México se ha
postulado para formar parte del Consejo de Seguridad de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU), como uno de los miembros no permanentes (hay 10, más los
5 permanentes). Ocupará una de las dos plazas que le corresponden a América
Latina y el Caribe[1],
en caso de ser escogido.
De ser
electo, México formaría parte del Consejo de Seguridad por quinta ocasión en la
historia del organismo,[2]para el bienio 2020-2021.
Según el
presidente López Obrador (AMLO), México ya ha recibido el apoyo de 33 países de
la región latinoamericana, por lo que se espera que no tenga problemas en ser
elegido para el Consejo de Seguridad. Y añadió que nuestro país se guiará por
los principios establecidos en la Constitución, en su artículo 89, fracc X.
Pero eso
está por verse. La política exterior de este gobierno ha sido como la del dios
romano Jano, que mira hacia ambos lados de su perfil.
Por un lado,
inició con una correcta interpretación del conflicto que vive Venezuela
oponiéndose, hasta la fecha, a cualquier intervención extranjera en los asuntos
de ese país; y menos aún, a una intervención militar, como lo ha planteado en
diversas ocasiones el gobierno de Estados Unidos.
Nuestro país
ha propuesto que se realice una mediación entre el gobierno y la oposición
venezolana, algo que ya ha dado sus frutos, a través del gobierno de Noruega,
que ha podido sentar en la mesa de negociaciones a ambas partes, a pesar del
disgusto y la oposición de Estados Unidos y de sus vasallos latinoamericanos
(que son muchos).
Pero, por
otro lado, este gobierno ha demostrado en la relación bilateral con Estados
Unidos, una sumisión no vista antes, ni siquiera en los gobiernos neoliberales.
Con una
velocidad inusitada, aceptó prácticamente sin revisarlo, el acuerdo comercial
con Estados Unidos y Canadá, negociado por la pasada administración; y que en
general mantiene las ventajas para las grandes empresas trasnacionales, sin un
beneficio tangible para la mayoría de la población mexicana. Simplemente, el
gobierno de López Obrador aceptó lo que le pusieron en frente y lo avaló.
En materia
de migración, ha quedado claro que el enfoque inicial del gobierno mexicano, de
permitir sin restricciones la entrada de migrantes al país, para seguir su
camino hacia Estados Unidos, enfureció a Washington, que dio un manotazo en la
mesa con la amenaza de imponer aranceles a todas las importaciones procedentes
de México, si no se rectificaba esa política.
El gobierno
de AMLO, ni siquiera intentó replicar o negociar con el de Estados Unidos.
Acató las órdenes de Washington y cambió diametralmente su política migratoria
hacia una de detención y deportación de los migrantes; y más aún, aceptando en
nuestro territorio a todos los deportados o solicitantes de asilo provenientes
de Estados Unidos, sin recibir nada a cambio.
En materia
de seguridad, el gobierno mexicano no ha cambiado una coma a la Iniciativa
Mérida, por lo que Estados Unidos sigue dictando las políticas en ese tema
también.
¿Así, es
factible esperar que este gobierno contradiga al de Estados Unidos en el
Consejo de Seguridad de la ONU, o más bien se está postulando al mismo para ser
una comparsa más de Washington?
Habrá que
ver qué posición asumirá nuestro gobierno ante las constantes agresiones de
Estados Unidos a Irán, Venezuela, Rusia, China, Siria, etc. Países a los que
considera enemigos y/o rivales, y a los que sanciona económicamente y/o amenaza
militarmente de manera continua.
O cómo
votará cuando se condene a Israel por sus continuos abusos en materia de
derechos humanos contra el pueblo palestino y la ocupación de sus tierras,
tomando en cuenta que el lobby pro-Israel en México ya logró en el gobierno
pasado, que nuestro país cambiara un voto de condena a Israel en la UNESCO, por
uno de abstención.
¿Será que
los muchos judíos que colaboran con AMLO y que lo asesoran externamente,
lograrán cambiar de manera definitiva la posición mexicana de apoyo a la causa
palestina, la cual tiene la razón histórica y jurídica?[3]
Ya veremos cómo
se pronuncia México en temas delicados de la agenda internacional,
especialmente en los que interesan a Estados Unidos, a la Unión Europea y a Israel,
cuando se tenga que tomar una posición clara al respecto.
Por cierto,
el actual representante permanente de México en la ONU, el Dr. Juan Ramón de la
Fuente, que fue rector de la UNAM y el secretario de Salud durante parte del
gobierno neoliberal de Ernesto Zedillo, dirigió en nuestro país el capítulo del
Aspen Institute, una organización no gubernamental, financiada por industriales
de Chicago, Illinois.
[1]
Otros 5 son de Africa y Asia, 2 de Europa Occidental y uno de Europa Oriental.
[2]
Los miembros no permanentes participan por periodos de 2 años. Pero la primera
vez que participó México fue en 1946, cuando se acababa de fundar la
organización; después fue en los bienios 1980-81; 2002-2003 y 2009-2010.
[3]
La jefa de gobierno de la CDMX Claudia Sheinbaum; el consultor jurídico del presidente, Julio Scherer;
sus asesores externos Pedro Miguel y John Ackermann (este último esposo de la
secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval); la presidente del
partido en el poder Morena, Yeidckol Polevsnky; los contratistas José María
Rioboó (principal impulsor del aeropuerto de Santa Lucía) y esposo de la recién
nombrada ministra de la Suprema Corte de Justicia, Yasmín Esquivel; Abraham y
Elías Cababié; David Serur (constructor de los segundos pisos en la CDMX), etc.
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