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Zapata

lunes, 20 de agosto de 2018

LÓPEZ OBRADOR ENTRE EL CAMBIO Y LA CONTINUIDAD

El presidente electo de México ha establecido firmemente que él no quiere ser un presidente más. Que su misión es transformar a México; llevarlo a su 4ª Gran Transformación, después de la Independencia, la Reforma y la Revolución. Ha señalado que la transformación del país “será pacífica, pero profunda; ordenada, pero radical”.[1]
En el capítulo 24 del primer tomo de El Capital, Carlos Marx en su descripción de las condiciones que dan lugar a la “acumulación originaria del capital”, concluye con la famosa frase: “La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica”.[2]
Pero López Obrador señaló durante el 5º Congreso Nacional de Morena, que “..se fue arraigando el criterio de que sólo se podía transformar por la vía armada, que no había otro camino”.[3]
En principio, se podría afirmar que las tres transformaciones históricas del país han tenido como componente fundamental, la lucha armada contra el régimen político imperante.
El cambio político que se verificó en 1821 cuando México logró formalmente su independencia del Imperio Español, fue el producto de varios factores, tales como una larga lucha de una variopinta coalición de criollos, indios y mestizos que pretendieron autonomizarse de las autoridades centrales de Madrid, que estaban subyugadas por los ejércitos napoleónicos; y que muy pronto se convirtió en una verdadera lucha por la independencia.
La mejor organización, mayor poder de fuego y el apoyo recibido de una parte no despreciable de la sociedad novohispana permitió a los ejércitos españoles prevalecer sobre los insurgentes (captura y muerte de Hidalgo primero y de Morelos después), condenando a los insurrectos a una guerra de guerrillas en el Sur, comandada por Vicente Guerrero.
Fueron los cambios en la política interna del Imperio Español, con el avance del liberalismo (impulsado por la rebelión de Rafael del Riego en Sevilla, en 1820), lo que llevó a Fernando VII a firmar la Constitución liberal de Cádiz (la de 1812), y a las conservadoras élites españolas de la Nueva España y sus aliados criollos a decidir, ahora sí, la independencia de México, para lo cual fue necesario apagar el foco guerrillero del Sur, lo que se logró mediante un pacto entre Iturbide y Guerrero (“el abrazo de Acatempan”).
Así, la primera gran transformación de México se realizó impulsada por las clases dirigentes del país, para la defensa de sus intereses económicos y políticos, ya que la revolución popular, si bien viva aún, estaba acotada y sin posibilidades reales de acceder por sí sola al poder.
Para las siguientes tres décadas y media, las invasiones extranjeras, la pérdida de territorio y las constantes disputas entre monarquistas y republicanos, centralistas y federalistas y finalmente liberales y conservadores, dejaron un país desunido, atrasado y sin proyecto nacional.
De ahí que la Guerra de Reforma (1857-60) terminó por dirimir esas disputas en favor de los liberales, que después de derrotar al dictador y factótum de la política mexicana por 3 décadas, Antonio López de Santa Ana, plasmaron jurídicamente el nuevo orden en la Constitución de 1857; para después enfrentar la respuesta conservadora, primero en la guerra civil y después ante la intervención extranjera instigada por los perdedores de aquélla, que finalmente consolidó un proyecto nacional con la salida de las tropas francesas y la derrota de las conservadoras en 1867.
Así, entre la independencia y el triunfo definitivo del liberalismo en 1867, transcurrieron 46 años, casi medio siglo.
El liberalismo juarista, se convirtió después en el nuevo conservadurismo porfirista, que entronizó en el poder a una clase terrateniente y a las empresas extranjeras, dejando en el olvido, la represión y la miseria a las mayorías, lo que a la postre provocaría un nuevo movimiento armado; primero encabezado por la incipiente burguesía con Francisco I. Madero; quien fracasó en su intento por salvar al sistema prevaleciente de dominación, con tan sólo unos cuantos ajustes al régimen político, lo que a la postre desató la verdadera revolución, que levantó a las clases desposeídas que derrotaron al antiguo régimen  en 1914.
Sin embargo, el ala moderada del movimiento, dirigida por la clase media terminó imponiéndose al ala más radical, dirigida por los dos principales líderes populares, Emiliano Zapata y Francisco Villa.
El triunfo revolucionario se plasmó nuevamente en una constitución, la de 1917 (otra vez medio siglo entre una transformación y otra) qué con tumbos y cientos de modificaciones, llegó hasta inicios de los años noventa del siglo XX, en que se le hizo una cirugía mayor por parte de los neoliberales en el poder, con objeto de cerrar definitivamente las promesas (nunca cumplidas) de la Revolución y de la Constitución del 17 a las masas del pueblo.
Desde hace 30 años el neoliberalismo en lo económico, un régimen político de derecha y la subordinación a la potencia hegemónica (Estados Unidos), han definido el rumbo del país, lo que ha desembocado en la exclusión de por lo menos la mitad de la población del desarrollo; el mantenimiento de la desigualdad entre una minoría privilegiada y el resto de la población; y el aumento de la violencia, la inseguridad, la impunidad y la corrupción, lo que ha provocado que por primera vez desde la Revolución, un movimiento social derrote a los representantes del régimen prevaleciente, no mediante las armas y el derramamiento de sangre, sino a través de un proceso electoral.
