En estos
meses ha quedado claro que el gobierno de Estados Unidos, formalmente
encabezado por Donald Trump y especialmente por los grupos que lo manejan, como
el complejo militar-industrial-de seguridad; las agencias de seguridad e
inteligencia (el Deep State); los neoconservadores, que ahora tienen en su
“bolsillo” el Departamento de Estado, el del Tesoro; la oficina del consejero
de Seguridad Nacional, la representación ante la ONU y el Pentágono (más sus
cientos de think tanks y
publicaciones); los principales medios de comunicación de Estados Unidos[1]; Wall Street; el lobby pro
Israel y el lobby pro Arabia; están embarcados en una estrategia de destrucción
de los países que no han quedado subyugados a su dominio; y de acotamiento del
poder de las dos potencias que no aceptan la hegemonía estadounidense en el
mundo, China y Rusia.
Por un lado,
si bien las grandes corporaciones trasnacionales de Estados Unidos (y en menor
medida de Europa y Japón) fueron las que diseñaron, pusieron en práctica y
desarrollaron la globalización económica durante las últimas 4 décadas, con el
objetivo de lograr el domino económico del planeta, aprovechando la explotación
de los recursos naturales de los 5 continentes, sin molestas regulaciones
ambientales; de la mano de obra barata, con legislaciones laborales a modo; y mediante
la conformación de cadenas productivas trasnacionales, sin aranceles o medidas
no arancelarias que las obstaculizaran; ahora una parte del establecimiento
político-económico de Estados Unidos está poniendo en riesgo ese esquema por
una razón fundamental: está provocando la pérdida de la hegemonía económica del
país eje y rector de este modelo, esto es Estados Unidos.
La zona que
más ha aprovechado las ventajas de la globalización es principalmente la región
Asia-Pacífico y específicamente China, que supo hacer embonar su sistema
político no democrático, con las necesidades y demandas de la globalización
económica; y más importante todavía, ha lanzado una estrategia de expansión con
la “Nueva Ruta de la Seda”, sumada a su enorme planta industrial, que
prácticamente se ha convertido en la “fábrica del mundo”, con lo que ha logrado
alcanzar en tamaño a la economía estadounidense y en la próxima década la
superará.
Hay que
recordar lo que el estudioso de la historia de las grandes potencias, Paul
Kennedy mencionaba en su ya clásico estudio “Auge y Caída de las Grandes
Potencias”[2]:
“ Las
fuerzas relativas de las naciones líderes en el escenario mundial nunca
permanecen constantes, sobre todo a causa del índice irregular de crecimiento
en las distintas sociedades y de los avances tecnológicos y organizativos que
proporcionan mayores ventajas a una sociedad que a otra……Una vez aumentada su
capacidad productiva, los países encontraban normalmente más sencillo soportar
el peso de pagar armamento a gran escala en tiempos de paz y mantener y
abastecer mayores ejércitos en tiempos de guerra. Dicho así parece brutalmente
mercantilista, pero por lo general se necesita de la riqueza para sostener el
poder militar y del poder militar para adquirir y proteger la riqueza. Sin
embargo, si una proporción excesiva de los recursos del Estado se desvía de la
creación de riqueza para colocarla en objetivos militares, esto puede conducir
a un debilitamiento del poder nacional a largo plazo. De la misma manera, si un
Estado se excede estratégicamente – digamos por la conquista de territorios
extensos o el mantenimiento de guerras costosas- corre el riesgo de que los
beneficios potenciales de la expansión externa sean superados por el enorme
gasto del proceso, problema que se agudiza si la nación involucrada ha entrado
en un período de declive económico relativo.”
He ahí
porqué el establecimiento político-militar de Washington está buscando recuperar
su base industrial y proteger su base científico-tecnológica, con objeto de
evitar que China los supere en ambos campos; y ello le de la plataforma para en
un futuro superar a Estados Unidos estratégicamente.
