CRISIS EN EL GABINETE DE SEGURIDAD DE
PEÑA NIETO
Cada día que pasa empeora la situación de los miembros de las
áreas encargadas de la seguridad en el gabinete de Peña Nieto.
Desde el 26 de septiembre del año pasado, cuando miembros de
las policías municipales de Iguala y Cocula en Guerrero, se encargaron de
entregar a los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa al cártel “Guerreros Unidos”, y de asesinar a tres
estudiantes y tres civiles más en esa trágica noche, las secretarías y
dependencias del gobierno federal encargadas de la seguridad han ido en caída
libre.
Primero, tanto el gobierno del estado de Guerrero, como las
instancias federales (Policía Federal, Ejército Mexicano y PGR) que se
enteraron de ese hecho la misma noche-madrugada en que sucedió, no sólo no
hicieron nada por evitarlo, sino que decidieron no investigarlo (y lo
minimizaron públicamente). No fue sino hasta que se hizo evidente que los
estudiantes habían sido secuestrados y las policías municipales habían
participado en el hecho, para que el gobierno federal decidiera
intervenir en el asunto (esperando 10 días).
La “investigación” realizada por la PGR y su “verdad
histórica” han sido continuamente cuestionadas por los padres de los
estudiantes desaparecidos, numerosas organizaciones no gubernamentales (así
como por los expertos forenses argentinos que coadyuvaron en la investigación)
y organismos internacionales defensores de los derechos humanos, todo lo cual
obligó al gobierno mexicano a solicitar, por primera vez, a una instancia
internacional (la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos), su
intervención para emitir recomendaciones sobre la investigación realizada sobre
los hechos, por las autoridades mexicanas.
La labor de los expertos designados por la mencionada
Comisión, ha sido obstaculizada en diversas formas por las autoridades, pero
especialmente en su solicitud para entrevistar a los miembros del Ejército
Mexicano que al parecer, no sólo tuvieron conocimiento de los hechos esa misma
noche, sino que participaron en la retención de algunos de los muchachos,
acusándolos de alborotadores.
La misma Comisión Nacional de los Derechos Humanos, una vez
que se nombró a su nuevo titular Luis Raúl González Pérez, ha manifestado dudas
sobre la investigación realizada por la PGR.
De ahí que a pesar de las reticencias de Peña Nieto para
remover al procurador Jesús Murillo Karam, el cúmulo de cuestionamientos
nacionales e internacionales a su actuación, obligaron al presidente a removerlo
de la PGR (27 de febrero del 2015), pero manteniéndolo dentro del manto
protector gubernamental, al designarlo secretario de Desarrollo Agrario,
Territorial y Urbano.
Por su parte, el Ejército Mexicano ya arrastraba desde
mediados del 2014 los cuestionamientos sobre lo ocurrido en Tlatlaya,
Estado de México donde efectivos
militares “abatieron” a 22 supuestos secuestradores en un “enfrentamiento”.
Sin embargo, el mismo septiembre trágico de los sucesos de
Ayotzinapa se dio a conocer en una revista de Estados Unidos (Esquire), que realmente los miembros del
Ejército asesinaron a sangre fría a la mayoría de los 22 supuestos
delincuentes.
A partir de entonces el Ejército Mexicano intentó
desacreditar esa versión primero, pero ante las evidencias (que después fueron
corroboradas por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y por la muy
reticente PGR aún encabezada por Murillo Karam), no hubo más remedio que
iniciar una investigación y acusar a 7 soldados y oficiales por los hechos
(juicio que por cierto aún no ha comenzado).
Ahora el Ejército enfrenta nuevas acusaciones de que participó
en un tiroteo en Ostula, Michoacán (19 de julio), en donde murió un niño,
cuando se detuvo a uno de los dirigentes de las autodefensas de esa región.
La cereza en el pastel fue por supuesto la nueva fuga de “el
Chapo” Guzmán del CEFERESO No.1 del Altiplano (Estado de México), el pasado 11
de julio.
La responsabilidad de mantenerlo bajo custodia era de la
Secretaría de Gobernación (Osorio Chong), y en específico del comisionado de
Seguridad (sic), Monte Alejandro Rubido, con la colaboración del director del
CISEN, Eugenio Imaz.
Evidentemente, después de la captura de “el Chapo” Guzmán en
febrero de 2014, que se había constituido en el máximo logro de la
administración peñista en materia de seguridad, lo último que se necesitaba es
que ese triunfo se convirtiera en un ridículo, al fugarse el conocido
narcotraficante, por segunda vez, de una cárcel de “máxima seguridad (sic)”.
Y ahora la cuestionada es la Secretaría de Marina, pues el
semanario Proceso ha difundido (18 de julio) que dicha captura ni siquiera fue
realizada por la Marina, sino por elementos de la DEA y por “marshals” del
gobierno de Estados Unidos, disfrazados de marinos mexicanos.
