El
presidente francés, Emmanuel Macron afirmó a fines de agosto, durante la
Conferencia Anual de los embajadores franceses en París, que: “Estamos sin duda
viviendo el fin de la hegemonía occidental en el mundo”.[1]
En la misma
alocución señaló que “el continente europeo nunca será estable, nunca será
seguro, si no pacificamos y aclaramos nuestras relaciones con Rusia”. Y en este
sentido Macron afirmó que “…alejar a Rusia de Europa es un profundo error
estratégico porque estamos empujando a Rusia, ya sea al aislamiento, lo que
aumenta las tensiones, o a aliarse con otras potencias como China, lo que no
sería de nuestro interés”.
Este es uno
de los planteamientos estratégicos más importantes de los últimos años, debido
a que desde hace un lustro (el golpe de Estado en Ucrania, que derivó en la
guerra civil y en la anexión de Crimea por parte de Rusia), la estrategia
delineada desde Washington y apoyada por Europa Occidental ha sido castigar y
aislar al gobierno de Putin, al considerar que la defensa del interés nacional
ruso[2] constituía un riesgo a la
hegemonía occidental en Europa y en otras regiones del mundo (especialmente por
su apoyo al régimen de Bashar el Assad en Siria).
Todo parte
de la visión estadounidense de que el fin de la Guerra Fría en 1991, significó
un “triunfo” del capitalismo y de los Estados Unidos, lo que implicaba obtener
el “botín” de dicha victoria, a través de la explotación y casi devastación de
la economía rusa, en favor de los capitalistas occidentales y sus aliados
ruso-judíos (los oligarcas) que aprovecharon el derrumbe de la Unión Soviética
para enriquecerse a expensas del pueblo ruso.
En vez de
haber impulsado un plan similar al “Marshall” después de la Segunda Guerra
Mundial, que ayudó a las potencias europeas derrotadas a levantar su economía,
en el caso ruso, se optó por desbaratar su economía, dejarla a merced de un
capitalismo salvaje y depredador y extender a la OTAN por toda la que había
sido la anterior área de influencia soviética en Europa Oriental.
Ingenuamente
las élites estadounidenses pensaron que Rusia ya no se levantaría, y sería un
país satélite más de su hegemonía.
La llegada
al poder de Putin hace 20 años, junto con una clase política forjada en las áreas
de la inteligencia, los servicios de seguridad, la diplomacia y las fuerzas
armadas, que siempre tuvieron claro que las potencias occidentales nunca verían
a Rusia como aliada y socia, sino como vasalla y subordinada, cambio la
ecuación interna, al lograr concentrar nuevamente el poder en el Kremlin, a
través de una figura central fuerte como Putin, minar el poder de los oligarcas
y recuperar la organización y visión estratégica de Rusia, con lo que su
economía, poder militar y presencia internacional se reconstituyeron (aunque no
al nivel que tuvo alguna vez la Unión Soviética).
Los cálculos
de Washington y de la Unión Europea se cayeron por los suelos, cuando la
potencia que pensaban vencida y subyugada volvió a reclamar su lugar en el
escenario internacional y reafirmó su presencia regional, rechazando con la
fuerza militar los retos que las potencias occidentales pretendieron
enfrentarle (Georgia en 2007 y Ucrania en 2014).
Así también,
Putin encolerizó al régimen sionista en Israel, que se considera el factótum de
la política en Medio Oriente, al ya no aceptar la destrucción de otro país más
de esa región, como lo había decidido la cúpula israelí (Irak, Libia,
Afganistán), para balcanizarla y así ejercer sin contrapeso alguno su hegemonía
(siempre con la “piedra en el zapato” de Irán, al que no han podido arrastrar a
una guerra interna y/o externa), cuando decidió apoyar a su antiguo aliado Bashar
el Assad de Siria, contra los terroristas y mercenarios pagados y apoyados por
Estados Unidos, Israel, Gran Bretaña, Francia, Turquía y las petromonarquías
del Golfo Pérsico.
