La intervención rusa en Siria, desde septiembre del año
pasado; la reticencia de Barack Obama a iniciar una nueva guerra en Medio
Oriente contra Irán; el ascenso de un populista-nacionalista en el bando
republicano, como Donald Trump; y el repudio de la mayoría de los
estadounidenses a seguir inmiscuyéndose en aventuras militares en el exterior y
a avalar una globalización económica salvaje, están minando seriamente los
objetivos estratégicos de tres poderosos actores de la escena internacional,
que se han beneficiado en las últimas dos décadas de la guerra interminable
contra el “terrorismo” y de la expansión sin límites del capitalismo financiero
especulativo, cuyo centro es Nueva York (y Londres como segunda plaza
importante): los neoconservadores (y sus aliados del lobby pro Israel), el gobierno
de Benjamín Netanyahu y el complejo militar-industrial-de seguridad de Estados
Unidos (con sus socios israelíes, británicos, franceses y alemanes).
Tanto el establecimiento político-militar de Israel, como sus
aliados neoconservadores en el de Estados Unidos, han planteado, desde hace más
de 3 décadas (Plan de Oded Yinon de 1982[1];
el Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense de 1997[2],
dirigido por William Kristol y Robert Kagan), que era necesario balcanizar el
Medio Oriente, para así asegurar la hegemonía estadounidense e israelí en la
región, manteniendo la ventaja militar de Tel Aviv sobre todos sus rivales del
área (aprovechando al mismo tiempo para impulsar el proyecto del “Gran Israel”,
a expensas de los territorios ocupados palestinos, de más territorio en Siria
–adicional a las alturas del Golán- y posiblemente en el Sur de Líbano), y
evitando que otras potencias extra regionales pudieran disputar la preeminencia
estadounidense en la zona.
El 2 de Marzo del 2007, el General Wesley Clark (retirado),
quien fuera el comandante de la OTAN durante la Guerra de Kosovo (1996-1999),
afirmó en una entrevista televisiva que en el 2001 le comentaron en el
Pentágono que Estados Unidos estaba preparándose para invadir 7 países en el
Medio Oriente, en los siguientes 5 años: Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia,
Sudán e Irán[3].
Así, comenzando con la ofensiva contra Afganistán en 2001; la
invasión de Irak en 2003; la guerra civil en Somalia y la intervención del
ejército etíope en la misma (2006-2009);
la falsa “Primavera Arabe” iniciada en 2011, que llevó a la intervención
de la OTAN para derrocar a Muammar Khadaffi en Libia; la partición de Sudán en
dos estados, ese mismo año[4];
y el inicio de la “rebelión” contra Bashar Assad en Siria, financiada y
alentada desde Estados Unidos, Turquía, Arabia Saudita, Qatar e Israel, que ha
ocasionado una destrucción mayor en dicho país; los ataques de los grupos
terroristas sunnitas, apoyados por Israel y Arabia Saudita (como Al Nusra) para
combatir al Hezbollah en la frontera sirio-libanesa; más el surgimiento del
Estado Islámico (tolerado y/o apoyado a trasmano por Turquía, las
petromonarquías del Golfo, Arabia Saudita e Israel) para atacar a Irak
(gobierno de mayoría chiíta), así como al de Bashar Assad, ambos aliados de
Irán, demuestra fehacientemente que los planes de los neoconservadores
estadounidenses, sin importar que estuviera Bush u Obama al frente de la Casa
Blanca, y de los gobiernos likudistas de Israel (con Sharon primero y después
con Netanyahu), han ido avanzando en la región en estos últimos años.
Así también, la “amenaza terrorista” que se ha mantenido en
los primeros planos mundiales desde el 9/11, más la “nueva guerra fría”
impulsada desde Washington contra Moscú, mantuvieron en permanente alza los
presupuestos militares de Estados Unidos y sus aliados entre 2001 y 2014,
permitiendo así que el complejo militar-industrial-de seguridad (CMIS) siguiera
obteniendo ganancias y contratos multianuales billonarios[5].
Sin embargo, no todo fue “miel sobre hojuelas”, ya que Barack
Obama y sus más cercanos colaboradores ya no estuvieron dispuestos a seguir
desangrando el erario estadounidense y poniendo en riesgo la vida de los
soldados de ese país, para favorecer los intereses de los neoconservadores, del
gobierno de Netanyahu, de las petromonarquías del Golfo, de Arabia Saudita y
del complejo militar-industrial y de seguridad, por lo que en principio
disminuyó el presupuesto como proporción del PIB para las fuerzas armadas[6],
con el famoso “secuestro”, o sea reducciones automáticas y programadas en temas
sociales y militares, para disminuir el déficit presupuestal y la deuda
pública; y al mismo tiempo inició una estrategia de desactivación de
conflictos, para evitar nuevas intervenciones militares estadounidenses en el
exterior, destacando el caso de Irán y la negociación del acuerdo para mantener
en el ámbito civil su programa nuclear (2015).
Por otro lado, el hartazgo de una parte de la población estadounidense
con el aventurerismo militar en el exterior, más los excesos de la
globalización económica, que han afectado la base industrial de los Estados
Unidos, permitieron el auge del mensaje populista-nacionalista-xenófobo de un
destacado miembro de la élite estadounidense (Donald Trump), que ahora encabeza
una facción creciente dentro del electorado de ese país, que en principio se
opone a varios de los objetivos de los neoconservadores (y del influyente lobby
pro Israel), de Benjamín Netanyahu y del CMIS; tales como seguir interviniendo
en el Medio Oriente en conflictos como los de Siria o Afganistán, aunque
favorece la presencia militar estadounidense para destruir al Estado Islámico,
con la diferencia de que está dispuesto a coordinarse con Rusia para ello, algo
que los neoconservadores repudian, pues ven a Vladimir Putin como el principal
obstáculo para sus objetivos regionales y mundiales.
