Andrés Manuel
López Obrador (AMLO) está determinado en trasformar al país (ha denominado su programa
de gobierno como la Cuarta Transformación, después de la Independencia, la
Reforma y la Revolución), en su período de gobierno (le quedan 5 años con 8
meses), eliminando la corrupción, implantando una austeridad “franciscana” en
el gobierno, recuperando la seguridad para la población mexicana, aumentando el
crecimiento económico respecto al logrado las últimas tres décadas y media; y
redistribuyendo la riqueza a través de una batería de programas sociales y
obras de infraestructura en todo el país.
Tan
ambicioso plan lo tiene que realizar de manera pacífica (a diferencia de las
tres transformaciones pasadas en las que se inspira, que implicaron guerras
civiles que destruyeron buena parte del país y que en las dos últimas,
desalojaron a las élites dirigentes del poder); conviviendo con la subclase
política que ha gobernado las últimas tres décadas y media, junto con los
principales beneficiarios de las políticas implantadas (oligarcas y clases
medias altas); en un sistema político-económico infestado de corrupción y
entrelazado con grupos y prácticas cotidianas del crimen organizado; y además,
inserto en la zona de influencia de la principal potencia económica y militar
mundial, que no espera otra cosa de su vecino del Sur, más que un permanente
vasallaje y subordinación a sus directrices.
López Obrador
ha debido transigir con las élites locales y con la potencia hegemónica,
manteniendo los principales elementos del modelo económico prevaleciente; esto
es, la inserción voluntaria de México en la estructura económica-financiera de
Occidente, a través de su aceptación del liderazgo económico de Estados Unidos;
su integración a la red mundial de tratados de libre comercio y a los organismos
financieros internacionales; así como a las redes de financiamiento
internacional, que determinan al capitalismo contemporáneo.
Internamente
ha aceptado la estructura oligárquica prevaleciente, en donde las grandes corporaciones
nacionales y sus socios trasnacionales, dominan ampliamente el mercado interno
y los vínculos económicos internacionales del país.
Y como
piedra de toque de todo ello, AMLO ha señalado que no pretende modificar en lo
absoluto la autonomía del Banco de México, institución encargada de mantener
bajo control la creación monetaria del país, siguiendo las directrices de los “mercados
internacionales”; así como fuera del alcance del gobierno, las reservas
internacionales (que se encuentran en Nueva York; y las reservas de oro en
Londres), que sólo pueden ser utilizadas para las funciones que los banqueros
centrales del mundo establecen de manera independiente, desde el Banco de Pagos
Internacionales (cuya sede está en Basilea, Suiza).[1]
El
capitalismo mundial, en su fase actual, está determinado por la preeminencia
del capital financiero, cuyo objetivo es la acumulación de la riqueza en una
minoría plutocrática, a través de la reproducción monetaria y de instrumentos
financieros, sin correspondencia con la producción real de la economía mundial.[2] Por ello, en el centro del
sistema están los bancos centrales y el sistema financiero internacional, que
mueve los capitales sin restricciones alrededor del mundo, en busca de retornos
inmediatos.
Y por el otro
lado está el proceso acelerado de automatización y robotización de la economía,
que está provocando un creciente desempleo y por lo tanto, menores ingresos
para la mayoría de la población de los países desarrollados y de las
economías emergentes, que ya no se pueden integrar a los sectores más dinámicos
y productivos de la economía.[3]
AMLO se
enfrenta a un cambio de paradigma en la economía internacional en donde la
preeminencia no es la creación de empleos para que se generen ingresos, y con
estos la economía funcione; sino una economía de élites en la que se producen,
a muy bajo costo, con la automatización y la robótica, los productos y
servicios que esas élites necesitan[4]; y un mercado de capitales
que se reproduce exponencialmente, alejándose cada vez más de la economía real,
dominado por minorías que sólo buscan retornos muy elevados, en el menor tiempo
posible.
