Se acercan
cada vez más las elecciones del próximo 1º de Julio, y los analistas y
comentócratas señalan que se viene una reconfiguración importante en el sistema
político mexicano[1].
El
crecimiento del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), creado por Andrés
Manuel López Obrador (AMLO) hace apenas 4 años, ha sido impresionante, especialmente
en los pasados dos años, lo que se explica por varias razones: los niveles de
inseguridad y violencia que ha enfrentado la población mexicana en los últimos
12 años ha llegado a niveles intolerables; la corrupción de gobernantes del
PRI, PAN, PRD y PVEM, partidos que han sido los que han gobernado las últimas
tres décadas, ha llegado a niveles de tal cinismo, que ni siquiera la muy tolerante
sociedad mexicana en este delicado tema, ha podido soportar el descaro de estos
políticos y funcionarios públicos corruptos; la impunidad con la que políticos,
criminales y empresarios coludidos con ambos, se mueven arrogantemente en todos
los medios sociales, a pesar de los múltiples y reiterados crímenes que
cometen, ya hartaron a la mayoría de la sociedad; el estancamiento del
crecimiento económico por tres décadas, aunado a una política deliberada de
contención salarial, para los de abajo, pero de acumulación brutal de ingresos para
una minoría de arriba, ya exasperó a una buena parte de la sociedad; y, un sistema
económico consumista, que promueve el individualismo, la satisfacción de los
deseos y los placeres de manera inmediata, la vanidad, el lujo, etc., no se
corresponde con una mayoría social que apenas tiene para vivir y una clase
media que va perdiendo aceleradamente su nivel de vida (“gasolinazos”, estancamiento
salarial, impuestos para los de abajo, devoluciones y “diferimientos” fiscales
para los de arriba, etc.).
Este enorme
enojo e insatisfacción social tiene que dirigirse hacia algún lado, y si bien
los últimos años ha habido protestas y movilizaciones sociales, estas han
resultado infructuosas para liberar la presión existente.
De ahí que
sólo quedan dos caminos, la rebelión armada o intentar una vez más (fracasos en
1988, 1994, 2000, 2006 y 2012) un cambio pacífico, reformista, a través del
sistema político-electoral.
La mayor
parte de la población ya vive una “guerra” cotidiana contra narcotraficantes,
secuestradores, chantajistas, extorsionadores, ladrones, políticos corruptos,
policías coludidas con el crimen organizado, etc. De ahí que lo que menos
quiere ahora es aventurarse a una lucha armada, que muy probablemente no
terminaría en un triunfo ni rápido, ni indoloro; y que como sucedió en Colombia
o Centroamérica, sólo provocaría destrucción, el advenimiento de regímenes
dictatoriales y una permanente desestabilización, que podría extenderse por
décadas.
Por ello, la
única opción que le ha quedado a la mayoría de la sociedad para intentar
cambiar su realidad, es el imperfecto y muy criticado sistema
político-electoral.
El problema
es que dicho sistema ha sido conformado por el mismo grupo de partidos y
políticos que se han beneficiado a través de la corrupción, la colusión con el
crimen organizado y la subordinación a los grandes empresarios y a la potencia
hegemónica (Estados Unidos).
Además, ya gobernaron
a nivel federal (PRI y PAN; PVEM aliado con ambos) desde la alternancia del año
2000, y en el caso del PRD, a nivel local en distintas entidades
(principalmente la Ciudad de México), con los resultados mencionados.
Por lo
tanto, podríamos decir que casi la mitad de los potenciales electores se ha
quedado con una sola opción de cambio real, y que se identifica con el único
político del sistema que lo ha criticado, que lo ha combatido (desde dentro) y
que tercamente ha intentado reformar un sistema político-económico que se pudre
cada vez más, sin que ninguno de sus beneficiarios haga algo por evitarlo.
