Golpe de Estado híbrido y
asimétrico contra Venezuela
Marcos Roitman Rosenmann
La guerra
contra Venezuela ha subido un peldaño en la planificación de los golpes de
Estado. Hasta hoy, en América Latina, asistimos a una variedad de quiebres
constitucionales bajo el manto protector de los Estados Unidos. Acciones
encubiertas, ejércitos mercenarios, invasiones, asesinato político o
magnicidio. Cualquier estrategia ha validado sus delirios de dominación
planetaria. En este plano, Estados Unidos no puede emprender con garantías una
guerra global, sin el control de materias primas. América Latina es su arsenal
particular. Níquel, litio, cobre, petróleo, gas. La existencia de una
plutocracia y elite política sumisa le cubre las espaldas. Se convierten en los
ejecutores materiales del golpe de Estado.
Si el
triunfo inesperado de las izquierdas pone en entredicho su control, el
dispositivo entra en liza. Sociedades dependientes tecnológica, militar e
industrialmente con 70 por ciento de las importaciones provenientes de Estados
Unidos, son un blanco fácil. Estrangular la economía, provocar
desabastecimiento, mercado negro e inflación es tarea simple. Basta con pedir
el pago por adelantado de las importaciones para vaciar las arcas públicas y
provocar una crisis inflacionaria. Asimismo, patrocinar el abandono de
multinacionales del territorio y cerrar sus filiales acaba desangrando la
economía. La falta de repuestos, productos de primera necesidad, pasta de
dientes, jabón, papel higiénico, medicamentos antes en abundancia, desaparecen
del mercado. Un discurso señalando como responsables al gobierno y una guerra
sicológica multiplican por mil la escasez. Levantar una economía alternativa
cuesta mucho, y a corto plazo los visos de éxito son escasos. Proceso
desestabilizador, estrangulamiento de la economía, ruptura de las fuerzas
gubernamentales concluyen llamando a las fuerzas armadas al golpe restaurador.
La tarea
de provocar la caída de los gobiernos populares en América Latina se asignaba a
la alianza interna cívico-militar. Hoy el factor exterior se estrena como
determinante y articulador del golpe de Estado. Países extranjeros y un
personaje irrelevante es proclamado presidente interino. Sin control del
territorio, sociedad a la cual gobernar, instituciones a la cual administrar,
ni las fuerzas armadas, en definitiva sin poder, es elevado a la presidencia.
Hoy, en Venezuela, no se trata de derrocar un gobierno legítimo. El objetivo
final, no es restaurar la democracia, es desintegrar el país para que Estados
Unidos pueda seguir su afiebrada marcha por el control del mundo, cuyas miras
están en el gigante asiático que le amenaza: China.
Estados
Unidos, Brasil, Canadá, países de la Unión Europea, la OEA y el grupo de Lima,
actúan de lanzadera para legitimar un golpe de Estado desde el exterior. La
mentira, la manipulación informativa, los factores emocionales y sicológicos
cobran un papel fundamental. Se trata de romper los apoyos al gobierno hasta
hacerlo caer. Es la articulación de un orden paralelo. Hacer creer que nos
hemos instalado en un poder dual. Pero ni la OEA ni la Unión Europea han
logrado la unidad para ratificar al golpista. Sólo 16 de sus 34 miembros apoyan
el discurso de Almagro. México y Uruguay, entre otros, han preferido mantener
la dignidad, negándose a reconocer el gobierno de facto. Donald
Trump y Jair Bolsonaro, presidentes considerados un peligro para la democracia
representativa, la paz mundial y regional se rescatan por un sector de
la comunidad internacional, para legitimar el golpe en Venezuela. En
España, los medios de comunicación, partidos políticos, gobierno y oposición se
hacen eco para justificar el apoyo a los alzados. No es un golpe de
Estado argumentan. Así le dan el estatus de interlocutor válido. ¿Cuáles
serán las consecuencias? No se engañen, serán como en Paraguay, Honduras o
Brasil: el asesinato político, la pérdida de espacios democráticos y el exilio.
El discurso de odio, venganza y represión política son las cartas del
autoproclamado presidente. Ya lo han demostrado con las guarimbas. Decenas de
asesinatos políticos, entre cuyos responsables se encuentra Leopoldo López.
Venezuela sufre la cólera de un conglomerado golpista mundial donde están la
socialdemocracia, liberales, conservadores y el complejo
industrial-financiero-militar. El diálogo no entra en sus planes, ni la paz, ni
las elecciones, sólo el derrame de sangre. En Venezuela, el punto de inflexión
fue el rechazo a firmar los acuerdos para configurar un calendario de diálogo y
elecciones entre gobierno y la oposición (MUD) celebrado en República
Dominicana. Prestos a firmar, el gobierno republicano de Donald Trump desautorizó
a los negociadores. Así, renunciaron a la soberanía. Llenos de odio, desprecio
a las clases trabajadoras, acabaron articulados a una estrategia de muerte bajo
el mando de Estados Unidos y banderas extranjeras. En España, el presidente de
gobierno, Pedro Sánchez, acompasado por los medios de comunicación, junto a los
dirigentes Casado, Rivera, Iñigo Errejón, Pablo Iglesias, Manuela Carmena o el
ex vicepresidente del PSOE Alfonso Guerra, tal loritos repetidores califican al
presidente Nicolás Maduro de dictador. No asumirán responsabilidades secundando
un golpe de Estado, una invasión o una potencial guerra civil. Ellos se lavarán
las manos. La sangre será del pueblo venezolano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario