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Zapata

lunes, 3 de marzo de 2014

Rusia (3 de Marzo 2014)

Los acontecimientos en Crimea y Ucrania se siguen desarrollando con gran velocidad. Como era de esperarse, Washington y Bruselas preparan sanciones de diversa índole contra Moscú por su "violación de la soberanía ucraniana", a pesar de que las potencias occidentales instigaron el golpe de Estado contra el derrocado presidente de Ucrania, Victor Yanukovich.

Se habla que se aplicarán sanciones económicas y financieras directas contra personajes de la política y las fuerzas armadas rusas (seguramente congelando sus cuentas bancarias, bloqueando visas y dificultándoles el movimiento fuera de Rusia); así también, se ha suspendido toda preparación de la Cumbre del G8 a celebrarse en Sochi en el mes de Junio y se han suspendido los contactos y la cooperación en el ámbito militar con Rusia. Sería muy largo enumerar aquí todas las sanciones diplomáticas y económicas que las potencias occidentales pueden aplicar sobre Moscú, muchas de las cuales afectarían no sólo a Rusia, sino a varios países europeos, con especial énfasis en Alemania.

De ahí que la pro estadounidense y pro israelí canciller Angela Merckel, a pesar de su subordinación a las directrices de Washington, está intentando encontrar alguna solución intermedia que evite un escalamiento de acciones de uno y otro lado, que golpearían sobre todo el suministro de gas de Rusia a Alemania, y que cuenta casi por el 40% de las necesidades de la industria alemana.

Gran Bretaña tampoco está muy convencida de aplicar sanciones en el ámbito financiero, en vista de que los capitales rusos son muy importantes en la bolsa londinense (y qué decir en el mercado inmobiliario de esa ciudad), y cualquier medida que los afecte, golpeará tanto a los rusos como a los banqueros de la City.

¿Qué tanto midió Putin todas las consecuencias políticas y económicas de su acción militar en Crimea? ¿Está dispuesto a mantener sus posiciones ahí, e incluso ampliarlas a otras provincias del este de Ucrania, a pesar de que ello puede escalar el conflicto y convencer a las potencias occidentales de movilizar sus efectivos militares a las fronteras de Rusia, ya sea en la misma Ucrania o con la llegada de buques de guerra al Mar Negro, por ejemplo a la república de Georgia y a los puertos de Ucrania occidental?

Es indudable que Estados Unidos y la Unión Europea consideraron en los años noventa del siglo pasado que los "regalos" que obtuvieron del dipsómano y corrupto Boris Yeltsin, como la entrada sin regulación alguna de las empresas transnacionales para explotar las riquezas naturales rusas y la incorporación de los anteriores países de la órbita soviética (ex repúblicas soviéticas y de Europa del Este) a la zona de influencia de la OTAN y/o de la Unión Europea, eran ganancias definitivas, que ya no saldrían del dominio occidental.

Sin embargo, la llegada de Putin al poder en 1999 cambió esas perspectivas, y se ha dado a la tarea de recuperar el poder y el prestigio de Rusia, y hasta donde le sea posible también, su anterior zona de influencia; al menos aquellos países que son claves para la defensa de Rusia, como el este de Ucrania, Bielorrusia y el Cáucaso.

Toda gran potencia define cuáles son las zonas vitales para su defensa, el desarrollo de su economía y la proyección de su poder, al menos regionalmente. Estados Unidos definió desde el S.XIX que todo el continente americano es su zona de influencia (Doctrina Monroe), y no permite que ninguna otra potencia interfiera en ella (especialmente en el ámbito militar). Por ello, el gobierno de Washington estuvo dispuesto a ir a la guerra (incluso nuclear) en 1962 con la antigua URSS, cuando ésta desafió esa zona de influencia y más aún, de defensa vital de Estados Unidos, al instalar misiles nucleares en Cuba. De hecho Estados Unidos considera a Norteamérica, Centroamérica y el Caribe como su "imperativo categórico", es decir, la zona de defensa de los intereses vitales de Estados Unidos, en donde no puede permitir ningún tipo de presencia extra regional que ponga en peligro su seguridad y hegemonía.

Pues bien, Rusia y China también exigen esas zonas vitales y de influencia, como son las zonas fronterizas y los mares adyacentes (Mar Negro y Mar Báltico para Rusia, Mar del Sur de China para Beijing), pero Estados Unidos no está dispuesto a reconocer estas zonas, ni estos "derechos" de intervención o de prioridad, para Moscú y Beijing. Para Washington esos "derechos de intervención" sólo están reservados para Estados Unidos (Irak, Afganistán, bombardeos con drones en Yemen y Pakistán; bases navales y militares alrededor del mundo; espionaje a todo el planeta, etc.) y para sus aliados (Israel en Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria; Gran Bretaña y Francia por lo general en Africa; Australia en el Pacífico del Sur).

Es esta arrogancia, esta soberbia de la superpotencia militar, que ve cómo su dominio económico se le va yendo de las manos poco a poco, y que quiere reafirmar su hegemonía a través de la imposición de sus condiciones y su modelo de dominación, sin resistencias, al resto del mundo. Esto, se ha probado a lo largo de la historia, no dura para siempre. Cuando grandes potencias quieren mantener su hegemonía predominantemente por la imposición militar, acaban encontrando la oposición unificada de varias potencias emergentes o incluso antiguas, para balancear el poder a nivel mundial.

Es lo que ha sucedido en los últimos 10 años con Rusia y China, que al advertir la soberbia e irresponsabilidad de Estados Unidos en sus intervenciones militares en Medio Oriente y con la crisis financiera desatada por los usureros, especuladores y defraudadores de Wall Street, han decidido, primero, defender a sus propios países de estas políticas dañinas y hasta desquiciadas que han surgido de Washington y de la oligarquía depredadora de Nueva York y Londres; y después, han considerado que para lograr un equilibrio que garantice su seguridad, deben proyectar su poder, al menos en las zonas contigûas a sus territorios, para evitar que Estados Unidos y sus aliados desestabilicen a sus economías y sistemas políticos.

El objetivo de Washington es precisamente eso, presionar y acorralar a ambas potencias en sus respectivos territorios para que no proyecten su recuperada fuerza económica, en los ámbitos militar y diplomático a escala mundial, bueno ni siquiera a escala regional; y de conseguirlo, iniciar procesos desestabilizadores internos (como el que llevan a cabo en Venezuela y el que realizaron en Ucrania), para lograr cambios de régimen en Moscú y Beijing, con objeto de colocar a gobiernos títeres que responden fielmente a los intereses de Occidente (como el que pusieron en Kiev, y que quedó claramente demostrado con la llamada interceptada de la subsecretaria de Estado, la neoconservadora Victoria Nuland, al embajador de Estados Unidos en Ucrania, en la que descaradamente designaba a las autoridades golpistas que se harían cargo del gobierno de Ucrania).

Esta no es una lucha entre buenos (Occidente) y malos (Rusia), como maniqueamente la pintan los manipuladores medios de comunicación de Estados Unidos y Europa. Esto es una lucha de Rusia por recuperar su zona de defensa vital, perdida durante los años noventa del SXX, y que Estados Unidos no está dispuesto a concederle, pues intenta ahogar a Rusia en su propio territorio y convertirlo nuevamente en un país de caricatura, como lo fue durante los años que lo desgobernó el corrupto Boris Yeltsin (1991-1999).


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