Entre la Constitución de 1917 y la que se espera sea la cuarta transformación histórica del país, transcurrieron 101 años. El doble de las dos ocasiones anteriores; además, no se verificó una lucha armada interna para derrotar al régimen.
Estas diferencias se pueden explicar por los cambios en el contexto histórico, en los avances tecnológicos y científicos; en las trasformaciones sociales y políticas del último siglo, etc., que evitaron que las contradicciones al interior de las clases dirigentes del país; y desde un punto de vista marxista, entre clases, no tuvieran que dirimirse mediante una guerra civil, sino que se pudieran procesar a través de mecanismos pacíficos, como las elecciones.
Sin embargo, aquí surgen varias preguntas que habría que hacerse sobre las posibilidades reales de que se verifique una 4ª transformación del tamaño y profundidad de las anteriores.
¿En las anteriores tres transformaciones, qué sucedió con las clases dirigentes? ¿Las guerras que las precedieron lograron derrotar por completo al régimen prevaleciente y a sus beneficiarios o sólo cambiaron a unos dirigentes por otros, sin modificar de fondo la estructura de dominación? ¿Después de la transformación, se verificó una mejoría de las condiciones de vida de las mayorías, o sólo se modificó la forma de mantener la dominación? ¿El cambio de las condiciones económicas, políticas y sociales en el país llevaron a que se verificara la siguiente transformación; o fue el fracaso de la transformación anterior lo que provocó la siguiente?
López Obrador se encuentra entre el cambio y la continuidad. Su promesa es que va a cambiar de fondo, radicalmente al antiguo régimen, pero lo va a hacer pacíficamente, ordenadamente. Eso quiere decir que los beneficiarios de ese régimen van a aceptar pacíficamente que se les recorten o eliminen sus privilegios, o la forma en que los obtienen (corrupción, tráfico de influencias, favoritismos, fraudes, etc.); o López Obrador, con el dominio sobre la mayoría de las instituciones del país, los va a obligar a aceptarlos.
Normalmente, en la historia de la humanidad, aquellos que se han beneficiado de un sistema económico y de un régimen político determinados, lucharán con todo lo que tienen para preservarlos, pues de ello depende su riqueza y su poder.
Sólo estarán dispuestos a negociar una disminución de esos privilegios y de ese poder, si no tienen otro remedio. Esto es, si la correlación de fuerzas en materia política, económica, social y militar es francamente desfavorable para ellos.
En estos momentos López Obrador tiene más fuerza política y social que los beneficiarios del antiguo régimen; pero en el aspecto económico estos siguen teniendo la ventaja; y en el militar, hasta que López Obrador no pueda establecer su jerarquía sobre las fuerzas armadas, éstas seguirán más sesgadas hacia los beneficiarios del antiguo régimen y hacia la potencia hegemónica que las ha ido cooptando en la última década.
En lo que respecta a la burocracia, es importante recordar lo que Henry Kissinger escribió en su famoso libro Un Mundo Restaurado[4]:
“… la prueba final de una política es su capacidad para obtener el apoyo interno. Esto tiene dos aspectos: el problema de legitimar una política dentro del aparato gubernamental, que es un problema de racionalidad burocrática; y el de armonizarla con la experiencia nacional, que es un problema de desarrollo histórico”.
Esto es, López Obrador, además de enfrentarse a una clase económica acostumbrada a obtener beneficios enormes a través de su cercanía con el poder político e incluso de la sumisión de la clase política y de su burocracia; también ha de enfrentar los usos y costumbres que por treinta años la burocracia, y en especial la tecnocracia económica y financiera, han practicado para favorecer precisamente a esa clase económica.
Al respecto Kissinger señala: “…el espíritu de la política y de la burocracia se oponen diametralmente. La esencia de la política es su contingencia; su éxito depende de lo correcto de una estimación que es en parte conjetura. La esencia de la burocracia es su búsqueda de seguridad; su éxito es cuestión de cálculo. La política profunda se nutre de la creación perpetua, de una redefinición constante de metas. La buena administración se nutre de rutina, la definición de relaciones que puedan sobrevivir a la mediocridad.”[5]
De ahí que López Obrador tiene un mandato poderoso de cambio de la mayoría de la población. Pero se enfrenta a otra parte de la población, poderosa por sus recursos, que luchará con todo para que se mantenga la continuidad, especialmente en lo que a política económica se refiere.
La única forma en que López Obrador podrá superar en 5 años (pues los últimos 10 meses de su mandato estarán inmersos en la siguiente sucesión presidencial y en el cambio de gobierno) las resistencias al impulso de transformación, es apoyándose en las mayorías que le exigen, que le demandan esa transformación profunda.
Por ello, López Obrador no puede, ni debe dejar olvidadas a sus bases, que le han impulsado hasta donde está, y que son las únicas que pueden soportar las presiones y los embates de las fuerzas que van en retirada, pero que a diferencia de las transformaciones históricas anteriores, no fueron destruidas en una lucha armada, por lo que siguen contando con gran cantidad de instrumentos económicos, políticos y sociales para detener y revertir el cambio profundo que ha exigido la gran mayoría del pueblo de México.





[4] Kissinger, Henry; Un Mundo Restaurado; México; traducción de Eduardo L. Suárez; FCE; 1ª ed. en español 1973; p. 414-415
[5] Ibidem.

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