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Zapata

martes, 10 de septiembre de 2019

EL FIN DE LA HEGEMONÍA OCCIDENTAL


El presidente francés, Emmanuel Macron afirmó a fines de agosto, durante la Conferencia Anual de los embajadores franceses en París, que: “Estamos sin duda viviendo el fin de la hegemonía occidental en el mundo”.[1]
En la misma alocución señaló que “el continente europeo nunca será estable, nunca será seguro, si no pacificamos y aclaramos nuestras relaciones con Rusia”. Y en este sentido Macron afirmó que “…alejar a Rusia de Europa es un profundo error estratégico porque estamos empujando a Rusia, ya sea al aislamiento, lo que aumenta las tensiones, o a aliarse con otras potencias como China, lo que no sería de nuestro interés”.
Este es uno de los planteamientos estratégicos más importantes de los últimos años, debido a que desde hace un lustro (el golpe de Estado en Ucrania, que derivó en la guerra civil y en la anexión de Crimea por parte de Rusia), la estrategia delineada desde Washington y apoyada por Europa Occidental ha sido castigar y aislar al gobierno de Putin, al considerar que la defensa del interés nacional ruso[2] constituía un riesgo a la hegemonía occidental en Europa y en otras regiones del mundo (especialmente por su apoyo al régimen de Bashar el Assad en Siria).
Todo parte de la visión estadounidense de que el fin de la Guerra Fría en 1991, significó un “triunfo” del capitalismo y de los Estados Unidos, lo que implicaba obtener el “botín” de dicha victoria, a través de la explotación y casi devastación de la economía rusa, en favor de los capitalistas occidentales y sus aliados ruso-judíos (los oligarcas) que aprovecharon el derrumbe de la Unión Soviética para enriquecerse a expensas del pueblo ruso.
En vez de haber impulsado un plan similar al “Marshall” después de la Segunda Guerra Mundial, que ayudó a las potencias europeas derrotadas a levantar su economía, en el caso ruso, se optó por desbaratar su economía, dejarla a merced de un capitalismo salvaje y depredador y extender a la OTAN por toda la que había sido la anterior área de influencia soviética en Europa Oriental.
Ingenuamente las élites estadounidenses pensaron que Rusia ya no se levantaría, y sería un país satélite más de su hegemonía.
La llegada al poder de Putin hace 20 años, junto con una clase política forjada en las áreas de la inteligencia, los servicios de seguridad, la diplomacia y las fuerzas armadas, que siempre tuvieron claro que las potencias occidentales nunca verían a Rusia como aliada y socia, sino como vasalla y subordinada, cambio la ecuación interna, al lograr concentrar nuevamente el poder en el Kremlin, a través de una figura central fuerte como Putin, minar el poder de los oligarcas y recuperar la organización y visión estratégica de Rusia, con lo que su economía, poder militar y presencia internacional se reconstituyeron (aunque no al nivel que tuvo alguna vez la Unión Soviética).
Los cálculos de Washington y de la Unión Europea se cayeron por los suelos, cuando la potencia que pensaban vencida y subyugada volvió a reclamar su lugar en el escenario internacional y reafirmó su presencia regional, rechazando con la fuerza militar los retos que las potencias occidentales pretendieron enfrentarle (Georgia en 2007 y Ucrania en 2014).
Así también, Putin encolerizó al régimen sionista en Israel, que se considera el factótum de la política en Medio Oriente, al ya no aceptar la destrucción de otro país más de esa región, como lo había decidido la cúpula israelí (Irak, Libia, Afganistán), para balcanizarla y así ejercer sin contrapeso alguno su hegemonía (siempre con la “piedra en el zapato” de Irán, al que no han podido arrastrar a una guerra interna y/o externa), cuando decidió apoyar a su antiguo aliado Bashar el Assad de Siria, contra los terroristas y mercenarios pagados y apoyados por Estados Unidos, Israel, Gran Bretaña, Francia, Turquía y las petromonarquías del Golfo Pérsico.
Por otro lado, el imparable ascenso económico de China -que de igual forma, Washington pensó que sería una especie de factoría occidental en ultramar- demostrando que tenía sus prioridades y su visión estratégica independiente, prendió las alarmas de Occidente, especialmente cuando hace 10 años, 5 países (los BRICS) decidieron formar un grupo de cooperación en varias áreas, que de alguna manera ponía en entredicho el dominio de las potencias de Occidente.