Por otro
lado, el imparable ascenso económico de China -que de igual forma, Washington
pensó que sería una especie de factoría occidental en ultramar- demostrando que
tenía sus prioridades y su visión estratégica independiente, prendió las alarmas
de Occidente, especialmente cuando hace 10 años, 5 países (los BRICS)
decidieron formar un grupo de cooperación en varias áreas, que de alguna manera
ponía en entredicho el dominio de las potencias de Occidente.
Si bien los
BRICS como tal ha colapsado como grupo contra-hegemónico de las potencias
occidentales (la casi defección brasileña; los problemas internos en Sudáfrica;
la estrategia india de estar a “horcajadas” entre Occidente y los BRICS), la
alianza estratégica chino-rusa se ha ido consolidando y ha dado muestras de
clara independencia e incluso de franca oposición a los dictados de las
potencias occidentales.
Las
aseveraciones de Macron constituyen la aceptación de que las potencias
occidentales no pueden ya obligar a China y a Rusia a actuar según sus
designios. Algo que el gobierno de Trump se niega a aceptar y por lo tanto
mantiene las sanciones y presiones contra ambas potencias, lo que ha generado
cada vez más tensiones y ha agudizado los conflictos internacionales en materia
política, económica y la carrera armamentista.
Macron tiene
claro que la Unión Europea, por su situación geográfica, es la más vulnerable
en esta creciente rivalidad de Estados Unidos y Rusia, y que la alianza de esta
con China prefigura una pérdida estratégica y económica para Europa, pues
mientras siga el enfrentamiento con Moscú, los europeos no podrán desarrollar
relaciones económicas más estrechas con un país con grandes reservas de
recursos naturales, con un interesante mercado interno y con un “know how” muy
avanzado en materia militar y aeroespacial.
En especial
Macron ve que sin Rusia en la ecuación internacional, Europa queda a merced de
lo que decida Washington, que ha asumido una actitud más imperativa ante
Europa, exigiéndole aumentar su gasto militar y mayores concesiones en materia
comercial y tecnológica.
La no tan
clara, pero al menos anunciada, salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, y
su muy posible alianza comercial con Estados Unidos, debilita aún más a los
europeos ante las presiones estadounidenses. Por lo que Macron, al aceptar que
la estrategia de aislamiento y sanciones contra Rusia ha fracasado, prefiere
restablecer puentes de entendimiento con Moscú, que por un lado balanceen un poco
el peso enorme de Estados Unidos, y por el otro eviten que Rusia se convierta
en una potencia completamente hostil hacia Europa; y aún más, se cimente por
completo la alianza con China, con lo que Europa tendría que lidiar con dos
coaliciones antagónicas (la anglósfera por un lado y los rusos y chinos por el
otro), a sus flancos.
El problema
para Macron es que para romper con la política de aislamiento contra Rusia,
requeriría el apoyo de los otros 26 miembros de la Unión Europea (dando por
hecho que Gran Bretaña saldrá y se unirá más a Estados Unidos); y especialmente
que Alemania decida seguirla en esta apuesta, algo que se ve muy difícil dada
la gran dependencia militar y política de Berlín, respecto a Estados Unidos, y
el gran temor que hay en las élites alemanas a cualquier tipo de fricción
(menos aún rompimiento), con Washington.
Lo que es
indudable es que el ascenso chino y ruso, están convenciendo finalmente a
alguna parte de las élites occidentales a aceptar que mantener a todo trance la
hegemonía sobre esas dos potencias, no sólo puede ser enormemente desgastante,
sin lograr el objetivo perseguido; sino puede poner al mundo al borde de una
guerra mundial de incalculables consecuencias. Por ello, es mejor buscar crear “puentes”
de entendimiento con Beijing y especialmente con Moscú, antes de seguir
profundizando la competencia y rivalidad entre grandes potencias.
Desgraciadamente
en Washington (y en Tel Aviv, desde donde se dirige buena parte de la política
militar y exterior de Estados Unidos), no tienen esa visión, y prefieren llevar
las presiones al punto antes de la guerra (“brinkmanship”) contra rusos, chinos
e iraníes, esperando que se doblen ante los dictados de los que todavía se
creen los amos del mundo.
[2]
Evitar la consolidación de un gobierno enemigo de Moscú en Kiev, y el
desarrollo de políticas de hostigamiento y represión contra la población de
origen ruso en Ucrania.
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