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Zapata

jueves, 16 de abril de 2020


LÓPEZ OBRADOR
Los opositores al presidente Andrés Manuel López Obrador están intensificando su campaña para convencer a la mayor parte de la ciudadanía de que es tiempo de sacarlo del poder, pues su manejo de la pandemia del coronavirus no ha sido el adecuado, principalmente en el tema económico, al considerar que no está utilizando todos los elementos a disposición del Estado mexicano para apoyar a las micros y pequeñas empresas que son las que aportan el 70% del empleo del país.
Si bien, López Obrador ha tratado de mantener una comunicación constante con los grandes oligarcas beneficiarios[1] del modelo neoliberal imperante en el país (aún hasta la actualidad) la realidad es que la mayoría de ellos le tienen una enorme desconfianza, no sólo por su discurso político, que desde hace treinta años los culpa de la mayoría de las desgracias económicas y sociales del país, sino también porque en el año y cuatro meses que lleva en el gobierno les ha cortado diversos mecanismos mediante los cuales estos multimillonarios han aumentado aún más su riqueza (consolidación fiscal, eliminada; devolución de impuestos, casi eliminada; concesiones de obras públicas y compras de gobierno, ya no están aseguradas para sus empresas, etc.).
Sin embargo, López Obrador no es un marxista-leninista y sabe muy bien que sin el concurso de los oligarcas y de la iniciativa privada en general, el sistema económico no puede funcionar pues aunque tilden sus opositores de izquierdista al presidente mexicano, la realidad es que está muy lejos de ser un impulsor del socialismo o el comunismo
Lo que le queda mejor es la cantaleta de populista, ya que su muy limitado programa de gobierno está enfocado a detener la sangría enorme de los recursos públicos de la corrupción y el favoritismo a ciertos grupos empresariales y político-empresariales, para redireccionarlos hacia los sectores pobres del país (que según cifras oficiales comprende al 50% de la población; según cifras de expertos en pobreza, más apegadas a la realidad, es el 70% de la población).
De ahí su frase de “primero los pobres” que sin embargo en medio de la crisis económica inducida por el obligatorio confinamiento social, provocado por la pandemia del coronavirus, está implicando que la atención del gobierno federal vaya a los sectores más necesitados (programas sociales, apoyos directos, préstamos con tasas bajas, etc.), dejando de lado cualquier apoyo a las grandes empresas e incluso a medianas y pequeñas, así como a gremios de profesionistas y trabajadores, que se podrían agrupar en la clase media, a la cual también ha dejado sin atender el gobierno en sus planes y programas económicos y sociales.
López Obrador está tratando de apuntalar su gobierno en tres apoyos fundamentales, para contrarrestar la animadversión de los oligarcas; crecientemente de la clase media (por el alejamiento de su gobierno respecto a este segmento), y las trasnacionales, que no han avalado algunas políticas de López Obrador, como la energética (deteniendo las rondas de concesión de contratos de exploración y extracción de hidrocarburos; la construcción de una nueva refinería; la disminución de las importaciones de gasolina; el aumento de recursos públicos para Pemex, etc.); la cancelación del aeropuerto internacional en Texcoco; la consulta mediante la cual se rechazó que continuara la construcción de la cervecera Constellation Brands en Mexicali, y el impulso de ciertas obras públicas, como el Tren Maya, al cual no le ven una utilidad y rentabilidad claras.
Esos tres apoyos son: sus bases sociales, que reciben las transferencias directas de recursos de su gobierno (becas para estudiantes, apoyo para discapacitados, adultos mayores, madres solteras; para la siembra de árboles, entre otros), que suman alrededor de 22 millones de personas (López Obrador recibió treinta millones de votos en las elecciones presidenciales del 2018); las fuerzas armadas (que están siendo involucradas en una serie de tareas como la construcción del Aeropuerto Felipe Angeles en Santa Lucía; la dirección de una red de hospitales públicos durante la pandemia; la creación de la Guardia Nacional con elementos del Ejército y la Marina, para el combate a la inseguridad; más sus tareas en materia de apoyo en desastres naturales y en defensa de la seguridad del país). Y el gobierno de Donald Trump (al que se le han hecho todas las concesiones que ha demandado en lo comercial, con un tratado muy favorable a Estados Unidos como el T-MEC; en lo migratorio, aceptando a todos los solicitantes de asilo en la Unión Americana de cualquier nacionalidad, en territorio mexicano y el despliegue de la Guardia Nacional en la frontera sur para detener el flujo migratorio irregular; y en la seguridad, atendiendo los reclamos para detener los cargamentos de fentanilo que pasen ilegalmente por México y extraditando a todos los narcotraficantes mexicanos que el gobierno estadounidense demande).
Y con todo y esos tres importantes apoyos, en estos momentos el gobierno de López Obrador está contra la pared debido a que por la pandemia y las medidas para combatirla (el confinamiento social), el Fondo Monetario Internacional prevé una caída de hasta 5.9% de la economía mexicana, del orden del que se vivió durante la Gran Recesión del 2008-9. Además de que el desempleo se ha disparado y se presume que seguirá creciendo durante el año.
