Las élites
estadounidenses están embarcadas en una estrategia muy riesgosa, enfocada a
evitar que su hegemonía mundial, que creían asegurada después de la
desaparición de la Unión Soviética en 1991, se les siga escapando de las manos,
con la creciente presencia económica china y la reafirmación de Rusia como competidor
en materia militar.
No por nada,
los directores de las agencias de inteligencia de Washington se la han pasado insistiendo
que ambos países constituyen la principal amenaza para los Estados Unidos[1], dejando por fin en
segundo plano, el que fue por casi dos décadas el principal peligro a su
seguridad, es decir los grupos terroristas islámicos.
El gobierno
de Donald Trump ha decidido llevar al punto máximo de presión (todavía no está
ahí) la relación con China y Rusia, lo que se conoce como “brinkmanship”[2], esto es, casi al borde de
la confrontación militar; con objeto de situarse en una posición negociadora
ventajosa.
Con
China, ha aplicado una guerra de aranceles y medidas de persecución judicial y
bloqueo comercial contra empresas chinas de tecnología, con el fin de disminuir
el déficit comercial que Estados Unidos tiene con el país asiático; detener,
hasta donde sea posible, el reto tecnológico de los chinos en informática,
inteligencia artificial y robótica, poniendo trabas y hasta persecución legal
contra las principales corporaciones chinas (principalmente Huawei, que busca
el liderazgo en el lanzamiento de la red 5G); y, bloquear el crecimiento chino
en el mercado estadounidense y en el de sus principales aliados (Europa y Asia-Pacífico).
De la misma
manera, intenta contraponer a la estrategia china de expansión comercial,
industrial, financiera, y de comunicaciones y transportes, conocida como “Nueva
Ruta de la Seda”, una estrategia con India, Japón y Australia en la región
Indo-Pacífico[3].
Sostiene también
su alianza político-militar y el apoyo al régimen de Taiwán; así como su presencia
militar en el Mar del Sur de China, desafiando la postura de Beijing de
construir islas artificiales en dicho mar, con el objeto de reclamar derechos
soberanos sobre una gran parte de los recursos naturales de esa zona.
En Africa,
la enorme penetración del capital chino ha llevado a Estados Unidos (junto con
Francia e Israel) a aumentar su presencia militar y política en el continente,
para contrarrestar la influencia de Beijing, pero cobijando dicha presencia con
la lucha antiterrorista[4].
En América
Latina, la estrategia de Estados Unidos ha sido apoyar política y
económicamente a las oligarquías locales para derrotar electoralmente, o a
través de golpes de Estado “blandos” a los gobiernos progresistas que se
opusieron a Washington en la primera década y media del presente siglo; y que
ahora han sido sustituidos en la mayoría del continente por gobiernos aliados
de Washington (Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Paraguay, Perú. Honduras, Ecuador).
En la mayoría de estos países el capital chino había estado incursionando de
manera constante, pero la derechización de los nuevos gobiernos y su
alineamiento con Estados Unidos hace prever un menor crecimiento de la
presencia china en la región y hasta un retraimiento.
Ante el
éxito de Washington en su estrategia de recuperación del control de su “patio
trasero” latinoamericano, ahora se ha lanzado con mayor agresividad a eliminar
los últimos bastiones anti Washington en la región; señaladamente Venezuela, en
donde China ha hecho inversiones y préstamos importantes; y ya ha anunciado
abiertamente que sus siguientes objetivos de cambio de régimen serán Nicaragua,
Cuba (con todo el peso histórico que la isla tiene en la historia de las
relaciones de la región con Estados Unidos) y Bolivia.
Con Rusia,
la relación se ha deteriorado por iniciativa estadounidense, desde el momento
mismo en que Vladimir Putin no aceptó que Estados Unidos y Occidente en general,
expandieran su área de influencia económica, política y militar hasta las
fronteras mismas de Rusia, ni que apoyaran provocaciones de países adyacentes a
Rusia (Georgia en 2008, Ucrania en 2014).
De la misma
forma, la decisión del Kremlin de apoyar a su aliado en Siria, Bashar el Assad,
para no ser depuesto por los mercenarios y terroristas pagados y organizados
por Occidente, Israel y las monarquías sunnitas del Golfo Pérsico, propiciaron
una rusofobia histérica en las élites estadounidenses, al punto de la
autoflagelación, al inventar una supuesta intervención rusa en las elecciones
presidenciales de 2016 (y posteriormente en las legislativas de 2018), con el inventado
objetivo de ayudar a la elección de Donald Trump y para erosionar la democracia
estadounidense.
