Como buen
lacayo de Estados Unidos, Luis Videgaray formó a México con los subordinados
países del Grupo de Lima para desconocer los resultados de las elecciones
presidenciales en Venezuela y llamar a consultas a su embajadora en ese país.
Es el
descaro completo que un país como México, en donde los fraudes electorales son
cosa de todos los días; en donde tan sólo el año pasado el actual gobierno de
Peña Nieto realizó sendas elecciones de Estado, en Coahuila y el Estado de México,
utilizando ilegalmente una enorme cantidad de recursos públicos para apoyar a
los candidatos oficiales; comprando el voto, realizando descarados fraudes en casillas
rurales, en donde la oposición no pudo tener representantes; y de plano
aceptando la autoridad electoral el rebase del límite en los gastos de campaña
en el caso del candidato oficialista en Coahuila, y aún así dándole la
victoria.
Ya para que
hablar de los fraudes descarados en las elecciones presidenciales de 1988, 2006
y 2012 que por supuesto los muy pudorosos estadounidenses no vieron, ni se
atrevieron a criticar.
El gobierno
mexicano actual y los dos últimos (panistas), han provocado una de las crisis
de derechos humanos más graves en la historia reciente del mundo, con 33 mil
desparecidos, más de 300 mil desplazados por la violencia; más de 25 mil
asesinatos por año; creciente cifra de feminicidios, homicidios de defensores
de derechos humanos, periodistas y candidatos a puestos de elección popular.
Si tan
indignados están esos farsantes del Grupo de Lima y sus patrones de Estados
Unidos y Canadá, entonces México debería ser sancionado con la misma o más
severidad que el gobierno de Maduro, pues no cumple con prácticamente ninguno
de los estándares internacionales exigidos por los organismos internacionales
en materia de democracia y derechos humanos.
Pero qué va,
si Videgaray, con tal de salvar lo que pueda del fracasado neoliberalismo
mexicano; a su jefe Peña, a su amigo Meade y a él mismo, está dispuesto a
desechar la soberanía nacional y los principios rectores de la política
exterior mexicana. Esos principios que según los jilgueros de Televisa, como
Leo Zuckerman, ya no sirven para nada.
Cada vez
resulta más lamentable ver al grado de lacayismo y subordinación en el que ha
caído la tecnocracia “mexicana”, convertida desde hace décadas, en la dirigente
de la diplomacia mexicana, que ahora es sólo una patética sombra de lo que fue
hace más de 6 ó 7 décadas.
El embajador
Jorge Palacios Treviño recuerda en un escrito la validez de la Doctrina Estrada
(enunciada el 27 de septiembre de 1930, por el entonces Secretario de
Relaciones Exteriores de México, Genaro Estrada): http://archivo.diplomaticosescritores.org/obras/DOCTRINAESTRADA.pdf
“La Doctrina Estrada es una de las aportaciones más valiosas
de México al Derecho Internacional, y quizá la más famosa, pero es poco
conocida y, por ello, se le interpreta de diversas maneras; de ahí que unos la
alaben y otros la denigren; que algunos digan que México la aplica y otros que
no. En consecuencia, estimo que puede ser útil referirse aquí a lo que
considero que es la Doctrina Estrada, así como a las opiniones que sobre ésta
han externado destacados internacionalistas mexicanos. En la Doctrina Estrada
se pueden distinguir dos partes: la primera, que es la principal, es un rechazo
de la práctica de reconocer o no los gobiernos que llegan al poder por un medio
que no es el previsto en la Constitución respectiva pues de esa práctica se han
aprovechado algunos gobiernos poderosos para obtener ventajas de los países
débiles. México, al igual que otros países de este continente, la sufrió –entre
otras ocasiones-, como secuela de la Revolución de 1910 y eso fue lo que indujo
al Gobierno Mexicano a tomar la posición contenida en el comunicado de la
Secretaría de Relaciones, del 27 de septiembre de 1930, al que se le dio
posteriormente el nombre de Doctrina Estrada en homenaje a su autor, don Genaro
Estrada, entonces Secretario de Relaciones Exteriores. Esa primera parte de la
Doctrina, tiene como fundamento el principio de la libre determinación, es
decir, el derecho que tienen los pueblos para “aceptar, mantener o sustituir a
sus gobiernos o autoridades”, -como lo señala la propia Doctrina-, derecho que
no depende de que uno o más gobiernos lo reconozcan; por ello -continúa
diciendo la propia Doctrina-: “México no
se pronuncia en el sentido de otorgar reconocimientos, porque considera que
ésta es una práctica denigrante que, sobre herir la soberanía de otras
naciones, coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores puedan ser
calificados en cualquier sentido por otros Gobiernos, quienes, de hecho, asumen
una actitud de crítica al decidir, favorable o desfavorablemente, sobre la
capacidad legal de regímenes extranjeros”. Este último elemento de la
Doctrina es un corolario del primero y se funda en el principio de la no
intervención, es decir, constituye un rechazo también de las actitudes
intervencionistas de algunos países. ¿Cuál es, entonces, la actitud que asume
el Gobierno Mexicano ante un cambio violento de un régimen de gobierno? La
respuesta a esta interrogante constituye la otra parte de la Doctrina Estrada:
"... el Gobierno de México se limita
a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos, y
a continuar aceptando, cuando también lo considere procedente, a los similares
agentes diplomáticos que las naciones respectivas tengan acreditados en México,
sin calificar, ni precipitadamente ni a posteriori, el derecho que tengan las
naciones extranjeras” para ello. Desafortunadamente, el párrafo anterior se
ha interpretado en el sentido de que la Doctrina Estrada obliga al Gobierno de
México a tomar una decisión sobre el mantenimiento o el retiro de sus agentes
diplomáticos después de la accesión al poder de un Gobierno por medios
irregulares, y que el mantenimiento del agente diplomático significa aprobación
del nuevo Gobierno y su retiro lo contrario; es decir, que implícitamente, lo
reconoce o no aunque en ningún caso se emplee la palabra reconocimiento. A este
respecto, en la ceremonia para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la
Doctrina, el Lic. Alfonso de Rosenzweig-Díaz, entonces Subsecretario de
Relaciones Exteriores expresó: ”Nada más falso y contrario a la letra misma de
la Doctrina Estrada que expresamente rechaza la posibilidad de que los asuntos
interiores de los Estados puedan ser calificados en cualquier sentido por otros
Gobiernos. La confusión quizás provenga del hecho de que Estrada, después de
anunciar una nueva política –‘México no se pronuncia en el sentido de otorgar
reconocimientos’- estimó prudente aclarar que esta nueva política no disminuía
el derecho de legación, es decir el derecho discrecional que tiene México como
Estado soberano de enviar y recibir agentes diplomáticos, de mantener o
suspender relaciones diplomáticas según convenga a sus intereses y a las causas
internacionales con las cuales nuestro país se considera solidario. Así debe
entenderse el ’cuando lo crea procedente’ que usa la Doctrina Estrada -el
adverbio ’cuando’ entendido aquí en las dos acepciones ‘en el caso de que’ y
‘en el tiempo en que’-. Ese tiempo es indeterminado y no guarda necesariamente
relación con el momento en que se produjo el cambio de Gobierno”.
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