Escuchar a
Donald Trump durante casi 25 minutos (más de una cuarta parte del tiempo de su
discurso ante el Congreso) alabar, defender y presentar como una víctima (lo de
siempre) a Israel, y señalar al anti-semitismo como la amenaza mayúscula para
los judíos en Estados Unidos y en el mundo, sin tocar siquiera la islamofobia
que existe en su país, las persecusiones a numerosas minorías religiosas en el
mundo, y los actos de racismo que se cometen en todas las latitudes del planeta
y significativamente en Israel, en donde se discrimina y se reprime sin cesar a
la minoría palestina (ya para que mencionar la continua masacre a los
palestinos que protestan contra su brutal encierro en Gaza)[1], resultó aleccionador para
confirmar, una vez más, que la arrogante y decrépita superpotencia es un
vasallo servil de Israel y del poderoso lobby pro israelí estadounidense.
Por su
puesto que Trump mantuvo la narrativa dictada por Netanyahu que el
reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel, sólo es admitir la "realidad" de lo que sucede en esa parte del mundo. Es decir, los derechos
reconocidos internacionalmente a cualquier pueblo pueden violarse impunemente,
pues es la “realidad” lo que cuenta; entonces si se tiene el poder para
cambiarla a la conveniencia de uno, eso se convierte en la ley. Tres siglos de avances
en el Derecho Internacional para detener a las guerras de agresión y conquista,
que han ocasionado las peores masacres y desgracias a la humanidad, Trump los
ha tirado a la basura, por órdenes de su amo Benjamín Netanyahu, con objeto de
asegurar que la expansión continua de los ilegales asentamientos de los colonos
sionistas se mantenga inalterada; y de la misma forma, pronto se le ordenará a
Trump que reconozca formalmente (pues de facto ya lo ha hecho), la “soberanía”
israelí sobre las Alturas del Golan, que en la guerra de agresión de 1967
Israel le robó a Siria.
Así también,
siguió con su histérica narrativa anti iraní y más pronto que tarde, los
neoconservadores pro israelíes que manejan a su antojo la política exterior y
de agresión (no de defensa) de Estados Unidos, lograrán su objetivo de iniciar
una guerra contra Irán, con las devastadoras consecuencias que eso tendrá en el
mundo entero.
Resultó
cómico y patético ver a Trump casi pedirles de favor a sus amos israelíes, que
tienen conquistado al Congreso estadounidense, terminar la guerra en Afganistán
y poder retirar los 2000 soldados que tiene en Siria, pues sólo generan costos
en dinero y vidas humanas, sin que efectivamente puedan cambiar la realidad
(esa que tanto aprecia Trump) en el terreno, donde los talibanes y los sirios
(con sus aliados) han derrotado a los estadounidenses y sus mercenarios y
terroristas.
Pero es casi
seguro que Trump no podrá retirar a las tropas de esos dos países, pues su amo
Netanyahu ya ha dicho que eso no conviene a Israel, y sólo lo que conviene a Israel
es lo que hace la decadente superpotencia que una y otra vez es humillada
públicamente y cae de rodillas ante sus amos israelíes.
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