Pancho Villa y el ataque a Columbus:
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Pedro Salmerón Sanginés
La Jornada 8 de Marzo de 2016
América Latina invade Estados Unidos. Llueve hacia
arriba. La gallina muerde al zorro y la liebre fusila al cazador. Por primera y
única vez en la historia, soldados mexicanos invaden los Estados Unidos. Así
resumió don Eduardo Galeano el evento que mañana cumple cien años: el ataque de
unos 600 revolucionarios mexicanos a la población de Columbus, Nuevo México.
Se cuenta que el general Francisco Villa observó el
combate desde un cerro cercano. Los villistas fueron rechazados después de seis
horas de combate, que causaron grandes destrozos al poblado. Estados Unidos
respondió a este ataque enviando a México una expedición punitiva formada por 4
mil 800 soldados, más tarde aumentada hasta 10 mil, que invadió el estado de
Chihuahua con la intención de capturar a Villa muerto o vivo, y destruir sus
tropas.
La expedición punitiva fue un desastre militar y
político para Estados Unidos, porque Pancho Villa no fue capturado ni sus
fuerzas destruidas; porque provocó una hostil reacción en el pueblo mexicano y
amargó las relaciones con el gobierno de Venustiano Carranza. Finalmente, salió
del país 11 meses después de su entrada.
¿Por qué Villa atacó Columbus? A lo largo de 1915
la poderosa División del Norte fue destruida en una serie de terribles batallas
libradas contra el Ejército Constitucionalista, que mandaba el general Álvaro
Obregón. Antes de que terminaran esas batallas, pero cuando la balanza se
inclinaba claramente contra el villismo, Estados Unidos reconoció al gobierno
constitucionalista encabezado por Venustiano Carranza, lo que, sumado a otros
hechos, convenció a Pancho Villa de que Carranza había firmado un pacto con el
gobierno de Estados Unidos que terminaría reduciendo a México de nación
soberana a mero protectorado estadunidense, y decidió impedir semejante
iniquidad mediante un acto de provocación que causara una guerra que salvara a
la patria.
En realidad, no había tal pacto, aunque Villa tenía
motivos para creer en su existencia. Y si la reacción del gobierno
estadunidense sólo redundó en su propio desprestigio y su alejamiento del
gobierno de Carranza, esa misma reacción apuntaló el mito de Pancho Villa,
quien quedó ante los ojos de muchos mexicanos y latinoamericanos como el
simbólico vengador de la intervención estadunidense de 1846-48 y tantos otros
agravios. Tanto o más que el hecho de haber conducido un proceso de auténtica
transformación social que se inició con la confiscación de los latifundios de
Chihuahua (12 de diciembre de 1913), o mandado al más poderoso ejército
revolucionario, Pancho Villa se incrustó en la imaginación colectiva del pueblo
mexicano por los hechos de aquellas seis horas de hace cien años… y porque los
gringos no lo agarraron.
El ataque a Columbus y la Expedición Punitiva
tuvieron otro efecto, trascendente y de larga duración, al fortalecer los
sentimientos nacionalistas del pueblo mexicano y del gobierno de Venustiano
Carranza. Como escribió Friedrich Katz*:
El gobierno mexicano, al que las grandes potencias
veían como un instrumento maleable para sus propias políticas, logró invertir
los papeles y explotar en su beneficio las rivalidades de aquellas. Ni los
planes norteamericanos, ni los británicos ni los alemanes, dieron los frutos
apetecidos. Carranza, sin embargo, obtuvo el retiro de la expedición
norteamericana, la abstención de Alemania en cuanto a las actividades de
sabotaje, y, por último, la neutralidad de México.
Don Venustiano dejó en herencia a sus sucesores una
tradición nacionalista frente a los intereses extranjeros, que se expresaba con
claridad en la Doctrina Carranza, que guió nuestra política exterior durante
décadas. A partir del fracaso de la Expedición Punitiva y de la presentación de
aquella doctrina (1º de septiembre de 1918), los gobernantes estadunidenses
debieron aceptar la independencia de los mexicanos en materia de política
exterior, lo mismo que la virtual imposibilidad de imponerse a nuestro país por
la fuerza de las armas. Así, al diseñar los últimos planes que consideraban
seriamente la invasión militar de nuestra república (1926-1927), los mandos
militares del país vecino advirtieron que solamente para ocupar la Ciudad de
México se necesitarían no menos de cinco divisiones y que eso se lograría a
cambio de incalculables pérdidas materiales (la destrucción de las propiedades
e intereses estadunidenses en México), apenas para iniciar entonces una larga
guerra irregular de imprevisibles resultados.
Nunca más sería opción real la intervención armada.
Si no por otro asunto, por esa afirmación de la soberanía nacional debemos
recordar la revolución, más allá de que presidentes como Miguel Alemán y todos,
a partir de Carlos Salinas de Gortari, lo hayan olvidado.
*Friedrich Katz, La guerra secreta en
México, Ediciones Era, 1982, vol. 2, pp. 211-253 y 261-284.
Twitter: @HistoriaPedro
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