Elecciones en España: mucho ruido y pocas nueces
Marcos Roitman Rosenmann
LA JORNADA 21 DE DICIEMBRE DE 2015
Nunca en estos 40 años de monarquía parlamentaria los medios de
comunicación han jugado un papel tan determinante en el proceso electoral. Han
condicionado –hasta el extremo de ignorar candidatos, coaliciones, formaciones
políticas e invisibilizar opciones– para favorecer una visión manipulada e
interesada de quienes se jugaban ser alternativa de gobierno. En este sentido
ninguno de ellos constituye una amenaza para el sistema. Los cuatro están de
acuerdo en lo fundamental y gozan del beneplácito de los empresarios, la banca
y las instituciones europeas, más allá de los discursos estridentes.
Por hacer memoria. En el plazo de un año de vida
Podemos ha pasado de promover el sí a la renta básica, el
impago de la deuda, la salida del euro, la nacionalización de las compañías
eléctricas, las telecomunicaciones, la banca, los transportes, el sector
sanitario, a un no sin paliativos. Ya no defiende la
jubilación a los 60 años y se suma a la reforma laboral del PSOE y del PP.
Asimismo, del no a la OTAN pasa a
un sí. Igualmente, de rechazar las empresas de trabajo temporal a
reconocer su valía. Y en política internacional no ha sido menos su
transformación. No es de extrañar que el presidente de la Cámara de Comercio y
la presidenta del consejo de administración del Santander señalen que no hay
por qué temer a Podemos. Ahora ellos mismos han pasado a definirse como nuevos
socialdemócratas, continuadores de la labor progresista de los primeros
gobiernos de Felipe González y Rodríguez Zapatero.
En otro orden de cosas, tampoco habíamos asistido a
una mentira construida para hacer creíble un discurso falaz y maniqueo:
presentar la realidad política de España como un sistema bipartidista,
imperfecto, pero al fin y al cabo bipartidismo. En España nunca ha existido tal
situación; cuestión diferente es la existencia de partidos hegemónicos, Partido
Popular y Partido Socialista. Ambas organizaciones, en momentos determinados,
han conseguido la mayoría absoluta, lo cual les ha permitido gobernar en
solitario.
No es lo mismo partidos hegemónicos que
bipartidismo. Mientras uno de los dos partidos gozó de la mayoría absoluta,
aplicó la política del rastrillo. Así aprobaron recortes, la guerra del Golfo,
privatizaciones, rescates bancarios y concesiones de soberanía y seguridad, sin
olvidar las leyes mordaza y de restricción a las libertades
ciudadanas.
Sin embargo, cuando tal situación no se ha
producido, Partido Popular y PSOE han sido obligados a pactar, negociar, llegar
a acuerdos y construir legislaturas abiertas y con coaliciones de coyuntura.
Para estos fines han servido las minorías vasca, catalana, navarra o partidos
regionales con uno o dos diputados.
La situación que hoy se presenta como novedad no lo
es tanto; la diferencia estriba en la emergencia de nuevos actores que sustituyen
a otros o, mejor dicho, expresan nuevas voluntades, que en nada suponen
desestabilizar el régimen, más bien lo apuntalan. Bien es cierto que parte de
los votos de los partidos hegemónicos han ido a parar, mayoritariamente, a sus
hermanos de sangre: Podemos, con respecto al PSOE, y Ciudadanos, en relación
con el Partido Popular. En este sentido los datos son elocuentes: con 96.2 por
ciento de los votos escrutados, según cifras oficiales del Ministerio del
Interior, el PP logra 123 diputados y el PSOE 90. Entre ambos conservan 50 por
ciento de los votos emitidos, el equivalente a 13 millones de votos de los 25
millones que acudieron a las urnas (73.6 por ciento de participación).
Por otro lado, Ciudadanos alcanza 13.9 por ciento,
3 millones y medio de votos, y 40 diputados; Podemos se sitúa con 12.6 por
ciento de los votos y 42 diputados. Constituye una manipulación mal intencionada
concederle como suyos los diputados electos pertenecientes a las coaliciones de
las cuales forma parte junto con movimientos sociales y partidos de izquierda.
Anove, en Galicia; Compromis, en Valencia, e Izquierda Unida, Iniciativa, PSUC
e independientes, en Cataluña. Lo cual no supone desconocer un porcentaje mayor
si fuese posible desagregar a quienes votaron a Podemos dentro de las
coaliciones. En otras palabras, no todos los diputados electos de estas listas
pertenecen a Podemos.
Lo cierto es que el mapa electoral se rediseña y un
gobierno de coalición se advierte como resultado de la fragmentación del voto.
Pero no será viable a cuatro bandas. Se intuye una legislatura inestable, a lo
cual hay que agregar una hipotética convocatoria de elecciones anticipadas a
medio plazo. Salvo sorpresas de última hora, acuerdos a tres bandas, entre los
cuatro primeros más votados, se antojan improbables. Unos y otros han mostrado
su reticencia bien a Podemos, al Partido Popular o Ciudadanos. Recordemos que
el congreso lo conforman 350 diputados, situándose la mayoría para formar
gobierno estable en 176 curules.
La casi desaparición de la izquierda política en el
parlamento, por el descalabro de Izquierda Unida, acosada por una campaña
espuria llamando al voto útil para traspasarlo a Podemos y el PSOE, le hace
perder 800 mil votos. Ayer, con dos diputados, alcanza 3.7 por ciento de los
votos. Unión Progreso y Democracia (UPD) desaparece. La que sí mantienen su
fuerza con altos y bajos es la derecha vasca y catalana. El voto nacionalista
se decanta mayoritariamente hacia el PNV, Ezquerra Republicana y la nueva
derecha salida de la ruptura de Convergencia y UPD, con el proyecto
independentista.
En conclusión, mucho ruido y pocas nueces. No habrá
crisis de régimen, gobiernos de izquierda, cambios constitucionales de gran
calado o un cuestionamiento de lacasta. Ahora se antoja un tiempo de espera en
el cual, lo más probable, será una restructuración de los dos grandes partidos
hegemónicos bajo la atenta mirada de Estados Unidos, la Troika y
el Ibex 35.
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