El presidente
electo de México ha establecido firmemente que él no quiere ser un presidente
más. Que su misión es transformar a México; llevarlo a su 4ª Gran
Transformación, después de la Independencia, la Reforma y la Revolución. Ha
señalado que la transformación del país “será pacífica, pero profunda;
ordenada, pero radical”.[1]
En el
capítulo 24 del primer tomo de El Capital, Carlos Marx en su descripción de las
condiciones que dan lugar a la “acumulación originaria del capital”, concluye
con la famosa frase: “La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada
de una nueva. Ella misma es una potencia económica”.[2]
Pero López
Obrador señaló durante el 5º Congreso Nacional de Morena, que “..se fue
arraigando el criterio de que sólo se podía transformar por la vía armada, que
no había otro camino”.[3]
En
principio, se podría afirmar que las tres transformaciones históricas del país
han tenido como componente fundamental, la lucha armada contra el régimen
político imperante.
El cambio
político que se verificó en 1821 cuando México logró formalmente su
independencia del Imperio Español, fue el producto de varios factores, tales como
una larga lucha de una variopinta coalición de criollos, indios y mestizos que
pretendieron autonomizarse de las autoridades centrales de Madrid, que estaban
subyugadas por los ejércitos napoleónicos; y que muy pronto se convirtió en una
verdadera lucha por la independencia.
La mejor
organización, mayor poder de fuego y el apoyo recibido de una parte no
despreciable de la sociedad novohispana permitió a los ejércitos españoles
prevalecer sobre los insurgentes (captura y muerte de Hidalgo primero y de
Morelos después), condenando a los insurrectos a una guerra de guerrillas en el
Sur, comandada por Vicente Guerrero.
Fueron los
cambios en la política interna del Imperio Español, con el avance del
liberalismo (impulsado por la rebelión de Rafael del Riego en Sevilla, en 1820),
lo que llevó a Fernando VII a firmar la Constitución liberal de Cádiz (la de
1812), y a las conservadoras élites españolas de la Nueva España y sus aliados
criollos a decidir, ahora sí, la independencia de México, para lo cual fue
necesario apagar el foco guerrillero del Sur, lo que se logró mediante un pacto
entre Iturbide y Guerrero (“el abrazo de Acatempan”).
Así, la
primera gran transformación de México se realizó impulsada por las clases
dirigentes del país, para la defensa de sus intereses económicos y políticos,
ya que la revolución popular, si bien viva aún, estaba acotada y sin
posibilidades reales de acceder por sí sola al poder.
Para las
siguientes tres décadas y media, las invasiones extranjeras, la pérdida de
territorio y las constantes disputas entre monarquistas y republicanos,
centralistas y federalistas y finalmente liberales y conservadores, dejaron un
país desunido, atrasado y sin proyecto nacional.
De ahí que
la Guerra de Reforma (1857-60) terminó por dirimir esas disputas en favor de
los liberales, que después de derrotar al dictador y factótum de la política mexicana por 3 décadas, Antonio López de
Santa Ana, plasmaron jurídicamente el nuevo orden en la Constitución de 1857;
para después enfrentar la respuesta conservadora, primero en la guerra civil y
después ante la intervención extranjera instigada por los perdedores de aquélla,
que finalmente consolidó un proyecto nacional con la salida de las tropas
francesas y la derrota de las conservadoras en 1867.
Así, entre
la independencia y el triunfo definitivo del liberalismo en 1867, transcurrieron
46 años, casi medio siglo.
El liberalismo
juarista, se convirtió después en el nuevo conservadurismo porfirista, que
entronizó en el poder a una clase terrateniente y a las empresas extranjeras,
dejando en el olvido, la represión y la miseria a las mayorías, lo que a la
postre provocaría un nuevo movimiento armado; primero encabezado por la
incipiente burguesía con Francisco I. Madero; quien fracasó en su intento por
salvar al sistema prevaleciente de dominación, con tan sólo unos cuantos
ajustes al régimen político, lo que a la postre desató la verdadera revolución,
que levantó a las clases desposeídas que derrotaron al antiguo régimen en 1914.
Sin embargo,
el ala moderada del movimiento, dirigida por la clase media terminó
imponiéndose al ala más radical, dirigida por los dos principales líderes populares,
Emiliano Zapata y Francisco Villa.
El triunfo
revolucionario se plasmó nuevamente en una constitución, la de 1917 (otra vez
medio siglo entre una transformación y otra) qué con tumbos y cientos de
modificaciones, llegó hasta inicios de los años noventa del siglo XX, en que se
le hizo una cirugía mayor por parte de los neoliberales en el poder, con objeto
de cerrar definitivamente las promesas (nunca cumplidas) de la Revolución y de
la Constitución del 17 a las masas del pueblo.
Desde hace
30 años el neoliberalismo en lo económico, un régimen político de derecha y la
subordinación a la potencia hegemónica (Estados Unidos), han definido el rumbo
del país, lo que ha desembocado en la exclusión de por lo menos la mitad de la
población del desarrollo; el mantenimiento de la desigualdad entre una minoría
privilegiada y el resto de la población; y el aumento de la violencia, la
inseguridad, la impunidad y la corrupción, lo que ha provocado que por primera
vez desde la Revolución, un movimiento social derrote a los representantes del
régimen prevaleciente, no mediante las armas y el derramamiento de sangre, sino
a través de un proceso electoral.