Si bien los BRICS como tal ha colapsado como grupo contra-hegemónico de las potencias occidentales (la casi defección brasileña; los problemas internos en Sudáfrica; la estrategia india de estar a “horcajadas” entre Occidente y los BRICS), la alianza estratégica chino-rusa se ha ido consolidando y ha dado muestras de clara independencia e incluso de franca oposición a los dictados de las potencias occidentales.
Las aseveraciones de Macron constituyen la aceptación de que las potencias occidentales no pueden ya obligar a China y a Rusia a actuar según sus designios. Algo que el gobierno de Trump se niega a aceptar y por lo tanto mantiene las sanciones y presiones contra ambas potencias, lo que ha generado cada vez más tensiones y ha agudizado los conflictos internacionales en materia política, económica y la carrera armamentista.
Macron tiene claro que la Unión Europea, por su situación geográfica, es la más vulnerable en esta creciente rivalidad de Estados Unidos y Rusia, y que la alianza de esta con China prefigura una pérdida estratégica y económica para Europa, pues mientras siga el enfrentamiento con Moscú, los europeos no podrán desarrollar relaciones económicas más estrechas con un país con grandes reservas de recursos naturales, con un interesante mercado interno y con un “know how” muy avanzado en materia militar y aeroespacial.
En especial Macron ve que sin Rusia en la ecuación internacional, Europa queda a merced de lo que decida Washington, que ha asumido una actitud más imperativa ante Europa, exigiéndole aumentar su gasto militar y mayores concesiones en materia comercial y tecnológica.
La no tan clara, pero al menos anunciada, salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, y su muy posible alianza comercial con Estados Unidos, debilita aún más a los europeos ante las presiones estadounidenses. Por lo que Macron, al aceptar que la estrategia de aislamiento y sanciones contra Rusia ha fracasado, prefiere restablecer puentes de entendimiento con Moscú, que por un lado balanceen un poco el peso enorme de Estados Unidos, y por el otro eviten que Rusia se convierta en una potencia completamente hostil hacia Europa; y aún más, se cimente por completo la alianza con China, con lo que Europa tendría que lidiar con dos coaliciones antagónicas (la anglósfera por un lado y los rusos y chinos por el otro), a sus flancos.
El problema para Macron es que para romper con la política de aislamiento contra Rusia, requeriría el apoyo de los otros 26 miembros de la Unión Europea (dando por hecho que Gran Bretaña saldrá y se unirá más a Estados Unidos); y especialmente que Alemania decida seguirla en esta apuesta, algo que se ve muy difícil dada la gran dependencia militar y política de Berlín, respecto a Estados Unidos, y el gran temor que hay en las élites alemanas a cualquier tipo de fricción (menos aún rompimiento), con Washington.
Lo que es indudable es que el ascenso chino y ruso, están convenciendo finalmente a alguna parte de las élites occidentales a aceptar que mantener a todo trance la hegemonía sobre esas dos potencias, no sólo puede ser enormemente desgastante, sin lograr el objetivo perseguido; sino puede poner al mundo al borde de una guerra mundial de incalculables consecuencias. Por ello, es mejor buscar crear “puentes” de entendimiento con Beijing y especialmente con Moscú, antes de seguir profundizando la competencia y rivalidad entre grandes potencias.
Desgraciadamente en Washington (y en Tel Aviv, desde donde se dirige buena parte de la política militar y exterior de Estados Unidos), no tienen esa visión, y prefieren llevar las presiones al punto antes de la guerra (“brinkmanship”) contra rusos, chinos e iraníes, esperando que se doblen ante los dictados de los que todavía se creen los amos del mundo.


[2] Evitar la consolidación de un gobierno enemigo de Moscú en Kiev, y el desarrollo de políticas de hostigamiento y represión contra la población de origen ruso en Ucrania.

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