Después de escuchar los últimos debates de los precandidatos
presidenciales demócratas y republicanos en Estados Unidos, la conclusión es
clara: los excesos de la globalización económica han modificado la correlación
interna de fuerzas en ese país, y ahora la consigna es limitar los alcances de
dicha globalización, con respecto al mercado interno estadounidense.
Esta es una muy mala noticia para el neoliberal gobierno
mexicano y las élites política y económica de este país, que por más de 30 años
han aplicado a rajatabla, todas las medidas de política económica surgidas del
denominado “consenso de Washington” y todas las recomendaciones y planes
dictados por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
México y Chile han sido los alumnos “modelo” que los
tecnócratas del FMI, el Departamento del Tesoro, la Reserva Federal y los
especuladores de Wall Street, han puesto como ejemplo al mundo subdesarrollado,
en materia de finanzas públicas ”responsables”, privatizaciones, apertura
comercial indiscriminada, promoción de la inversión extranjera directa,
mercados laborales “flexibles”, regulaciones ambientales “razonables” y todo
tipo de medida que permita a las grandes corporaciones trasnacionales explotar
a placer los recursos naturales del país, aprovechar sin contemplaciones una
mano de obra mal pagada y controlada; así como contar con la libertad de sacar
sus capitales sin ningún obstáculo; todo ello, sin tener obligación alguna
respecto a transferencia tecnológica para el país receptor, capacitación de
trabajadores, protección ambiental o responsabilidad social; aderezado lo
anterior, con un pago de impuestos bajísimo, que permite ganancias
descomunales[1].
Pues bien, la economía de Estados Unidos, como la de Europa
Occidental, viene experimentando desde hace por lo menos dos décadas, las
consecuencias de la globalización económica, con el estancamiento de los
salarios de los trabajadores, la relocalización de fábricas en países con nulas
regulaciones ambientales y laborales, bajos impuestos y mano de obra casi
regalada; y tratados de libre comercio que permiten a las grandes corporaciones
hacer llegar sus productos (y hasta servicios, por medio del “outsourcing”) al
mercado de Estados Unidos, sin aranceles, ni medidas proteccionistas no
arancelarias. Todo ello, por supuesto, ha ocasionado desempleo,
desindustrialización (el caso de Detroit es paradigmático), empleos en el
sector servicios, que por lo general son peor remunerados y con menores
prestaciones; y el acaparamiento del mercado estadounidense por productos
hechos en otros países.
Finalmente surgieron políticos que han denunciado esta
situación, tanto a la derecha del espectro, como Donald Trump; como a la
izquierda del mismo, es decir Bernie Sanders.
Ahora son los tratados de libre comercio el punto focal de
las críticas de estos políticos y precandidatos presidenciales, que ante su
éxito entre el potencial electorado, ha catapultado a los otros precandidatos a
denunciar de igual manera las consecuencias negativas de dichos tratados, entre
los que destaca sobre manera el de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA,
por sus siglas en inglés), conformado por Estados Unidos, Canadá y México.
Así también, sin tener un tratado de libre comercio como tal
con China, el enorme desbalance comercial en contra de Estados Unidos, ha
servido para atacar las políticas comercial y monetaria de dicho país.
Respecto al NAFTA, la narrativa del puntero en el bando
republicano, Donald Trump, es que México es el único beneficiario del NAFTA,
sin mencionar que Canadá también logra un balance comercial muy favorable a
costa de Estados Unidos[2].
Aquí evidentemente juega un papel el factor racial, ya que se ubica sólo a
México como el “ganador”, en un tratado trilateral en donde las principales
beneficiarias son precisamente las trasnacionales estadounidenses y canadienses
que han ubicado sus fábricas en México, con objeto de aprovechar la mano de
obra barata y las escasas regulaciones ambientales y laborales, pero por
supuesto esto no es considerado en la narrativa, ni de republicanos, ni de demócratas
(el culpable de los problemas de Estados Unidos siempre es el “otro”; especialmente
si la mayoría de su población es “no blanca”).
La política neoliberal en México no ha sacado de la pobreza a
la mayoría de la población (según el Banco Mundial, desde hace más de 20 años
el porcentaje de la población total que está en pobreza no ha cambiado, sigue
siendo el 52%); ni tampoco ha permitido que México salga de los dos o tres
últimos lugares en todos los rubros que la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económico (OCDE) mide entre sus países miembros tales como
ingreso, alimentación, educación, medio ambiente, seguridad y vivienda.
Las élites mexicanas han invertido 30 años en una política
económica (y por consiguiente social) destinada a enriquecerse y enriquecer a
las empresas transnacionales (principalmente las de Estados Unidos), a costa del
empobrecimiento de la mayoría de la población.
Los gobiernos de Clinton, Bush y Obama, a cambio de tan
generosa cesión de soberanía (especialmente con el gobierno de Peña Nieto, que
abrió el sector energético a las grandes empresas privadas del mundo), se han hecho
de “la vista gorda” en el tema migratorio, abriendo y cerrando la “válvula de
escape” que constituye para la economía mexicana (y para las de Centroamérica), según
convenga al mercado laboral estadounidense; ello ha permitido al gobierno
mexicano enviar su excedente de mano de obra a Estados Unidos, sin tenerse que
preocupar por crear las condiciones favorables para que esas personas obtengan
empleo en su país.