De hecho, las más altas autoridades mexicanas no estaban
enteradas del operativo, sino hasta que “el Chapo” estaba bajo custodia y ya
iba en vuelo a la ciudad de México.
Como se puede apreciar en este apretado resumen de fracasos y
excesos de las instancias de seguridad del Estado Mexicano, la realidad es que
la administración de Peña Nieto no tiene control alguno sobre los cárteles del
narcotráfico y sus socios y protectores dentro de la propia estructura del gobierno
mexicano (en sus diferentes órdenes de gobierno); o es omisa deliberadamente, ya
que es cómplice de esos grupos criminales; ni tampoco tiene control sobre las
agencias de seguridad estadounidenses que actúan libremente en nuestro
territorio, sin solicitar autorización alguna al gobierno mexicano.
Esto sólo indica que el gobierno mexicano ha perdido casi por
completo la supremacía en materia de seguridad, y por lo tanto ni tiene la
exclusividad del uso de la fuerza internamente, ni puede ejercer su soberanía,
ante la flagrante y descarada intromisión en sus asuntos internos de la
potencia hegemónica vecina ¿Será por eso que el gobierno de Peña Nieto se ha
negado a nombrar un embajador en Estados Unidos en los últimos 5 meses, como
única forma de protesta ante las reiteradas pruebas del poder estadounidense
sobre el débil gobierno mexicano?.
Por lo pronto, el grupo “Hidalgo”, dentro del gabinete de
seguridad, es decir el secretario de Gobernación Osorio Chong; el director del
CISEN, Eugenio Imaz y el ex procurador Jesús Murillo Karam, han resultado ser
los más golpeados durante estos meses por las evidentes fallas y complicidades
ante el crimen organizado; y por lo tanto los dos primeros son candidatos a
dejar sus puestos, a pesar de que Peña Nieto no desea hacerlo, pues está
convencido de que proteger a sus subordinados “leales”, es más importante que
resolver los graves problemas que enfrenta su gobierno en esta materia.
Eso no quiere decir que otros miembros del gabinete no estén
en graves problemas, tales como Rubido, comisionado de seguridad que sólo salta
de crisis en crisis, sin resolver ninguna; y como ya le sucedió al comisionado
para Michoacán (y ahora encabezando la Comisión Nacional del Deporte), Alfredo
Castillo que tuvo que dejar su puesto, después del desmantelamiento del cártel
de “Los Caballeros Templarios” en Michoacán, pero substituido por la entrada a
la entidad del cártel Jalisco Nueva Generación y por los crecientes
enfrentamientos entre los grupos de autodefensas.
¿Y qué hace Peña para desviar la atención de esta evidente
crisis de sus áreas de seguridad? Ataca a los maestros de la Sección 22 de la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) de Oaxaca, acusándolos
de todos los males que tiene el sector educativo en México (así se lavan las culpas
del gobierno federal y los estatales en materia de rezago educativo a nivel
nacional), y se presenta como un “gobierno fuerte” que pone en su lugar a un
grupo de disidentes y casi guerrilleros que “tenían tomada la educación en el
estado”, es decir, vamos a desquitarnos de nuestros fracasos en todos los
ámbitos (crecimiento económico mediocre; devaluación acelerada del peso;
aumento de la pobreza; crisis y ridículo en el ámbito de la seguridad;
cuestionamientos en materia de derechos humanos; fracaso de la Ronda Uno de la
reforma energética; y hasta acusaciones de “amaño” de partidos para favorecer a
la selección nacional de futbol), doblando a una sección sindical que se opone
abiertamente a la reforma educativa, y a la cual no se le ha podido derrotar a
lo largo de 30 años.
Ni siquiera con el (no tan) seguro desmantelamiento de la sección 22 (y de las de Guerrero, Michoacán, Chiapas y el DF), se podrá echar a andar la reforma educativa, que es una reforma administrativa y política, pero no pedagógica y social, como debería haber sido; ni tampoco eso va a evitar el deterioro imparable del gabinete de seguridad de Peña, y de su continuo fracaso en política económica y social, a pesar de que su control político sobre el país se reafirma cada vez más, a través de todo tipo de fraudes y trampas electorales, como las que se vieron impúdicamente en las últimas elecciones en Chiapas.
Ni siquiera con el (no tan) seguro desmantelamiento de la sección 22 (y de las de Guerrero, Michoacán, Chiapas y el DF), se podrá echar a andar la reforma educativa, que es una reforma administrativa y política, pero no pedagógica y social, como debería haber sido; ni tampoco eso va a evitar el deterioro imparable del gabinete de seguridad de Peña, y de su continuo fracaso en política económica y social, a pesar de que su control político sobre el país se reafirma cada vez más, a través de todo tipo de fraudes y trampas electorales, como las que se vieron impúdicamente en las últimas elecciones en Chiapas.
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