con los programas sociales, pero estos,
de resultar exitosos (y muchos consideran que son sólo programas electoreros y
clientelares, que no incidirán en la disminución de la pobreza), tendrán sus
efectos dentro de 5, 10 o 15 años. Por lo pronto, el aumento de los homicidios
(el más alto del que se tenga registro en las últimas 3 décadas) y la violencia,
tienen un costo altísimo para la sociedad mexicana. Este es un pasivo grave de
la administración, que ya no podrá transferirlo a las administraciones pasadas,
en los siguientes informes de gobierno.
Otra sombra
es el nulo crecimiento económico, explicado por varios factores: en el primer año
de cada administración tardan en concretarse inversiones, dada la curva de
aprendizaje de los nuevos funcionarios; el mundo en general comienza a sufrir
una desaceleración económica por las disputas comerciales entre Estados Unidos
y China, por la próxima salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea y por la
situación en el Medio Oriente, especialmente por las sanciones contra Irán, que
afectan al mercado petrolero mundial; pero también, por la creciente
inseguridad y violencia en el país, que detienen las inversiones y por la
incertidumbre que los capitales internacionales siguen teniendo respecto a la
administración de López Obrador, por disputas puntuales como la cancelación del
aeropuerto en Texcoco; las diferencias respecto a los gasoductos; la suspensión
de las licitaciones de exploración y explotación de nuevos campos petroleros, y
el subejercicio presupuestal, derivado de las medidas de austeridad.
López
Obrador insiste en que no se puede medir el verdadero desarrollo socio económico
del país, con las cifras de crecimiento económico. Pero para los inversionistas
nacionales y extranjeros lo que plantean las calificadoras y los organismos
financieros y económicos internacionales, sí cuenta, por lo que por el momento, nuestro
país no es una de sus prioridades (por más que el presidente presumiera la
llegada en estos meses, de 18 mil millones de dólares de inversión extranjera
directa).
En materia
de creación de empleo, López Obrador insiste en que los jóvenes que se
capacitan (de una manera por demás desigual) en empresas y reciben un estipendio
pagado por el gobierno, cuentan como empleados. Pero esto no sustituye el que
no se han creado gran número de empleos. Y la inflación se mantiene baja,
precisamente porque no hay aumento del consumo (por más que sí hubo un aumento
significativo en el salario mínimo); y no lo hay, porque no se están creando
empleos suficientes. Pero como lo dijimos durante los gobiernos de Calderón y
Peña Nieto, la medición de la pobreza y la desigualdad, determinarán si este
gobierno ha mejorado en la realidad la vida de los mexicanos, o sólo estableció
algunos paliativos para evitar que crecieran, y nada más.
Un pasivo qué
por supuesto el presidente no quiso reconocer, fue la relación con Estados
Unidos, de abyecta sumisión en materia migratoria, de seguridad y comercio,
sólo destacándose la independencia que ha mantenido su gobierno en el tema venezolano.
Ha querido
justificar las concesiones al vecino del norte, señalando que un enfrentamiento
hubiera sido peor. Pero es como decir, ante el abusador, prefiero que me rompa
la nariz y los dedos de una mano, a que me rompa un brazo y las dos piernas; en
vez de plantear la posibilidad de defender el interés nacional con una
respuesta firme, que quizás le hubiera permitido ceder menos, prefirió ceder
todo. Pero está visto qué en el tema internacional, la ignorancia del
presidente prevalecerá sobre cualquier otra consideración.
En suma, la
mayoría de la población, que vive en la pobreza y en la marginación (67%) apoya
al presidente, porque no le importa que sus políticas sigan reflejando las
prioridades del capital internacional y de los oligarcas en muchos casos; o que
se subordine sin pedir nada a cambio ante Washington; o que no pueda cambiar la
lacerante realidad de la inseguridad y la violencia del país. A este
mayoritario segmento de la población lo que le importa es que tiene un
presidente al que su suerte diaria sí le importa (pueda hacer algo o no para
cambiarla), no muestra desprecio hacia las clases bajas (como sí lo hicieron
los gobiernos anteriores); al menos aparenta (ya se verá si es cierto o no) que
no se roba el dinero de todos y por ahora al menos, no reprime al pueblo si
éste se inconforma.
Para una
población que no pintó para las clases adineradas y la alta burocracia en los
últimos 36 años, este cambio es refrescante, a pesar de los magros resultados
que está dando por el momento. Veremos hasta cuándo le alcanza ésta buena
voluntad de las clases más desfavorecidas del país.
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