No lo
sabemos. Lo que sí sabemos es que Trump estaba exultante. Manifestó que era un “muy
buen acuerdo”, el logrado con México y dio por muerto al North American Free
Trade Agreement (NAFTA); incluso el nombre mismo desaparecerá, ahora se llamará,
según Trump, Acuerdo Comercial México-Estados Unidos.
Todo parece
indicar que con objeto de que Peña lograra un postrero “triunfo” antes de
terminar su fracasada presidencia; de que López Obrador evite el desgaste de
una negociación que se alargue hasta después de su toma de posesión y ello
afecte la economía del país; y de que Trump pueda presumir un logro en materia
de comercio internacional, además de desviar algo las malas noticias que ha
tenido la última semana, respecto a las investigaciones de diversos presuntos delitos
de colaboradores suyos, por parte del fiscal Mueller, que lo afectarían
directamente a él; se decidió apresurar las negociaciones entre México y Estados
Unidos, con objeto de firmar el nuevo tratado, antes de las elecciones
intermedias en el vecino del Norte, que todo parece indicar pueden traer una
mayoría demócrata en la Cámara de Representantes (se ve más difícil que suceda
eso en el Senado).
Así también,
Trump necesita enviar a la brevedad el tratado firmado al Congreso, el que
tendrá 90 días para aprobarlo o rechazarlo en conjunto, sin enmiendas; y Trump
prefiere que ese paso lo haga con un Congreso aún dominado por los republicanos.
El asunto es
que no se sabe qué tanto tuvo que ceder Peña (y con él López Obrador), para que
se terminara la negociación y si Trump cedió algo o no.
No queda aún
claro qué quedó de las famosas “píldoras envenenadas” de Trump como la “cláusula
sunset”[1], o sea la finalización del
tratado cada 5 años y su renegociación; la estacionalidad en materia agrícola,
lo que obligaba a México a aceptar restringir sus exportaciones a Estados
Unidos en las temporadas en que la producción de ese país se considerara
suficiente[2]; el contenido nacional en
la industria automotriz, que se exigía que el 50% fuera para Estados Unidos; y
la resolución de controversias, para cambiar de los paneles tripartitos a los
tribunales nacionales.[3]
Además,
estaba la diferencia en materia energética, por la oposición del nuevo
presidente de México a que la reforma energética impulsada por Peña quedara
incluida en el nuevo tratado (al parecer sí quedó).
Según lo muy
poco que han detallado los negociadores mexicanos sobre lo concluido, los
intereses estadounidenses quedaron bien resguardados, pero no queda claro que
así haya sido en el caso mexicano.
Además, como
quería Trump, en los hechos acabo siendo una negociación bilateral con Estados
Unidos, en donde la asimetría de poder favoreció claramente a Washington;
dejando fuera a Canadá por lo pronto, y que tendrá que negociar ahora por su
lado tanto con Estados Unidos como con México. México acabó así dándole la
espalda a Ottawa, en favor de Washington[4].
Y, por
supuesto, los trabajadores mexicanos quedaron totalmente olvidados, pues no se
sabe de ninguna cláusula o capítulo que permita mejorar los sueldos de los
trabajadores mexicanos y sus condiciones generales de trabajo, algo que las
trasnacionales y los oligarcas mexicanos estuvieron obstaculizando
continuamente durante las negociaciones, a pesar de la insistencia en ese
sentido de los sindicatos canadienses y estadounidenses.
Claro que
ahora las felicitaciones y los abrazos entre empresarios y funcionarios están a
la orden del día. Pero cuando se analicen los detalles del acuerdo se verá si el
gran ganador del mismo es Estados Unidos o no. El tiempo lo dirá.
[1]
Al parecer se revisaría en los primeros 6 años; y si no hay necesidad de
revisarlo, quedaría vigente por 16 años.
[2]
Trump dijo que México se comprometió a hacer grandes compras a los agricultores
estadounidenses.
[3]
Parece que será un sistema híbrido entre ambas opciones.
[4]
Por más que los negociadores mexicanos insisten en que quieren un tratado
trilateral, pero si Canadá no llega a un acuerdo con Estados Unidos, México sí
seguirá con el tratado por su parte.
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