Entre la
Constitución de 1917 y la que se espera sea la cuarta transformación histórica
del país, transcurrieron 101 años. El doble de las dos ocasiones anteriores;
además, no se verificó una lucha armada interna para derrotar al régimen.
Estas
diferencias se pueden explicar por los cambios en el contexto histórico, en los
avances tecnológicos y científicos; en las trasformaciones sociales y políticas
del último siglo, etc., que evitaron que las contradicciones al interior de las
clases dirigentes del país; y desde un punto de vista marxista, entre clases,
no tuvieran que dirimirse mediante una guerra civil, sino que se pudieran
procesar a través de mecanismos pacíficos, como las elecciones.
Sin embargo,
aquí surgen varias preguntas que habría que hacerse sobre las posibilidades
reales de que se verifique una 4ª transformación del tamaño y profundidad de
las anteriores.
¿En las
anteriores tres transformaciones, qué sucedió con las clases dirigentes? ¿Las
guerras que las precedieron lograron derrotar por completo al régimen
prevaleciente y a sus beneficiarios o sólo cambiaron a unos dirigentes por
otros, sin modificar de fondo la estructura de dominación? ¿Después de la
transformación, se verificó una mejoría de las condiciones de vida de las
mayorías, o sólo se modificó la forma de mantener la dominación? ¿El cambio de
las condiciones económicas, políticas y sociales en el país llevaron a que se
verificara la siguiente transformación; o fue el fracaso de la transformación
anterior lo que provocó la siguiente?
López Obrador
se encuentra entre el cambio y la continuidad. Su promesa es que va a cambiar
de fondo, radicalmente al antiguo régimen, pero lo va a hacer pacíficamente,
ordenadamente. Eso quiere decir que los beneficiarios de ese régimen van a
aceptar pacíficamente que se les recorten o eliminen sus privilegios, o la
forma en que los obtienen (corrupción, tráfico de influencias, favoritismos,
fraudes, etc.); o López Obrador, con el dominio sobre la mayoría de las
instituciones del país, los va a obligar a aceptarlos.
Normalmente,
en la historia de la humanidad, aquellos que se han beneficiado de un sistema
económico y de un régimen político determinados, lucharán con todo lo que
tienen para preservarlos, pues de ello depende su riqueza y su poder.
Sólo estarán
dispuestos a negociar una disminución de esos privilegios y de ese poder, si no
tienen otro remedio. Esto es, si la correlación de fuerzas en materia política,
económica, social y militar es francamente desfavorable para ellos.
En estos
momentos López Obrador tiene más fuerza política y social que los beneficiarios
del antiguo régimen; pero en el aspecto económico estos siguen teniendo la
ventaja; y en el militar, hasta que López Obrador no pueda establecer su
jerarquía sobre las fuerzas armadas, éstas seguirán más sesgadas hacia los
beneficiarios del antiguo régimen y hacia la potencia hegemónica que las ha ido
cooptando en la última década.
En lo que
respecta a la burocracia, es importante recordar lo que Henry Kissinger escribió
en su famoso libro Un Mundo Restaurado[4]:
“… la prueba
final de una política es su capacidad para obtener el apoyo interno. Esto tiene
dos aspectos: el problema de legitimar una política dentro del aparato gubernamental, que es un problema de
racionalidad burocrática; y el de armonizarla con la experiencia nacional, que
es un problema de desarrollo histórico”.
Esto es,
López Obrador, además de enfrentarse a una clase económica acostumbrada a
obtener beneficios enormes a través de su cercanía con el poder político e
incluso de la sumisión de la clase política y de su burocracia; también ha de
enfrentar los usos y costumbres que por treinta años la burocracia, y en
especial la tecnocracia económica y financiera, han practicado para favorecer
precisamente a esa clase económica.
Al respecto
Kissinger señala: “…el espíritu de la política y de la burocracia se oponen
diametralmente. La esencia de la política es su contingencia; su éxito depende
de lo correcto de una estimación que es en parte conjetura. La esencia de la
burocracia es su búsqueda de seguridad; su éxito es cuestión de cálculo. La
política profunda se nutre de la creación perpetua, de una redefinición
constante de metas. La buena administración se nutre de rutina, la definición
de relaciones que puedan sobrevivir a la mediocridad.”[5]
De ahí que
López Obrador tiene un mandato poderoso de cambio de la mayoría de la población.
Pero se enfrenta a otra parte de la población, poderosa por sus recursos, que
luchará con todo para que se mantenga la continuidad, especialmente en lo que a
política económica se refiere.
La única
forma en que López Obrador podrá superar en 5 años (pues los últimos 10 meses
de su mandato estarán inmersos en la siguiente sucesión presidencial y en el
cambio de gobierno) las resistencias al impulso de transformación, es
apoyándose en las mayorías que le exigen, que le demandan esa transformación
profunda.
Por ello,
López Obrador no puede, ni debe dejar olvidadas a sus bases, que le han
impulsado hasta donde está, y que son las únicas que pueden soportar las
presiones y los embates de las fuerzas que van en retirada, pero que a diferencia
de las transformaciones históricas anteriores, no fueron destruidas en una
lucha armada, por lo que siguen contando con gran cantidad de instrumentos
económicos, políticos y sociales para detener y revertir el cambio profundo que
ha exigido la gran mayoría del pueblo de México.
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