Se ha escrito y se escribirá sobre este personaje de la
historia latinoamericana y mundial miles y miles de cuartillas, de admiración y
odio; de análisis y de crítica; de exaltación y de desprecio.
Fidel Castro Ruz concita todas las emociones posibles; no le
es indiferente a los millones de seres humanos que vivieron bajo su régimen,
han sabido o al menos escuchado sobre su vida, trayectoria política,
pensamiento, obras y acciones, desde principios de los años 50 del siglo pasado
(asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, su encarcelamiento, el juicio
y el famoso “condénenme….la historia me absolverá”) y hasta su muerte el pasado
25 de noviembre de 2016, a los 90 años de edad.
Yo nací en enero de 1963, por lo que Fidel ya era una leyenda
entonces, por su victoria sobre la dictadura de Batista y su triunfal entrada a
La Habana 4 años antes; por su nuevo triunfo sobre el intento
contrarrevolucionario de Bahía de Cochinos, financiado y armado por la CIA en
1961; y por la crisis de los misiles de octubre de 1962, que durante 13 días
tuvo al mundo al borde del conflicto nuclear, y que se resolvió cuando Nikita
Kruschev prefirió retirar los cohetes nucleares de Cuba, antes que arriesgarse
a iniciar una guerra con Estados Unidos.
En mi familia también se vivió la situación cubana muy de
cerca. Mi padre siempre reconoció el valor, la resolución política y la
dignidad de los revolucionarios cubanos, comandados por Fidel, para hacerle
frente a los Estados Unidos, siempre arrogantes, siempre queriendo imponer su
voluntad, siempre deseosos de explotar a los países latinoamericanos; siempre
atacando y demonizando a cualquier líder que intentara preservar la soberanía,
independencia e integridad territorial de sus países.
Mi padre vivió la expropiación petrolera de 1938 y lo que
México tuvo que sufrir por la imposición de un embargo de las compañías
petroleras internacionales hacia nuestro país; y por supuesto la respuesta
nacionalista y patriótica del general Cárdenas ante el embate del capitalismo
estadounidense.
Por ello, en la casa se veía la lucha de la Revolución Cubana
como legítima, como un intento válido de evitar que la isla se convirtiera
nuevamente en un gran casino y prostíbulo de la mafia estadounidense; ni
tampoco en el botín privado de corruptos gobernantes, como lo había sido
Batista.
Sin embargo, estaba otra parte de la historia que también se
sintió en el hogar.
La hermana mayor de mi madre se había casado en segundas
nupcias con un cubano, que al triunfo de la Revolución se convirtió en
importante miembro del Partido Comunista.
A ella le tocó vivir las nacionalizaciones, la persecución de
todo aquél que osara criticar o aún dudar de la revolución, la dura vida
provocada por el embargo estadounidense, pero también por una economía basada
en solo tres productos (azúcar, tabaco y níquel), y por lo tanto dependiente de
la ayuda de la URSS; y con ello, la permanente escasez.
Ella estaba acostumbrada a vivir con poco, pues mi abuela
tuvo que mantener sola a 5 hijos (padre ausente); pero el experimento cubano
era demasiado, y pidió el divorcio y salir de la isla con sus dos hijos, cubanos
de nacimiento. No se lo permitieron. Sólo pudo salir ella, dejando a sus hijos
con su padre en la isla. Y eso gracias a que mi abuela hizo por meses antesala
en las oficinas de Luis Echeverría, entonces Secretario de Gobernación, para
que intercediera por su hija. Finalmente fue recibida, contó la historia y
después de meses, Gobernación consiguió el permiso de salida, pero sólo para mi
tía, sin sus hijos.
Así que la revolución cubana también es una dura historia de
separación de familias, de odios, de permanente desencuentro, de
encarcelamiento de opositores (es cierto, muchos infiltrados, enviados por
Estados Unidos; pero muchos otros que sólo deseaban hacer menos duras las
condiciones políticas y sociales).
Así también, Fidel era ante todo un político y los políticos
tienden a aferrarse al poder; a ver enemigos, traidores o potenciales sucesores
en el resto del cuerpo político; y actúan en consecuencia.
Por una u otra causa, los otros miembros importantes de la
Revolución Cubana se subordinaron a Fidel y a su hermano Raúl; y otros que no,
como Húber Matos, fueron encarcelados; otros más perdieron la vida (Camilo
Cienfuegos en accidente aéreo; el Che Guevara intentando iniciar una revolución
en Bolivia). En resumidas cuentas, la revolución cubana acabó por identificarse
con Fidel, y en menor medida con Raúl. Se convirtió en un régimen cerrado, que
no permitía ningún tipo de disidencia, pues hacerlo implicaba abrirle la puerta
al imperio (hay que recordar que las agencias de inteligencia estadounidense,
junto con la mafia de ese país, llevaron a cabo más de 600 intentos de asesinar
a Fidel), pero también a una oposición dentro del mismo régimen, que pudiera
poner en riesgo la dirigencia de Fidel y de Raúl.
Por ello mismo, Fidel fue pragmático en muchos casos; si bien
su primer impulso era apoyar a los movimientos de liberación, anti colonialistas
y anti imperialistas (sobresale el apoyo al Movimiento Popular para la
Liberación de Angola en los años 70, para rechazar y derrotar a los grupos
armados por el régimen sudafricano); también se acomodaba a las circunstancias
que le convenían, como en el caso mexicano.
Los gobiernos mexicanos, desde López Mateos (1958-64), hasta
el de Ernesto Zedillo (1994-2000), consideraron estratégico apoyar al régimen
cubano, como una forma de “vacunar” al anti democrático régimen mexicano, del “virus”
revolucionario que los cubanos exportaban en los años sesenta, además de que
prestigiaba a la política exterior mexicana (interna y externamente) el ser el
único país del continente en mantener relaciones diplomáticas con Cuba,
desafiando a Washington, pero a la vez sirviendo como puente informal entre
ambos países.
Esa función esencial la tiraron a la basura Fox (2000-2006) y
su nefasto canciller Castañeda, cuando comenzaron a criticar y exigir a Cuba
las mismas demandas que hacía Washington en relación a la democracia,
libertades civiles y derechos humanos.
México perdió su lugar de privilegio como influencia positiva
en la isla, como puente con el resto de países latinoamericanos y especialmente
como intermediario entre Washington y La Habana.
En este sentido, Fidel se hizo de la “vista gorda” en
relación a los abusos y excesos del régimen mexicano contra la izquierda, el 68
mexicano, la “guerra sucia” de los setentas y los fraudes contra Cárdenas en
1988 y López Obrador en 2006 y 2012.
Incluso Fidel se aceró enormemente al espurio gobierno de
Carlos Salinas, pues lo vio como un país que podía a ayudar a Cuba, justo
cuando se derrumbaba la Unión Soviética entre 1991 y 1992.
Ese papel acabó ocupándolo la Venezuela chavista entre 1999 y
2015, hasta que la caída de los precios del petróleo y la embestida del
imperialismo estadounidense han puesto al borde del colapso al gobierno del
sucesor de Chávez, el presidente Nicolás Maduro.
Por ello, Fidel es una combinación de luces y sombras, como
casi todos los seres humanos (hay algunos que sin duda son completamente buenos
y otros totalmente malos).
Lo que es indiscutible es que ya ocupa desde hace muchos años
un sitial en la historia mundial, controvertido, polémico sí, pero
insustituible y digno de ser estudiado y recordado por generaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario