La relativa culpa alemana y la carta blanca israelí
Beñat Zaldua
https://www.jornada.com.mx/2023/10/21/opinion/019a1pol
Con su permiso, estas
líneas van a pecar hoy de eurocentrismo, pero es que la política europea –y, en
particular, la alemana– respecto a Palestina e Israel bien merece un intento de
explicación. Hay pocos conflictos en el mundo que polaricen tanto las
sociedades europeas como el de Palestina. Ni siquiera el de Ucrania levanta
semejantes pasiones ni ha generado una crisis institucional como la provocada
por la presidenta de la Comisión Europea, la germana Ursula von der Leyen, al
visitar Israel y dar su apoyo incondicional al gobierno del ultraderechista
Benjamin Netanyahu.
De hecho, han tenido que ser
dos figuras tan mediocres como el alto representante para Asuntos Exteriores,
Josep Borrell, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, un
incendiario el primero y una ameba el segundo, quienes han recordado a Von der
Leyen que no es ella quien fija la posición europea en política exterior,
añadiendo al apoyo incondicional a Israel una tibia muletilla que la dirigente
alemana ignoró: el derecho israelí a la autodefensa debe darse dentro del
derecho internacional.
Con todo, la posición europea
es profundamente hipócrita por dos motivos: porque Israel sabe que violar una y
otra vez dicho derecho internacional no tiene consecuencias y porque, puestos a
jugar con las palabras, si Israel tiene derecho a defenderse de los ataques de
Hamas, ¿por qué los palestinos no tienen derecho a defenderse de los ataques,
el hostigamiento y el régimen de apartheid al que los someten
los israelíes? La posición europea es de parte, escala el conflicto, da alas a
la violencia y está a años luz de valores como la paz y los derechos humanos
que tanto pregona.
Establecida la obviedad, cabe
preguntarse por qué Europa liga su posición de forma tan ciega a Israel. Aunque
no lo explica todo, hay una argumentación geopolítica. En términos generales,
las capitales del continente siguen a pies juntillas la política exterior
estadunidense, que tiene en Tel Aviv la punta de lanza en un territorio vital.
La excusa en tiempos de guerra fría era la contención de la
influencia soviética. Hoy en día, el combate contra el islamismo sirve de
percha para cualquier intervención en la región. Una demonización del mundo
musulmán que tiene el reverso de la moneda en la islamofobia, también presente
estos días: un europeo medio empatiza mucho más fácilmente con un blanco
israelí que con un árabe de tez morena.
Entremos en detalles. Aunque
hay matices importantes, todos los gobiernos europeos se han alineado con
Israel. Asimismo, en todos hay potentes movimientos de apoyo a la causa
palestina, así como reacciones a la masacre que el ejército israelí está
cometiendo en Gaza. Menos en Alemania. La defensa que Berlín hace de Israel va
a menudo más allá de la que hace Washington, que ya es decir. Es un fenómeno en
el que culpa y cinismo caminan de la mano y al que la ex canciller Angela
Merkel puso palabras en el Parlamento israelí en 2008: La seguridad de
Israel es una razón de Estado para Alemania.
El final de la Segunda Guerra
Mundial da algunas claves. En busca de la redención por la shoa, la
matanza sistemática e industrial de 6 millones de judíos por el régimen nazi,
el primer canciller de la Alemania occidental, Konrad Adenauer, vinculó la
suerte de su país a la de Israel, proporcionándole ayuda financiera y material
–incluida militar– que resultó crucial en las tempranas victorias israelíes
sobre los árabes en 1956 y 1967. El relato que explica esta adhesión
inquebrantable siempre habla de la deuda moral y ética contraída por el pueblo
alemán con el pueblo judío, si bien hay versiones que apuntan a argumentos más
prosaicos: Alemania occidental necesitaba a Washington para reconstruirse como
potencia industrial y una condición pudo ser este apoyo al recién nacido Estado
sionista.
De hecho, no se acaba de
explicar por qué, además de las obvias reparaciones a las víctimas del Tercer
Reich, la Alemania de Adenauer pagó también reparaciones al Estado de Israel,
inexistente durante los años de Hitler. Esta cuestionable identificación de
Israel con todo el pueblo judío es una de las grandes trampas que permiten
calificar de antisemita cualquier crítica al sionismo. Es la base sobre la que
se prohíben manifestaciones solidarias con Palestina y hace imposible cualquier
debate razonable. Ni la izquierda alemana, en términos generales, se abre a
hablar de ello. Entre los partidos, sólo la ultraderechista AfD, con una
genealogía tenebrosa, sale de este consenso. No precisamente por su empatía con
el pueblo palestino. El cuadro completo es tremendo.
La culpa puede producir
monstruos, pero por sí sola no explica la postura alemana. El imperativo ético
al que apelan para apoyar a Tel Aviv debiera funcionar también para la
población palestina masacrada, si fuese sincero y real. Pero no lo hace, hay un
cortocircuito. Las causas son difíciles de asir, pero como dice un amigo de
forma cruda, la consecuencia es diáfana: las muertes palestinas no importan,
igual que en su día, siempre en términos generales, no importaron las muertes
judías.
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