Así también, Trump no está dispuesto a seguir pagando por
cientos de bases militares en todo el mundo, si no aportan para ello los países
en las que están ubicadas (como Japón, Corea del Sur, Alemania), lo que para
los neoconservadores es un anatema, pues esas bases realmente no están para
ayudar a “proteger” a dichos países, sino como avanzada de la hegemonía
militar, económica y política de Estados Unidos, y por lo tanto, en realidad son
bases de intimidación y ocupación, y no tanto de ayuda para la defensa de
dichos países.
Así también, Trump pretende (al menos discursivamente) atacar
la globalización económica, repudiando tratados de libre comercio como el NAFTA
(por sus siglas en inglés) y el Transpacífico (TPP), lo que implicaría
torpedear toda la estrategia de hegemonía económica diseñada e instrumentada
por las grandes corporaciones globales de Estados Unidos, y de la que el
Consejo de Relaciones Exteriores (financiado por la familia Rockefeller), constituye
uno de los articuladores principales.
Para colmo, Trump pretende “llevarse bien” con Putin que es
la “bestia negra” de los neoconservadores, el lobby pro Israel, Benjamín
Netanyahu y el CMIS, pues la intervención rusa en Siria en favor de Assad, más
la formación de la alianza entre estos dos actores con Irán, Irak y el
Hezbollah, ha impedido la realización de los planes de balcanización y
partición de Siria, con la consiguiente deposición (y posible asesinato) de
Bashar Assad; además de que Putin en dos ocasiones ha evitado que Estados
Unidos, los neoconservadores y sus aliados rusos y ruso-israelíes
(principalmente los llamados oligarcas), arrastren a Moscú a guerras en Georgia
(en donde la agresión georgiana fue detenida por el ejército ruso, por el
conflicto en Osetia del Sur en 2008); y
en Ucrania, después del golpe de Estado contra el presidente Yanukovich en
2014, que permitió a Estados Unidos y la Unión Europea imponer un gobierno
subordinado a sus intereses, y que estaba dispuesto a acabar militarmente con
la resistencia de las provincias del Este, de mayoría étnica rusa, lo que Putin
evitó otra vez; primero logrando la anexión pacífica de Crimea, y después apoyando
a las regiones de Donetsk y Lugansk contra la agresión ucraniana, hasta
alcanzar un intermitente cese al fuego.
Es por ello que los neoconservadores, el CMIS y el lobby pro
Israel están dispuestos a financiar a cuanto candidato puedan (Marco Rubio, Ted
Cruz, y del lado demócrata Hillary Clinton), o a inventarlo (Michael Bloomberg,
Paul Ryan), e incluso tirar la candidatura de Trump en la misma convención
republicana de Cleveland, con tal de detenerlo.
En las redes sociales se comienza a hablar de que Trump
debería cuidarse de “accidentes” o “locos” que pudieran hacer peligrar su vida.
Ello a pesar de que Trump ha manifestado su vehemente rechazo
al acuerdo con Irán (lo que es un elemento fundamental dentro de la estrategia
neoconservadora, del lobby pro Israel y de Netanyahu); mantiene su indeclinable
apoyo a Israel (con la pequeña diferencia de que en el conflicto con los palestinos
sería “neutral”; otro anatema para Netanyahu y el lobby pro Israel, que
demandan absoluta sumisión estadounidense a Israel en ese tema); y recordemos
que su hija mayor está casada con un acaudalado miembro de la comunidad judía
neoyorquina, y ella misma se convirtió al judaísmo (algo que por cierto casi
ningún “gentil” está autorizado a hacer, a menos claro que sea hija de un
multimillonario estadounidense).
Así, en los próximos meses los neoconservadores, el lobby pro
Israel, el gobierno de Benjamín Netanyahu y el CMIS, se juegan buena parte de
su futuro, pues el conflicto en Siria sigue caminando en favor de los intereses
estratégicos de Rusia, Siria e Irán, ya que el cese de hostilidades está
afectando más a los grupos terroristas apoyados por la coalición anti-Assad,
que a la coalición liderada por Rusia e Irán; así también, las elecciones
presidenciales en Estados Unidos siguen planteando la posibilidad de un triunfo
de Trump, con lo que los objetivos de los neoconservadores y de Netanyahu podrían
verse obstaculizados por varios años; y si a ello se le suma el fortalecimiento
que todo esto brinda a Putin internamente, con lo que bien podría reelegirse en
el 2018, podría detener por completo, y quizás hacer retroceder los planes de
balcanización del Medio Oriente; de consolidación de una globalización
económica, pero principalmente financiera, salvaje; y de crecimiento
ininterrumpido de los presupuestos militares.
De ahí que la desesperación puede llevar a neoconservadores,
lobby pro Israel, Netanyahu y CMIS a realizar acciones más arriesgadas: nuevas
provocaciones a Rusia para llevarla a situaciones límite; inicio de otro tipo
de conflictos para alimentar el escalamiento militar, como con Corea del Norte;
el resurgimiento de “ataques terroristas” en capitales de Occidente; e incluso
un posible magnicidio, que favorezca los intereses de estos actores. Y todo
ello pondría nuevamente a la paz mundial en entredicho.
[1] http://www.informationclearinghouse.info/pdf/The%20Zionist%20Plan%20for%20the%20Middle%20East.pdf
[2] https://en.wikipedia.org/wiki/Project_for_the_New_American_Century
[3] https://www.youtube.com/watch?v=3HZ9FZdblrM
[4] https://www.youtube.com/watch?v=Lunyf3haJQg
[5] http://www.datosmacro.com/estado/gasto/defensa/usa
[6]
Ibídem.
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