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Zapata

domingo, 26 de agosto de 2018

¿CUÁL SERÁ LA POLÍTICA EXTERIOR DEL GOBIERNO DE LÓPEZ OBRADOR?

El presidente electo de México ha manifestado en varias ocasiones que su gobierno desea mantener buenas relaciones con todos los países del mundo y que se apegará a los principios de política exterior establecidos en la Constitución (Artículo 89, Fracc. X)[1].
Sin embargo, no es tan sencillo llevar a la práctica una política exterior que pretenda mantener buenas relaciones entre países que tienen serias diferencias entre ellos o incluso que se consideran enemigos.
Nuestro vecino del norte ha señalado claramente que considera a varios países como adversarios o incluso que constituyen un peligro para su seguridad, tales los casos de Rusia, China, Irán, Siria, Venezuela, Corea del Norte; o con los que mantiene diferencias importantes como Turquía, Cuba, Nicaragua o Bolivia.
Para López Obrador y para quien será su canciller, Marcelo Ebrard, la relación con Estados Unidos es fundamental, no sólo por la ya tradicional y cada vez más profunda dependencia mexicana respecto a los estadounidenses en todos los ámbitos (económico, político, de seguridad, científico-tecnológico y militar); sino debido a que pretenden comprometer al gobierno de Donald Trump en una estrategia amplia de desarrollo-seguridad para México y Centroamérica, la cual tiene por objetivo mejorar las condiciones socio-económicas de la población que normalmente intenta emigrar a los Estados Unidos.
Así, el nuevo gobierno mexicano, en vez de intentar distanciarse en alguna medida de Washington, para ganar algo de margen de maniobra en sus relaciones internacionales, la cual se ha perdido consistentemente desde que los gobiernos neoliberales de nuestro país engancharon el destino nacional al de Estados Unidos mediante un sinnúmero de instrumentos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (ahora a punto de completar su renegociación en los términos que más convienen al gobierno actual de Estados Unidos); la Iniciativa Mérida; la fracasada Alianza para la Seguridad y la Prosperidad para América del Norte (ASPAN); el Foro de Energía de América del Norte, para lograr la “integración energética” de la región; y la cooperación permanente de las fuerzas armadas mexicanas con el Comando Norte del Ejército de los Estados Unidos; ha decidido intensificar esa cooperación, con el objeto de comprometer a los estadounidenses en el proyecto de desarrollo de las regiones más atrasadas de México (y eventualmente de Centroamérica), con objeto de que la población de esas zonas ya no se vea obligada a emigrar.
El problema radica en que los tomadores de decisiones en Washington y especialmente los del actual gobierno de Donald Trump, no se van a comprometer con México en ninguna estrategia de desarrollo regional, a menos de que México mantenga su subordinación a Estados Unidos en tres temas fundamentales para ellos: migración, seguridad y política exterior.
En migración el gobierno de Trump está de acuerdo en invertir alguna cantidad de recursos para el desarrollo del Sureste de México y de Centroamérica, siempre y cuando la estrategia de contención de la migración centroamericana, por parte de México, se mantenga. Esto es, militarizar la frontera sur; mantener el fichaje de los migrantes centroamericanos por parte de autoridades estadounidenses en las estaciones migratorias mexicanas; y la continua deportación de centroamericanos desde México, hacia sus países de origen. Además de la posibilidad de que México acepte convertirse en la primera opción de asilo para los que buscan refugio en Estados Unidos, con lo que nuestro país se convertirá en la primera barrera para impedir la llegada de los que buscan asilo en la Unión Americana.
Sobre estos aspectos el gobierno de López Obrador aún no se ha pronunciado, pero cabe esperar que Washington presionará fuertemente para que se mantengan las políticas actuales (más la de asilo), antes de aceptar participar en la propuesta de desarrollo socio económico que ha propuesto López Obrador.
En seguridad, Estados Unidos no va a aceptar nada menos que mantener la actual “guerra contra las drogas” con la participación de las fuerzas armadas mexicanas (algo que ya confirmó López Obrador); el mantenimiento de la Iniciativa Mérida; el que sus funcionarios puedan seguir armados en territorio mexicano y la permanencia de sus “centros de fusión de información” en México, operados sólo por estadounidenses. Donde probablemente habrá un choque, es en la política de despenalización de la marihuana (y quizás del cultivo de la amapola) que pretende aplicar el nuevo gobierno en México; algo que no se compatibiliza con la tradicional estrategia prohibicionista hacia el exterior de los gobiernos estadounidenses, a pesar de que en su país varios estados ya han aplicado la política de permitir el libre consumo de marihuana, incluso con fines recreativos.