La base
social que le dio el triunfo electoral a López Obrador en el 2018 es la
población que ha quedado desplazada y marginada de la nueva economía, vinculada
a los centros capitalistas de Occidente (y en menor medida a China, que
constituye un modelo capitalista alternativo, en donde la producción industrial,
agrícola, el desarrollo de infraestructura y de tecnología de punta en los sectores
de telecomunicaciones, informática e inteligencia artificial, compite con el
modelo de Occidente); y por lo tanto, exige una salida a su situación, mediante
políticas públicas que recuperen la capacidad productiva local y regional en
materia agrícola, comercial e industrial, y que permita hacer viable la reproducción
social y económica a esos sectores de la población.
Por lo
tanto, López Obrador se encuentra en medio de la realidad brutal del capitalismo
contemporáneo, y toda la super estructura político-legal-militar que le
acompaña, que presiona para mantener dicho modelo en el país; y, por el otro,
la población que lo apoya políticamente y que espera un cambio de paradigma, en
el cual el gobierno sirva de elemento dinamizador de un modelo de desarrollo
que responda a las necesidades de empleo, ingreso, educación, salud, etc. de la
mayoría de los habitantes del país, que han quedado marginados del patrón de
desarrollo prevaleciente en el capitalismo contemporáneo.
López Obrador
está tratando de responder a su base social con numerosos programas que
intentan generar empleo, ingreso y en general, empoderamiento de esa población,
lo cual implica redireccionar los recursos del Estado para ello. Algo que más
temprano que tarde va a generar la respuesta económica, política y electoral,
no sólo de las oligarquías locales vinculadas a los centros capitalistas de
Occidente, sino de la misma potencia hegemónica, que no va a permitir que el
modelo económico que prevalece en su zona de influencia, pueda ser erosionado
con políticas públicas que no embonan con dicho patrón de acumulación
capitalista.
De hecho,
las políticas públicas que intenta impulsar López Obrador para integrar al
desarrollo a amplios sectores de la población, tendrían una mejor coincidencia
con el modelo chino, que siendo un modelo de expansión capitalista también,
está basado en el desarrollo de las fuerzas productivas en los distintos
sectores de la economía, y no exclusivamente en la creación
de riqueza a partir del sector financiero, ni tampoco privilegia únicamente el
desarrollo de la tecnología; sino que también busca desarrollar políticas
públicas que creen empleo para su vasta población (es el país más poblado del
mundo). Por lo que AMLO bien podría tender, en el mediano plazo, a replicar
ciertos planes y programas parecidos a los que China ha desarrollado, lo que lo
enfrentaría a los Estados Unidos y sus aliados internos, que se han puesto como
prioridad, detener y hacer fracasar la influencia y el crecimiento del modelo
chino en el mundo.
[1]
El Banco sólo tiene otras dos oficinas de representación fuera de Basilea, una
en Hong Kong y la otra, precisamente en la ciudad de México. Y el director
general del Banco es el expresidente del Banco de México y ex secretario de
Hacienda mexicano, Agustín Carstens. Los fundadores del Banco (1930) fueron el
agente de la banca Rothschild y en ese entonces director del Banco de
Inglaterra, Montagu Norman y el entonces Ministro de Finanzas de la Alemania
nazi, Hjalmar Schacht. https://es.wikipedia.org/wiki/Banco_de_Pagos_Internacionales
[2]
https://www.lavanguardia.com/economia/20180711/45825381426/deuda-mundial-riesgos-instituto-internacional-de-finanzas.html
[3]
https://www.nacion.com/opinion/foros/automatizacion-empleo-y-destruccion-de-la-demanda/JNWDJTEMBBEBJMDOTHRVIUYLFI/story/
[4]
Basado en cadenas de producción trasnacionales, para aprovechar menores costos
de producción, impuestos y regulaciones ambientales. Así como en la
monopolización de los recursos naturales que esas cadenas de producción requieren.
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