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Zapata

viernes, 1 de febrero de 2019

ESTADOS UNIDOS Y SU DETERIORADA HEGEMONÍA, PONEN EN RIESGO AL PLANETA

Las élites estadounidenses están embarcadas en una estrategia muy riesgosa, enfocada a evitar que su hegemonía mundial, que creían asegurada después de la desaparición de la Unión Soviética en 1991, se les siga escapando de las manos, con la creciente presencia económica china y la reafirmación de Rusia como competidor en materia militar.
No por nada, los directores de las agencias de inteligencia de Washington se la han pasado insistiendo que ambos países constituyen la principal amenaza para los Estados Unidos[1], dejando por fin en segundo plano, el que fue por casi dos décadas el principal peligro a su seguridad, es decir los grupos terroristas islámicos.
El gobierno de Donald Trump ha decidido llevar al punto máximo de presión (todavía no está ahí) la relación con China y Rusia, lo que se conoce como “brinkmanship”[2], esto es, casi al borde de la confrontación militar; con objeto de situarse en una posición negociadora ventajosa.
Con China, ha aplicado una guerra de aranceles y medidas de persecución judicial y bloqueo comercial contra empresas chinas de tecnología, con el fin de disminuir el déficit comercial que Estados Unidos tiene con el país asiático; detener, hasta donde sea posible, el reto tecnológico de los chinos en informática, inteligencia artificial y robótica, poniendo trabas y hasta persecución legal contra las principales corporaciones chinas (principalmente Huawei, que busca el liderazgo en el lanzamiento de la red 5G); y, bloquear el crecimiento chino en el mercado estadounidense y en el de sus principales aliados (Europa y Asia-Pacífico).
De la misma manera, intenta contraponer a la estrategia china de expansión comercial, industrial, financiera, y de comunicaciones y transportes, conocida como “Nueva Ruta de la Seda”, una estrategia con India, Japón y Australia en la región Indo-Pacífico[3].
Sostiene también su alianza político-militar y el apoyo al régimen de Taiwán; así como su presencia militar en el Mar del Sur de China, desafiando la postura de Beijing de construir islas artificiales en dicho mar, con el objeto de reclamar derechos soberanos sobre una gran parte de los recursos naturales de esa zona.
En Africa, la enorme penetración del capital chino ha llevado a Estados Unidos (junto con Francia e Israel) a aumentar su presencia militar y política en el continente, para contrarrestar la influencia de Beijing, pero cobijando dicha presencia con la lucha antiterrorista[4].
En América Latina, la estrategia de Estados Unidos ha sido apoyar política y económicamente a las oligarquías locales para derrotar electoralmente, o a través de golpes de Estado “blandos” a los gobiernos progresistas que se opusieron a Washington en la primera década y media del presente siglo; y que ahora han sido sustituidos en la mayoría del continente por gobiernos aliados de Washington (Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Paraguay, Perú. Honduras, Ecuador). En la mayoría de estos países el capital chino había estado incursionando de manera constante, pero la derechización de los nuevos gobiernos y su alineamiento con Estados Unidos hace prever un menor crecimiento de la presencia china en la región y hasta un retraimiento.
Ante el éxito de Washington en su estrategia de recuperación del control de su “patio trasero” latinoamericano, ahora se ha lanzado con mayor agresividad a eliminar los últimos bastiones anti Washington en la región; señaladamente Venezuela, en donde China ha hecho inversiones y préstamos importantes; y ya ha anunciado abiertamente que sus siguientes objetivos de cambio de régimen serán Nicaragua, Cuba (con todo el peso histórico que la isla tiene en la historia de las relaciones de la región con Estados Unidos) y Bolivia.
Con Rusia, la relación se ha deteriorado por iniciativa estadounidense, desde el momento mismo en que Vladimir Putin no aceptó que Estados Unidos y Occidente en general, expandieran su área de influencia económica, política y militar hasta las fronteras mismas de Rusia, ni que apoyaran provocaciones de países adyacentes a Rusia (Georgia en 2008, Ucrania en 2014).
