Ante los
señalamientos del candidato de la coalición “Juntos Haremos Historia” en el
sentido de que algunos miembros de la cúpula de cúpulas del empresariado
mexicano, el Consejo Mexicano de Negocios, están financiando la “guerra sucia”
en su contra (tal como lo hicieron en 2006), y que hace mes y medio se
reunieron con el candidato de la coalición “Por México al Frente”, Ricardo
Anaya para iniciar negociaciones con el presidente Peña Nieto con objeto de
conformar un solo frente contra López Obrador (AMLO); los que se sienten dueños
de México, han enviado un mensaje directo, a través de un desplegado
periodístico[1],
en el que de manera no tan velada le advierten a AMLO que si los cuestiona,
ataca o se niega a negociar con ellos su posible llegada a la presidencia, no
lo van a dejar gobernar, poniendo en duda la “confianza” de los inversionistas
en el país, sacando sus capitales y dejando de invertir.
En suma, le
están diciendo a López Obrador que debe continuar el mismo esquema de
depredación, expoliación y abuso que los ha hecho inmensamente ricos a lo largo
de décadas, o si no le van a aplicar (junto con sus socios de la tecnocracia
internacional y Estados Unidos), el tipo de sanciones y boicots que han aplicado
a Venezuela, los oligarcas de ese país, en colusión con Washington, la Unión
Europea y las repúblicas bananeras de América Latina, con objeto de doblegar a
los gobiernos bolivarianos, para mantener la explotación y el abuso que tanto
Chávez, como Maduro detuvieron, hasta donde pudieron.
¿Por qué se
reedita la pugna de López Obrador con los principales empresarios del país, a
los que él califica (correctamente) de “traficantes de influencias”; cuando
parecía que comenzaba a disminuir su oposición hacia ellos, al menos al
principio de su tercer intento por llegar a la presidencia?
Hay varios
factores que explican el que López Obrador haya abandonado su “moderación”, que
había sido su estrategia inicial, para no generar la animadversión de los
oligarcas del país, y que llevaron en las pasadas dos elecciones
presidenciales, pero especialmente en la de 2006, a una alianza general de
oligarcas, tecnocracia, PRI y PAN en contra de López Obrador.
AMLO
intentaba dividirlos, al acercar a su campo a algunos miembros de la oligarquía,
o al menos cercanos a ella, como el suegro del dueño de Televisa (Emilio
Azcárraga), Marcos Fastlicht, quien además es un prominente miembro de la muy
acaudalada e influyente comunidad judía del país; a Miguel Torruco, consuegro
del hombre más rico de México, Carlos Slim; Esteban Moctezuma, ex integrante
del gabinete del tecnócrata Ernesto Zedillo y presidente de la Fundación
Azteca, del oligarca Ricardo Salinas Pliego; y, especialmente Alfonso Romo, ex
miembro del grupo de empresarios de Monterrey, quien ha fungido como su enlace
con el sector empresarial.
Sin embargo,
este acercamiento tan inusual de López Obrador con las cúpulas empresariales,
cayó muy mal entre la base electoral del Movimiento de Regeneración Nacional
(Morena), que vio en estos movimientos un retroceso respecto a la postura crítica que
López Obrador había tenido a lo largo de su carrera política, en contra de
estos abusadores y “traficantes de influencias”.
Así también,
el que AMLO invitara a miembros de la subclase política corrupta a ayudar en su
campaña (el grupo de la maestra Elba Esther Gordillo) o a ocupar candidaturas,
sin haber hecho al menos un pronunciamiento de arrepentimiento por haber
colaborado con los gobiernos que han hundido al país (Germán Martínez Cázares,
Gabriela Cuevas, por ejemplo), confirmó a la base “morenista” que López Obrador
estaba “vendiendo” al movimiento, con tal de llegar a la presidencia.
Y el vocero
de esa enorme insatisfacción, que comenzaba ya a expresarse en redes sociales y
en una menor participación en la estructura de promoción y defensa del voto,
fue el escritor Paco Ignacio Taibo II que en diversas intervenciones públicas
criticó estas decisiones y llamó a la base a manifestarse para presionar a
AMLO, con objeto de que no abandonara su posición histórica de defensa de la
población, contra los poderosos.
Por otro
lado, algunos de los grandes “traficantes de influencias” de este país, como
los que acapararon concesiones mineras, tales como Germán Larrea y Alberto
Bailléres, o que simplemente no “tragan” a AMLO y no lo quieren ver en la
presidencia, como su némesis, Claudio X. Gonzalez (Kimberly Clark); Roberto
Hernández (ex Banamex); Alejandro Ramirez (Cinépolis) y Eduardo Tricio (Lala),
decidieron que no lo iban a “dejar pasar”, costara lo que costara, por lo que comenzaron
a financiar la ya conocida “guerra sucia” contra AMLO y a explorar la
posibilidad de conformar un frente electoral “anti AMLO”.
Así, tanto
la presión interna de las bases de Morena para que López Obrador no cediera
ante los oligarcas; como la posición intransigente de algunos de ellos contra
AMLO, llevaron a este a cambiar su posición inicial “moderada”, por una de
crítica más abierta contra los abusos de este grupo de empresarios
poderosísimos.
Ahora que la
pelea está nuevamente abierta, como lo estuvo en 2006 y 2012, entre la cúpula
de los depredadores y expoliadores de este país y un amplio movimiento
político-social que pretende cambiar este sistema económico, para hacerlo menos
desigual y más democrático; es factible que los ataques (incluso físicos)
contra AMLO se intensifiquen, incluso mucho más que en el 2006, lo que puede
llevar este proceso electoral a una situación límite, en la que la violencia o
incluso un posible atentado contra AMLO puedan descarrilar las elecciones,
dando así el pretexto que los oligarcas y la subclase política corrupta buscan,
para la intervención de las fuerzas armadas.
Al PRI y a su
candidato presidencial les queda cada vez más claro que se acerca una debacle,
pues caerán hasta el tercer lugar, con una representación en el Congreso y en
las gubernaturas muy disminuida; por lo que puede resultar su último “salvavidas”
el que la elección se ensucie con violencia, polarización y finalmente un
triunfo “cuestionado”, o al menos con tal cantidad de enfrentamientos
provocados, que para AMLO le sea casi imposible llegar a su toma de posesión de
una manera pacífica (5 meses después de las elecciones); o en todo caso en
medio de una crisis provocada por los oligarcas (retirando dinero del país;
recibiendo el apoyo de Estados Unidos y otros países para generar “desconfianza”
en los mercados, etc.) y de un aumento de la violencia, al dejar Peña y el
gobierno saliente que la criminalidad se desate (todavía más); dejándole a AMLO
un país polarizado, inseguro y en medio de una crisis económica. Y todo ello,
por supuesto, será “culpa” de AMLO. Se le querrá chantajear para que se desdiga
de las políticas y decisiones que afecten los intereses de los oligarcas y de
la subclase política corrupta; y si no, se mantendrá y profundizará la estrategia
del caos, el boicot y las sanciones externas contra su gobierno.
Es la misma
película que ya hemos visto contra Venezuela, Cuba, Argentina cuando la
gobernaban los Kirchner y Brasil, cuando la gobernaba Dilma Rousseff.
Peligrosos
tiempos los que se viven, y por ello el apoyo popular a AMLO tendrá que
expresarse no sólo con votos, sino en las calles, para tratar de prevenir los
impulsos desestabilizadores de las cúpulas política y económica, que durante
décadas han depredado y destruido al país.
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