En los altos
círculos de la toma de decisiones de Estados Unidos, están conscientes que el
aumentar exponencialmente los gastos militares afectan en buena medida la capacidad
económica del país; pero eso es una parte de la estrategia que va dirigida a
poner presión sobre China y Rusia, obligándolas a entrar en una carrera armamentista,
que desde el punto de vista financiero, Estados Unidos la tiene ganada de
antemano; pues puede gastar los dólares que quiera en ella, dado que el sistema
financiero internacional sigue basado en el uso del dólar, moneda que puede
crear la Reserva Federal a placer (ya lo demostró con los quantitative easings, mediante los cuales financió y enriqueció aún
más a Wall Street).
Por otro
lado, sin importar el déficit en el que pueda incurrir el gobierno, baja
brutalmente los impuestos a las grandes corporaciones para que traigan el
dinero que tienen en paraísos offshore
(casi 4 trillones de dólares); así como sus plantas industriales al país, con
objeto de ir recuperando nuevamente su base industrial y así evitar que sea
China la que acapare el dominio de la manufactura a nivel mundial.
Si bien la
guerra arancelaria que ha iniciado Estados Unidos contra China le afectará
también en el corto plazo, confía en que en el mediano y largo plazos sea China
la que se vea más afectada en vista de que el grueso de las exportaciones
chinas de manufactura van a Estados Unidos, y una guerra comercial prolongada
afectará más la base productiva china que la de Estados Unidos; que además
espera que con la baja de impuestos y la desregulación, puedan regresar miles
de empresas estadounidenses al país, con lo que también se afectará la economía
del gigante asiático.
Esa es la
apuesta contra China, para evitar que supere a Estados Unidos económicamente.
Por ello también el cierre de todo tipo de trasferencia tecnológica a China,
para evitar que en este campo Estados Unidos también pierda su liderazgo.
En suma, es
una guerra, sin llegar a ser militar, en todo el espectro económico contra el
reto que significa China a la hegemonía estadounidense. Que les de resultado o
no, ya se verá en los próximos años.
Pero por el
momento, la competencia estratégica con China es más importante que mantener la
globalización económica en su versión original.
En todo
caso, si Estados Unidos tuviera en Beijing un gobierno títere, al que pudiera
manejar, como lo hizo con el de Boris Yeltsin en Rusia en los años noventa del
siglo XX, entonces no sería necesaria esa estrategia de confrontación en todos
los aspectos; y es muy factible que un tipo como Donald Trump no hubiera
llegado a la presidencia.
Pero Trump
encaja perfectamente con los objetivos del establecimiento político-militar de
Estados Unidos en estos momentos, pues representa un estilo impredecible y de
confrontación con Beijing, que permite llevar a cabo una serie de decisiones que
políticos más tradicionales no se hubieran atrevido ni siquiera a sugerir, lo
que hubiera resultado en un mayor debilitamiento de la hegemonía económica
estadounidense (y por ende de la militar).
Con Rusia,
la confrontación es básicamente político-estratégica, y de lo que se trata es
de forzar a la economía rusa a mantener una carrera armamentista constante y
costosa; y a la vez, obligar a Rusia a intervenir continuamente en sus zonas
adyacentes o de influencia (Ucrania, Siria), para obligarla a sostener un
costoso aparato militar, que no pueda sufragar en vista de las continuas y
numerosas sanciones económicas (por Ucrania, por la inventada interferencia en
las elecciones de Estados Unidos y de medio mundo; por los supuestos atentados
contra opositores al régimen ruso, etc.), para evitar que se consolide y
fortalezca la economía rusa, y eventualmente las penurias a que se vea obligada
a vivir su población lleven a protestas y a un cambio de régimen, que le
permita a Washington contar nuevamente con un gobierno títere en Moscú.
De nuevo,
que les resulte la estrategia o no, se verá en los próximos años.
Y con estas
dos estrategias de contención, y esperan en Washington, de debilitamiento de
China y Rusia, se ha lanzado una ofensiva de amplio espectro contra países que
se han negado sistemáticamente a caer como vasallos de Estados Unidos y/o de
sus aliados en diversas regiones del mundo.
Tal es el
caso de Irán, Venezuela, Brasil[3], Argentina, Ecuador, Cuba
o Corea del Norte.