Y en política exterior, Washington pretende un “cambio de régimen” en Venezuela y ha usado como punta de lanza para esa política al llamado Grupo de Lima, en el cual el gobierno de Peña Nieto ha participado entusiastamente. Ya Ebrard confirmó que México seguirá participando en ese grupo, por lo que lo más probable es que el nuevo gobierno se verá obligado a sumarse a las propuestas intervencionistas de dicho grupo, con lo que se comenzará a separar de los principios a los que supuestamente se adherirá el nuevo gobierno, como la no intervención y la autodeterminación de los pueblos.
Así también, si Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita, entre otros, inician hostilidades contra Irán, México deberá establecer cual será su postura ante una agresión totalmente injustificada desde el punto de vista del Derecho Internacional Público; con la posibilidad de que, si dicha postura no gusta a Washington, la cooperación para el desarrollo que pretende el gobierno de López Obrador con el de Trump, se vea afectada.
Y así podríamos sumar muchos otros temas y situaciones de política exterior, en los cuales el gobierno de Trump y en general, cualquier gobierno estadounidense, va a demandar apoyo del mexicano; de lo contrario, otros ámbitos de la relación bilateral podrían verse condicionados.
La propuesta de López Obrador de “llevarse bien” con todo el mundo, recuerda a la que se le denomina “aislacionismo”, que de acuerdo a Georg Schwarzenberger es: “Una política de aislacionismo, por parte de un Estado, consiste en evitar perjudicar a otros Estados y verse envuelto en alianzas políticas con, y contra otros Estados. En una guerra entre terceros Estados, esta política ha recibido la sanción de un status legal definido, bajo el nombre de neutralidad. El aislacionismo puede pretender constituir la más inofensiva forma de conducta que un Estado puede escoger en un medio que tiene los caracteres de una sociedad. Que un Estado pueda sostener esta actitud no depende sólo de él”[2].
Pues bien, México no tiene la posibilidad de mantenerse neutral en los conflictos que Estados Unidos tiene e inicia continuamente, dada su creciente dependencia; que por lo visto se profundizará con los acuerdos y los entendimientos que se están dando entre el equipo de presidente electo de México y el de Donald Trump en Estados Unidos.
Schwarzenberger señala que “..el éxito en una política de aislacionismo y neutralidad por parte de Estados pequeños depende de que posean un mínimo de peligrosidad, de intereses correspondientes de las grandes potencias o de una situación en la que los Estados aislacionistas o neutrales puedan jugar entre sí por los intereses antagónicos entre las grandes potencias”.[3]
Esto es, si México deseara realmente jugar un papel independiente en las relaciones internacionales y no como subordinado de Washington, tendría que lanzar sus cartas en la lucha por la hegemonía mundial, como en su momento lo hizo Carranza, coqueteando con la Alemania de Guillermo II, lo que prendió los focos rojos en Washington; y si bien ese fue uno de los pretextos para la intervención estadounidense en la Primera Guerra Mundial (el famoso telegrama Zimmerman), también se dieron cuenta en Estados Unidos que mantener en territorio mexicano la infausta Expedición Punitiva que buscaba a Francisco Villa, podía provocar que México se aliara con Alemania, por lo que la retiró antes de entrar a la guerra.
De igual forma, Lázaro Cárdenas jugó la carta de un posible acercamiento a las potencias del Eje (Alemania, Japón e Italia), si las presiones económicas y el embargo petrolero continuaban de parte de Estados Unidos, Gran Bretaña y los Países Bajos; lo que convenció a Roosevelt de obligar a las empresas estadounidenses, a aceptar la expropiación y comenzar a negociar con Cárdenas los términos de las indemnizaciones correspondientes.
Así también, López Mateos, en medio de la “Guerra Fría”, mantuvo las relaciones diplomáticas con Cuba, a pesar de su expulsión de la OEA por presiones norteamericanas, aprovechando la bipolaridad URSS-Estados Unidos, lo que le permitió un mayor margen maniobra en la relación bilateral.
¿Podrá hacer algo similar López Obrador? ¿Utilizará la creciente multipolaridad del escenario internacional para mejorar su margen de maniobra ante Estados Unidos? ¿O se encerrará, una vez más, en la relación bilateral en la que la asimetría de poder le da la ventaja a Washington?
Los primeros meses y decisiones del próximo gobierno mexicano decidirán la suerte de la política exterior en la primera parte del sexenio. Ojalá que la decisión sea por el multilateralismo y no por insistir en “convencer” a una arrogante superpotencia de que debe respetar y cooperar de manera justa con su vecino del sur.





[1] La autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de las controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales.
[2] Schwarzenberger, Georg; La Política del Poder; México; FCE; traducción de Julieta Campos y Enrique González Pedrero; 1ª ed. En español; 1960. P. 147-148
[3] Ibidem.

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