Ese
político, durante los últimos 18 años, ha sido AMLO, por lo que los altos
niveles de aceptación con los que cuenta a estas alturas de la contienda electoral
(entre 41.5 y 46.7% de las preferencias electorales; contra 26.7 y 31.4% de Ricardo
Anaya; y, 18.4 y 22% de José Antonio Meade)[2] reflejan, más que un
abrumador convencimiento acerca de sus propuestas por parte de diferentes segmentos
sociales, o una firme confianza en él; es la absoluta falta de
representantes políticos surgidos de la ciudadanía y ajenos a un sistema
político-económico estructurado para privilegiar a unos pocos y explotar y/o
ignorar a los más.
Se espera
que después del 1º de Julio el actual partido en el poder, el PRI, quede en un
lejano tercer lugar con entre 15 y 20% de las preferencias electorales; que el
PRD, no consiga más de 5 ó 7% de la votación y aún no se sabe qué sucederá con
el tradicional representante de la derecha, el PAN, que podría obtener entre 23
y en el mejor de los casos 27% de los votos.
Por su parte
Morena, que aún no es un partido estructurado y que se basa en gran medida en
el liderazgo de AMLO, podría llegar a tener entre 35 y 40% de los votos, lo que
lo convertiría en la primera minoría entre los distintos partidos, aunque
algunos encuestadores estiman que podría lograr la mayoría al menos en una de
las dos Cámaras (Mitofsky).
En
principio, un resultado que hundiera de tal forma al PRI, apenas mantuviera en
sus rangos históricos al PAN; que casi condenara a la extinción al PRD, y que
colocara a una nueva formación política como Morena como el partido dominante,
sería sin duda una reconfiguración mayor en el sistema político mexicano.
El problema
con ello no es que los votos que antes dominaban los partidos tradicionales
migren hacia la que en este momento representa la única opción de cambio real
para la mayoría de la población, es decir Morena.
Si no que la
mayoría de los políticos de esos partidos, están migrando también hacia Morena
y esta agrupación, con tal de vaciar a sus contendientes de apoyo, los está aceptando,
con lo que el pretendido “cambio” no parece estarse verificando; ya que no está
formándose un sistema político con gente nueva, joven y/o adulta que se
esté incorporando de la sociedad civil, con objeto de cambiar los objetivos y
las prácticas corruptas, incompetentes y patrimonialistas de la clase política
tradicional.
Lo que
realmente está sucediendo es que los mismos políticos logreros, oportunistas y
corruptos del sistema vigente, ante el repudio social hacia ellos, están
cambiando de “camiseta” solamente; pasándose a Morena, con todo y sus grupos
clientelares, prácticas corporativas e intereses creados; y están siendo
recibidos “con los brazos abiertos” por el pequeñísimo grupo que maneja al
partido de AMLO, pues de lo que se trata en este momento es de ganar la elección;
y por lo tanto, el interés es “sumar” apoyos.
¿Pero qué
pasará una vez terminada la elección? ¿Estos grupos corruptos, clientelares,
corporativistas, no exigirán su “pago”, su retribución por el apoyo dado? Si
efectivamente se les compensa con cargos públicos y posiciones políticas,
entonces el “gatopardismo” se habrá hecho presente y el tan deseado cambio se
habrá ido a la basura.
¿Y si AMLO
decide no retribuirles su apoyo? Bueno pues entonces estos grupos se lo van a
cobrar con sabotajes, boicots, oposición permanente a su proyecto, colusión con
los grandes empresarios y la potencia hegemónica para obstaculizar e intentar
hacer fracasar al gobierno de AMLO, tal como lo hicieron los grupos políticos corruptos
y los oligarcas contrarios a los gobiernos de Rousseff en Brasil, Cristina
Fernández en Argentina, Nicolás Maduro en Venezuela y Rafael Correa en Ecuador.
Así que hay
que preguntarnos si estamos frente a una reconfiguración real del sistema
político, o tan solo es el ya conocido “gatopardismo” de la política mexicana. “que
todo cambie, para que todo siga igual”.
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