Así también, sigue incontrolada la inseguridad en el país, sin que las autoridades federales, estatales y municipales, hayan podido hacer algo para evitarlo, aún con las medidas de confinamiento social, que teóricamente tendrían que haber incidido en una disminución de los hechos delictivos en el país.
López Obrador señaló desde el principio de su administración que a mitad del periodo presidencial preguntaría a la población si debía continuar o no en su cargo. Ya se aprobó la reforma constitucional para la realización de tal consulta, por lo que en marzo del 2022 se llevará a cabo dicho ejercicio democrático.
Sin embargo, ante el aumento de la campaña de los opositores de López Obrador en su contra, el presidente les propuso adelantarla al 2021, coincidiendo con las elecciones intermedias, lo cual fue rechazado por la mayoría de los partidos de oposición.
López Obrador está apostando a que en la segunda mitad de este año, y especialmente en la primera mitad del 2021, la economía del país comience a recuperarse (el FMI considera que podría crecer el próximo año hasta en un 3%), con lo que las penurias de este 2020 quedarían atrás, y eso sumado a sus programas sociales y los apoyos a microempresas y grupos vulnerables, generarán un gran apoyo para su gobierno e incluso para la muy mal ensamblada y organizada coalición partidista que le apoya, lo que le daría una mayoría ampliada en las elecciones para renovar la Cámara de Diputados y en varias elecciones para gobernador.
En cambio, los oligarcas, los partidos de oposición y las trasnacionales que están en contra de López Obrador, sienten que están en un muy buen momento para acabar por separar a la clase media de López Obrador (quizás entre 5 y 8 millones de los votos que obtuvo López Obrador en 2018 vino de este segmento), pues los altos niveles de aprobación del presidente en su primer año de gobierno (del orden del 75%), ahora han comenzado a descender a entre 55 y 60% debido a un creciente desgaste de la figura presidencial por su sobreexposición a los medios (todos los días aparece en sus conferencias de prensa “mañaneras”), los estragos que la pandemia están ocasionando en la población; la falta de insumos médicos para hacer frente a la misma; la permanencia de los altos niveles de inseguridad en el país; y en especial los devastadores efectos económicos que el confinamiento social y productivo está teniendo en la economía nacional.
El problema radica en que si los opositores a López Obrador logran su cometido de que se le revoque el mandato al presidente en el 2022, quedaría como presidente un substituto nombrado por el Congreso, que en caso de tener mayoría favorable a López Obrador, designaría a algún cercano colaborador suyo, así que parece un exceso de voluntarismo de los opositores de López Obrador creer que su campaña en contra del presidente tendrá un resultado que los favorezca, más allá de que puedan disminuir algunos puntos más la todavía alta popularidad presidencial.
Lo que es un hecho indiscutible es que el país seguirá por la ruta de la mediocridad, ya que el programa de gobierno de López Obrador no resuelve, ni por mucho, los grandes problemas nacionales.
Si bien ha atacado la corrupción, no lo ha hecho a través de mecanismos institucionales que puedan asegurar el mantenimiento de esta política en el tiempo, es decir, un nuevo presidente puede revertirla sin mucho problema; la inseguridad no ha disminuido con la creación de la Guardia Nacional, pues se requiere una transformación a fondo de las policías, el aparato de procuración y administración de justicia y el sistema carcelario del país, algo que ni remotamente se ha planteado este gobierno; la pobreza no se terminará solamente con las transferencias monetarias a una parte de los sectores pobres del país, y unas cuantas obras públicas tampoco van a cambiar de fondo la estructura desigual del sistema productivo nacional, que está concentrado en unas 10 o 12 entidades federativas y está volcado a cubrir las necesidades de un 30% de la población y de la potencia hegemónica, dejando en el olvido al resto del país, que debe debatirse en condiciones precarias y en la economía informal (56% de la población económicamente activa); además, con todas las concesiones hechas a Trump, México se ha convertido en un protectorado estadounidense, dejando al país enormemente vulnerable ante la potencia hegemónica; el desastre medioambiental es imparable, y se ha profundizado en este gobierno, que no ha tomado en serio las implicaciones del cambio climático, pues una cosa es que discursivamente se reconozca el riesgo, y otra muy distinta que eso se refleje en el presupuesto y en políticas públicas. Lo mismo vale para ciencia y tecnología, que han quedado fuera de las prioridades gubernamentales, con presupuestos raquíticos y poca prioridad en la agenda gubernamental.
La desgracia es que los opositores no proponen algo mejor, sino regresar a las políticas de favorecer a ciertos grupos económicos y políticos y olvidar a la mayoría, lo que por supuesto no va a sacar al país de su mediocridad.
Pero por supuesto, nadie aceptará que sus “propuestas” son más de lo mismo y por el contrario, todos los partidos, sectores y grupos de interés se consideran los salvadores de México, cuando en realidad solo les interesa salvarse a si mismos, a costa de los demás.

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