Una vez más
un presidente mexicano, desde el balcón de Palacio Nacional, dará el grito de
independencia la noche de este 15 de septiembre, conmemorando el que el cura
Miguel Hidalgo y Costilla diera en la madrugada del 16 de septiembre de 1810,
desde el atrio de la iglesia de Dolores en Guanajuato, para iniciar la rebelión
contra las autoridades del Virreinato de la Nueva España, al grito de “Viva la
Virgen de Guadalupe” y “Viva Fernando VII”, entonces depuesto rey de España por
Napoleón Bonaparte.
La historia
de México ha estado marcada por varias dicotomías: conquistadores españoles[1] vs imperio azteca; españoles
y criollos vs pueblos originarios (o indígenas); españoles, criollos y mestizos
vs pueblos originarios; españoles vs
criollos, mestizos y pueblos originarios; monarquistas vs republicanos;
centralistas vs federalistas; conservadores vs liberales; porfiristas vs
revolucionarios; constitucionalistas vs convencionistas; proteccionistas vs
librecambistas; nacionalistas revolucionarios vs neoliberales; izquierda vs
derecha.
La
independencia alcanzada en 1821 es llevada a cabo por las élites españolas y
criollas que rechazan el triunfo del liberalismo en España, y que deciden
romper con la “madre patria” para mantener en la Nueva España los privilegios y
la estructura de poder existente por 300 años.
Sin embargo,
en lo profundo de la rebelión independentista, especialmente a través de la
lucha de José María Morelos y Pavón, existía un impulso por hacer del nuevo
país un lugar menos desigual, en donde la mayoría de mestizos e indios tuvieran
derechos políticos y oportunidades económicas y sociales que les permitieran
salir de la pobreza, tener acceso a la educación y prosperar económicamente.
Esta
contradicción entre grupos, segmentos o clases sociales se ha expresado en la
lucha política a lo largo de 200 años de independencia, pues las minorías
políticas y económicas que han dominado al país, han mantenido, en lo esencial,
la desigualdad económica y social; mientras que algunos sectores de los
estratos medios y los grupos y sectores más pobres, han intentado, una y otra
vez, pacífica o violentamente, cambiar esa realidad, generalmente con poco
éxito.
A esta lucha
entre clases dominantes y dominadas se han sumado otras dos que se traslapan
con la primera.
Una es la
lucha por el poder entre los grupos dominantes, tratando de mantener en lo
esencial el esquema de acumulación de riqueza y privilegios para la minoría, y
de explotación y exclusión para la mayoría.
Pero, la
forma de hacerlo y los grupos en la cima encargados de ello, es lo que ha
estado en permanente disputa desde hace dos siglos.
Unos
pretendiendo centralizar y acumular poder y riqueza a través de sistemas más
rígidos y autoritarios; otros tratando de suavizar en alguna medida el dominio
y brindando algunos derechos y oportunidades de mejora económica y social a las
masas.
Sin embargo,
estas dos visiones (en general), de como abordar el gobierno y la economía del
país, han derivado simplemente en luchas desnudas por el poder, lo que ha
agravado la situación precaria de la mayoría de la población, que ha sido la carne
de cañón de estas disputas.
Y el tercer conflicto que se mezcla con los dos anteriores, es cómo enfrentar las ambiciones
y las agresiones constantes de potencias extranjeras, que continuamente desean
subyugar, explotar y dirigir al país en beneficio de ellas.
Así,
mientras unas élites desean que el país se someta por completo a dichas
potencias, pensando que así se aleja el riesgo de guerras y conflictos
constantes, y el país puede desarrollarse más convirtiéndose en una colonia o
semicolonia de esas potencias; otros pretenden mantener algún grado de
soberanía, y rechazan la subordinación a potencias extranjeras, impulsando la cooperación internacional y el respeto mutuo.
Es una gran
simplificación la manera en que presento los principales conflictos que han
marcado la vida independiente (es un decir) del país, pero creo que estos
conflictos siguen siendo los puntos centrales que no se han podido resolver y
que desgraciadamente siguen manteniendo al país en el subdesarrollo, la mediocridad
y el atraso, entre el resto de las naciones del mundo.
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