De la misma forma, la decisión del Kremlin de apoyar a su aliado en Siria, Bashar el Assad, para no ser depuesto por los mercenarios y terroristas pagados y organizados por Occidente, Israel y las monarquías sunnitas del Golfo Pérsico, propiciaron una rusofobia histérica en las élites estadounidenses, al punto de la autoflagelación, al inventar una supuesta intervención rusa en las elecciones presidenciales de 2016 (y posteriormente en las legislativas de 2018), con el inventado objetivo de ayudar a la elección de Donald Trump y para erosionar la democracia estadounidense.
La realidad es que Rusia, al reafirmar su papel como potencia militar y geopolítica que debe ser tomada en cuenta; y negarse a aceptar la extensión de la influencia occidental hasta sus fronteras, se convirtió en un obstáculo mayúsculo para los planes hegemónicos de Washington y sus aliados; que se han puesto como objetivo volver a subordinar y humillar a Rusia, tal como lo hicieron después de la caída de la Unión Soviética, durante el des gobierno del dipsómano Boris Yeltsin.
De ahí la catarata de sanciones económicas contra Rusia los últimos 5 años; las permanentes acusaciones contra Moscú por supuestos envenenamientos a exespías rusos; o “ataques” a aviones comerciales; o intervención, ya no sólo en las elecciones de Estados Unidos, sino de prácticamente todo el mundo; o de “ataques cibernéticos” en distintos países, principalmente Estados Unidos, etc.
El objetivo es mantener cercado y bajo constante presión al gobierno de Putin, no solo para disminuir su margen de maniobra internacional; sino para alimentar un creciente descontento interno en su contra, que eventualmente pueda llevar a un cambio de régimen en Moscú.
Ahora Washington ha anunciado que desde mañana suspenderá sus obligaciones dentro del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio[5], aduciendo que ha sido Rusia la que ha violado dicho tratado, y esgrimiendo también que las restricciones establecidas en el acuerdo sólo eran aplicables a ambas potencias, dejando al resto de países fuera de dichas obligaciones, lo que lo hace obsoleto.
La verdadera razón es que el gobierno de Trump quiere llevar a un nivel todavía mayor la carrera armamentista con Rusia, con objeto de imponer una carga tan elevada a la economía rusa, más las sanciones que Estados Unidos y Occidente le vienen aplicando desde hace un lustro (desde la anexión de Crimea), con objeto de quebrar a la economía rusa (repitiendo la estrategia que aplicó Reagan en la última etapa de la Guerra Fría con la URSS). Y al mismo tiempo, creando un nuevo sector dentro de las fuerzas armadas estadounidenses, relativo al espacio exterior (un ámbito que había sido explícitamente prohibido por Naciones Unidas, para usarlo con fines militares), con la intención de obligar al Kremlin a expandir sus gastos en esta área, tal como lo hizo también en su momento Reagan, con su fantasiosa “Guerra de las Galaxias” en los años ochenta del siglo pasado.
A todo lo anterior se suman las sanciones y las amenazas de guerra de Washington contra Irán en Medio Oriente y Venezuela en América del Sur, en donde el objetivo es lograr cambios de régimen favorables a Estados Unidos (y en el caso iraní, a Israel y Arabia Saudita); y al mismo tiempo, controlar las enormes reservas petroleras de ambos países, para tener el dominio del mercado mundial de hidrocarburos.
Tal cantidad de conflictos y compromisos autoimpuestos de la potencia hegemónica le está obligando a replantearse su presencia en algunas zonas, como Siria y Afganistán, en donde sus coaliciones han sido derrotadas, por lo que su presencia en ambos países resulta inútil. De ahí que lo lógico sería que el retiro de tropas de ambos países no generara mayor discusión, pero los “halcones” del complejo-militar-industrial-de seguridad, los grupos de presión identificados con Israel y Arabia Saudita; los gobiernos de estos dos últimos países y los neoconservadores que dominan el Congreso[6] y la política exterior y de seguridad nacional del gobierno estadounidense, han iniciado una histérica campaña para que eso no suceda, y es muy probable que logren su objetivo.
Toda una estrategia mundial, que pretende mantener la hegemonía estadounidense a como dé lugar, deteniendo el crecimiento e influencia en materia económica y tecnológica de China; y la presencia geopolítica y estratégica de Rusia, que está elevando las tensiones entre las superpotencias a niveles muy peligrosos, y que en cualquier momento podría llevar a un mal cálculo que pueda desatar la Tercera (y última) Guerra Mundial.


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