La realidad
es que Rusia, al reafirmar su papel como potencia militar y geopolítica que
debe ser tomada en cuenta; y negarse a aceptar la extensión de la influencia
occidental hasta sus fronteras, se convirtió en un obstáculo mayúsculo para los
planes hegemónicos de Washington y sus aliados; que se han puesto como objetivo
volver a subordinar y humillar a Rusia, tal como lo hicieron después de la caída
de la Unión Soviética, durante el des gobierno del dipsómano Boris Yeltsin.
De ahí la
catarata de sanciones económicas contra Rusia los últimos 5 años; las
permanentes acusaciones contra Moscú por supuestos envenenamientos a exespías
rusos; o “ataques” a aviones comerciales; o intervención, ya no sólo en las
elecciones de Estados Unidos, sino de prácticamente todo el mundo; o de “ataques
cibernéticos” en distintos países, principalmente Estados Unidos, etc.
El objetivo
es mantener cercado y bajo constante presión al gobierno de Putin, no solo para
disminuir su margen de maniobra internacional; sino para alimentar un creciente
descontento interno en su contra, que eventualmente pueda llevar a un cambio de
régimen en Moscú.
Ahora Washington
ha anunciado que desde mañana suspenderá sus obligaciones dentro del Tratado de
Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio[5], aduciendo que ha sido
Rusia la que ha violado dicho tratado, y esgrimiendo también que las
restricciones establecidas en el acuerdo sólo eran aplicables a ambas
potencias, dejando al resto de países fuera de dichas obligaciones, lo que lo
hace obsoleto.
La verdadera
razón es que el gobierno de Trump quiere llevar a un nivel todavía mayor la
carrera armamentista con Rusia, con objeto de imponer una carga tan elevada a la
economía rusa, más las sanciones que Estados Unidos y Occidente le vienen
aplicando desde hace un lustro (desde la anexión de Crimea), con objeto de
quebrar a la economía rusa (repitiendo la estrategia que aplicó Reagan en la
última etapa de la Guerra Fría con la URSS). Y al mismo tiempo, creando un
nuevo sector dentro de las fuerzas armadas estadounidenses, relativo al espacio
exterior (un ámbito que había sido explícitamente prohibido por Naciones Unidas,
para usarlo con fines militares), con la intención de obligar al Kremlin a
expandir sus gastos en esta área, tal como lo hizo también en su momento
Reagan, con su fantasiosa “Guerra de las Galaxias” en los años ochenta del siglo
pasado.
A todo lo
anterior se suman las sanciones y las amenazas de guerra de Washington contra
Irán en Medio Oriente y Venezuela en América del Sur, en donde el objetivo es
lograr cambios de régimen favorables a Estados Unidos (y en el caso iraní, a
Israel y Arabia Saudita); y al mismo tiempo, controlar las enormes reservas
petroleras de ambos países, para tener el dominio del mercado mundial de hidrocarburos.
Tal cantidad
de conflictos y compromisos autoimpuestos de la potencia hegemónica le está
obligando a replantearse su presencia en algunas zonas, como Siria y
Afganistán, en donde sus coaliciones han sido derrotadas, por lo que su
presencia en ambos países resulta inútil. De ahí que lo lógico sería que el
retiro de tropas de ambos países no generara mayor discusión, pero los “halcones”
del complejo-militar-industrial-de seguridad, los grupos de presión
identificados con Israel y Arabia Saudita; los gobiernos de estos dos últimos
países y los neoconservadores que dominan el Congreso[6] y la política exterior y
de seguridad nacional del gobierno estadounidense, han iniciado una histérica
campaña para que eso no suceda, y es muy probable que logren su objetivo.
Toda una
estrategia mundial, que pretende mantener la hegemonía estadounidense a como dé
lugar, deteniendo el crecimiento e influencia en materia económica y
tecnológica de China; y la presencia geopolítica y estratégica de Rusia, que
está elevando las tensiones entre las superpotencias a niveles muy peligrosos,
y que en cualquier momento podría llevar a un mal cálculo que pueda desatar la
Tercera (y última) Guerra Mundial.
[1]
https://www.infobae.com/america/eeuu/2017/12/18/donald-trump-anuncio-su-nueva-estrategia-de-seguridad-nacional-eeuu-primero/
[3]
https://www.lavanguardia.com/politica/20171113/432861198822/indo-pacifico-lo-que-implica-el-termino-preferido-de-trump-para-asia.html
[4]
https://www.elconfidencial.com/mundo/2018-07-17/guerra-secreta-eeuu-africa-mas-implicados-letales_1590561/
No hay comentarios:
Publicar un comentario