En el caso
de Irán, una vez fracasada la política de apoyar mercenarios y terroristas para
derrocar al gobierno de Assad en Siria, y con ello cerrar la influencia iraní
hasta Líbano; la estrategia ahora va dirigida directamente a realizar acciones
militares contra Irán, encabezadas por Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita
(habrá que ver si los vasallos estadounidenses en Europa se suman a ella o no),
con objeto de destruir la infraestructura civil y militar de Irán, con la
esperanza de que ello lleve a un cambio de régimen en Teherán; y así Tel Aviv y
Riad logren su añejo objetivo de eliminar a su principal competidor estratégico
en la región.
Falta ver si
Rusia y China permiten la destrucción de Irán, como permitieron la de Libia; y
si Europa y Turquía están dispuestos, si no a ayudar en esta nueva aventura que
preparan Washington y Tel Aviv (Riad es un títere en esta estrategia), al menos
a quedarse callados; o si se opondrán a la misma, pues resultaría en más caos,
refugiados y migraciones incontroladas en la región y hacia Europa; además del
golpe a los precios del petróleo, que afectarían a la economía mundial.
En el caso de
Corea del Norte, el objetivo con las amenazas primero y la supuesta negociación
después, es mantener la península coreana como un contencioso que afecte a
China; y en caso de lograr una apertura en Corea del Norte y su
desnuclearización, le daría pie a Estados Unidos para que sus empresas y las de
sus países aliados (Japón, Taiwán, Corea del Sur), entren en ese país,
compitiendo con la hegemonía china en la zona.
Más
desesperado está el establecimiento político-militar de Washington en el caso
venezolano, pues ni a través de elecciones, movilizaciones, boicots económicos
e intentos de golpe militar (ahora también de magnicidio contra Maduro), han
podido derrocar a un gobierno que se ha negado a subordinarse a Washington; y
dadas las enormes reservas de hidrocarburo de Venezuela, para los estrategas
estadounidenses es de vital importancia “recuperar” a este país como vasallo.
Por ello, es factible que en los próximos meses se decida una intervención más
directa del aparato militar estadounidense en la cuestión venezolana, y
entonces será la prueba de fuego para los lacayos países latinoamericanos con objeto de demostrar su independencia respecto a Estados Unidos o su sumisión, no sólo
aceptando esa intervención, sino avalándola y apoyándola materialmente.
En resumidas
cuentas, el imperio estadounidense se siente agobiado porque no puede mantener
su hegemonía absoluta sobre amplias zonas del planeta; sus vasallos, como los
europeos o Turquía, ya no están dispuestos a apoyar todas sus decisiones, por
lo que los está presionando con sanciones económicas, lo que genera todavía más
animadversión hacia Washington; y al menos hay tres países en el mundo que
están demostrando que están dispuestos a resistir estas agresiones
estadounidenses y de sus aliados, con tal de mantener su capacidad como países
soberanos y de lograr sus objetivos políticos y económicos: China, Rusia e Irán.
Por lo que
los próximos dos años, es factible que se intensifique la confrontación entre
el decadente y peligroso país hegemónico, Estados Unidos; y al menos estos tres
países que no están dispuestos a subyugarse a los designios de la arrogante
potencia que todavía se considera “indispensable y excepcional”.
[1]
https://www.periodismo.com/2014/07/24/las-empresas-de-comunicacion-mas-poderosas-del-mundo/
[2]
Kennedy, Paul; Auge y Caída de las
Grandes Potencias; México; Plaza y Janés; 4ª ed. 1998; p.10-11
[3]
En los casos de Brasil, Argentina y Ecuador, después de que mediante procesos
electorales los aliados internos de Estados Unidos, han podido derrotar a coaliciones
anti estadounidenses, ahora la estrategia es evitar a toda costa el regreso de
los líderes de esas coaliciones al poder: Lula, Cristina Fernández y Rafael
Correa, para lo que se ha utilizado a los sistemas judiciales, acusándolos de
corrupción u otros delitos, con objeto de obstaculizar su muy probable regreso
al poder en las siguientes elecciones. En el caso de Cuba, se mantiene el
bloqueo económico y se han reimpuesto las restricciones de viajes y contactos que
existían desde antes del restablecimiento de relaciones diplomáticas.
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