Pues bien, esta concesión informal de los gobiernos
estadounidenses al mexicano (que también se ha reflejado en las grandes remesas
que envían los mexicanos que viven y trabajan en Estados Unidos a sus familias
en México, lo que tiene un efecto importantísimo en la balanza de pagos
mexicana) ahora también corre peligro, pues la retórica anti-inmigrante en el
Partido Republicano (especialmente impulsada por Donald Trump) tendrá sus
repercusiones en la siguiente administración, ya que, gane quien gane las elecciones
presidenciales, no podrá ignorar la demanda de un mayor control sobre la
frontera sur (con o sin muro), mayores deportaciones (Obama ha sido el
presidente que más deportaciones ha realizado, con dos millones de deportados)
y mayores requisitos para obtener visas, para lograr reunificaciones familiares
y para obtener la ciudadanía estadounidense.
Así, para los políticos y oligarcas mexicanos que han
apostado a ser los “mayordomos” de la mansión estadounidense (esto es, pasar de
ser los sirvientes que limpian los baños y sacan la basura, a ser los que
sirven dentro de la casa), dando a cambio todo lo que no es suyo (los recursos
naturales del país, el trabajo de los mexicanos, sus recursos financieros); van
a recibir a cambio un gran “dedo medio” por respuesta, pues una parte
importante de la élite política de Estados Unidos; y especialmente la mayoría
de la población blanca de ese país, está buscando algún “chivo expiatorio” a
quien culpar por buena parte de sus problemas (drogadicción; subempleo y
desempleo; desindustrialización; aumento de la criminalidad; estancamiento en
los salarios; deficientes sistemas educativo y de salud, etc.), y ya
encontraron a tres perfectos candidatos para ello: mexicanos, chinos y
musulmanes.
De ahí que el proyecto del neoliberalismo mexicano,
encaminado a convertir al país en un “Puerto Rico” gigantesco (nada más hay que
ver qué trato le han dado a Puerto Rico las élites estadounidenses estos
últimos años: cero ayuda para su deuda; se le sigue negando el estatus de
estado con plenos derechos), está a un año o año y medio de descarrilarse,
justo en medio del proceso electoral del 2018, en donde enfrentarán de nuevo al
líder de lo que queda de la izquierda mexicana, esto es Andrés Manuel López
Obrador, único político mexicano que ha denunciado ese esquema de destrucción
de la soberanía política y económica del país.
Por lo pronto, los neoliberales mexicanos están tratando de
unir sus fuerzas con los oligarcas estadounidenses que intentan parar tanto a
Trump en la derecha, como a Sanders en la izquierda; y al mismo tiempo, han
intensificado sus ataques mediáticos a López Obrador, nuevamente poniendo a su
servicio a las instituciones electorales, como el Tribunal Electoral, que ha
ordenado la salida del aire del spot
en el que López Obrador critica la onerosa compra del nuevo avión presidencial
de lujo, mientras el pueblo sufre pobreza y hambre.
Los oligarcas mexicanos, sus corruptos socios del
establecimiento político y los del crimen organizado, muy bien pueden radicalizar
sus medidas ante las amenazas a su proyecto de depredación, y su primer
objetivo será (ya lo es) el Movimiento de Regeneración Nacional y su líder
Andrés Manuel López Obrador.
¿Pero qué podrán hacer si Trump gana la elección presidencial
y cumple con repudiar el NAFTA y cerrar la frontera a la inmigración
indocumentada?
Todo el proyecto neoliberal en México bien podría derrumbarse.
[1] Grandes empresas y corporativos adeudan cerca de
450 mil millones de pesos al fisco por concepto de impuestos no pagados durante
2013, los cuales representan 86 por ciento de la cartera de créditos fiscales
determinados por el Servicio de Administración Tributaria (SAT) el año pasado. Periódico
La Jornada; Cardoso, Víctor; Miércoles 12 de febrero de 2014, p. 27.
Debido a los estímulos fiscales, impuestos especiales y beneficios
tributarios a las empresas, durante 2012 –último año de la administración de
Felipe Calderón Hinojosa– el fisco dejó de recibir 769 mil 448 millones de
pesos. Tal cifra representó la mitad de la recaudación total, que ascendió a un
billón 516 mil 950 millones de pesos. Georgina Saldierna, Roberto Garduño y Enrique
Méndez.
Periódico La Jornada; Viernes 21 de febrero de 2014, p. 5
[2]
Consideremos por ejemplo el comercio de Estados
Unidos con la Unión Europea; en 2014 Estados Unidos exportó 241,769 millones de
dólares e importó 411,547 millones de dólares, es decir un déficit de 169,778
millones de dólares; es el mismo caso con Canadá a la que exportó 262,931
millones de dólares, pero importó 345,304 millones de dólares, para un déficit
de 82,773 millones de dólares. https://www.commerce.gov/economicindicators
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