LA REELECCIÓN DE DONALD TRUMP
El martes 3
de noviembre de este año se realizarán las elecciones presidenciales en Estados
Unidos, siempre y cuando la pandemia del coronavirus lo permita, enfrentando al
actual presidente Donald Trump por el Partido Republicano y al ya seguro
candidato del Partido Demócrata, el exvicepresidente Joe Biden.
Si no se
hubiera atravesado la pandemia del coronavirus, es muy probable que la
reelección de Trump hubiera estado casi asegurada, pues los principales
indicadores de la economía de Estados Unidos eran favorables para el gobierno
en turno (crecimiento del PIB del 2.3% al inicio del año; tasa de desempleo del
3.5%; e inflación de 2.3%)[1]; y eso en un año electoral
suele ser el elemento central para que la población se incline por mantener al presidente
que está en funciones.
Pero ahora
se espera que por el cierre obligado de actividades económicas, para disminuir
el contagio del virus, la economía de Estados Unidos caiga este año hasta 5.9%
según el FMI[2];
y hasta la primera quincena de abril del 2020, más de 22 millones de
estadounidenses ya habían solicitado ayuda para desempleo.
Esto quiere
decir que el argumento principal de Trump para convencer al electorado de votar
por él en noviembre, por el momento está por los suelos, y por lo tanto tiene
que acudir a otros expedientes para evitar que la mayoría de los
estadounidenses le retire su voto.
Por lo
pronto, su base más sólida de votantes sigue manteniendo sus niveles de apoyo
al mandatario en un promedio de 43.6%[3], contra un 52.2% de
desaprobación.
En términos
generales, estos promedios son los que ha experimentado Trump a lo largo de los
1189 días que lleva al frente del gobierno.
Pero el
problema no radica tanto en que su tradicional base de apoyo no se le haya
erosionado con la pandemia y la crisis económica que ésta ha provocado, sino
que para estas alturas del periodo gubernamental, otros presidentes que se
reeligieron, tenían un nivel de aprobación mayor, y además no se enfrentaban a
una situación sanitaria, económica y social tan devastadora como la que
enfrenta Trump ahora.
Por ejemplo,
Obama tenía un nivel de aprobación de 48% en el día 1,189, y ni remotamente se
enfrentaba a una caída brutal de la economía como la que tiene que sortear
Trump.
George W.
Bush tenía un 49% de aprobación en el mismo día; Bill Clinton 52.2%; Ronald Reagan
54% y hasta Richard Nixon 53.1%.
En cambio,
los presidentes que no se reeligieron como George H.W. Bush tenían un nivel de
aprobación en el día 1,189 de 39.8% (menos que Trump); igual James Carter con 39.8%;
o Lyndon B. Johnson, que si bien no buscó la reelección, para el día en
cuestión tenía una aprobación de 45%.
Por ello es
que Trump está tratando de desviar la ira o el desconsuelo del estadounidense
promedio hacia otros actores, culpándolos de las desgracias económicas,
sanitarias y sociales de Estados Unidos, como por ejemplo a China, a la que
quiere responsabilizar por el inicio y extensión de la pandemia; la
Organización Mundial de la Salud, a la que ya retiró los fondos que aporta su
gobierno; los inmigrantes, cerrando por 60 días la expedición de las “green
cards”; y los gobernadores demócratas, acusándolos de no querer “reabrir”
pronto las actividades económicas y sociales en el país.
Esta “fuga
hacia adelante” de Trump se da en medio de crecientes presiones del lobby pro
Israel y del grupo sionista que maneja a su antojo la política exterior y militar
de Estados Unidos, que insisten en provocar una conflagración mayor con Irán;
en mantener elevadas las tensiones político-militares con Rusia y China y en
llevar a efecto sin más protocolos, una intervención militar en Venezuela para
derrocar al gobierno de Maduro.
En caso de
que Trump sucumba una vez más (como lo ha hecho a lo largo de toda su presidencia)
a las demandas de los “halcones” del complejo militar-industrial, el lobby pro
Israel y la cábala de sionistas que manejan las finanzas, la política exterior
y militar de la superpotencia, es factible que antes de las elecciones de
noviembre, y en pleno proceso electoral (sea como sea que se tenga que realizar
por las limitaciones provocadas por la pandemia), Estados Unidos se vea
inmiscuido en nuevos conflictos militares en Medio Oriente, Asia-Pacífico y
América Latina, lo que generará una presión económica, política y militar
mayúscula, que si bien puede ser explotada electoralmente para que el
desinformado y manipulable pueblo estadounidense se “una alrededor de la bandera”
y del gobierno; también puede provocar la “gota que derrame el vaso” en una
sociedad cada vez más harta del aventurerismo militar, la irresponsabilidad
económica y el desdén político hacia las mayorías, de parte de las élites.
Todo ello
podría favorecer al también representante del establecimiento
político-económico-militar del Partido Demócrata, Joe Biden, con lo que si bien
no cambiaría en lo sustancial las políticas de la superpotencia en lo externo e
interno, sí llevaría a una derrota de Trump, algo que a principios de este año
parecía poco probable que sucediera.
Aún así,
Trump todavía tiene tiempo de recomponer algo la economía; evitar que la catástrofe
en materia de salud empeore; seguir culpando a otros actores nacionales e
internacionales de sus propios errores e incompetencias; y esperar que Biden,
como de costumbre, cometa innumerables errores en su campaña, demuestre su
propia incompetencia durante la misma y acabe por dilapidar todas las ventajas
que pudiera haber acumulado en estos meses; con lo que Trump, a pesar de todo
podría reelegirse, contra todos los pronósticos.
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