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Zapata

sábado, 27 de junio de 2020


ESTADO V.S. CRIMEN ORGANIZADO
Muchas interpretaciones se han realizado en medios de comunicación y por parte de los consabidos “expertos” en el tema de seguridad, sobre el atentado de ayer al secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, Omar García, por parte de integrantes del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
El presidente López Obrador (AMLO) ha insistido en que le dejaron el país muy descompuesto y el aumento de la violencia e inseguridad se debe a los muchos años que los gobiernos neoliberales fueron omisos y/o cómplices de las organizaciones criminales (ahí está la información sobre el involucramiento de Javier Lozano, secretario de Trabajo con Calderón, con el cártel de Sinaloa[1]), por lo que pacificar al país llevará su tiempo.
Sobre el atentado a García Harfuch, AMLO señaló que se debe a la labor que ha hecho el secretario contra esa organización criminal, en especial los golpes que se le han dado a la Unión Tepito, que al parecer está aliada con el CJNG.
Pero también se ha señalado por parte de diversos analistas, que el gobierno de López Obrador ha dado golpes duros a dicho cartel, como la extradición del hijo de Nemesio Oseguera Cervantes (alias el “Mencho”), a los Estados Unidos, el pasado 23 de febrero; así como el congelamiento de cuentas de empresas ligadas al cartel, realizado por la Unidad de Inteligencia Financiera de la SHCP, a cargo de Santiago Nieto.
Estos hechos han llevado a que el CJNG ponga en la mira a diversos funcionarios que han tenido que ver con estos golpes a su organización, por lo que asesinó al juez Uriel Villegas y a su esposa, en el estado de Colima, debido a que ordenó el traslado del hijo del “Mencho”, Rubén, de un penal de Oaxaca, al del Salto, Jalisco, de donde fue extraditado a los Estados Unidos.
El “Mencho” intentó cobrarse las afrentas del gobierno lopezobradorista con el atentado a García Harfuch, que era uno de los blancos escogidos, ya que también estaban como probables objetivos, el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard (por haber firmado la extradición); Santiago Nieto (por el congelamiento de cuentas) y el secretario de Seguridad del gobierno federal, Alfonso Durazo (quien dio a conocer sobre estas amenazas); quien por cierto, recordando alguna frase que en su momento dijo Eduardo Medina Mora cuando era procurador General de la República, afirmó que el crimen organizado no tiene capacidad para retar al Estado Mexicano.
Pero otra interpretación, sobre todo del lado de los críticos del gobierno, es que un atentado de esta magnitud en plena capital de la República demuestra que las organizaciones criminales no le tienen miedo al gobierno y lo están retando directamente.
Así también, el evidente aumento de los hechos de violencia y la inseguridad en todo el país, sería la prueba de que la estrategia para pacificarlo ha resultado ineficaz.
La realidad es que estas dos visiones plantean una confrontación del Estado (sus tres órdenes de gobierno, y la población asentada en un territorio determinado), contra un grupo de organizaciones criminales.
Es una visión de blanco contra negro; buenos contra malos, muy al estilo de los “westerns” estadounidenses.
No es así. El Estado Mexicano ha sido una organización que ha prohijado al crimen organizado desde hace por lo menos 100 años, pues desde sus estructuras no sólo se han protegido y encubierto actividades criminales varias, sino que se ha encargado de promover su desarrollo y de proveer de cuadros a las organizaciones criminales (ahí están los “zetas”, muchos de los cuales fueron antes miembros del Grupo Aerotransportado de Fuerzas Especiales, los “gafes”), que de hecho tienen una relación simbiótica[2] con el Estado.
Sin la protección e impulso de las estructuras gubernamentales, negocios como el contrabando de todo tipo de productos, el narcotráfico y el narcomenudeo, la trata de personas, la venta de armas, el robo de transportes de carga, de comercios, de casas habitación, el secuestro, si bien existirían, su alcance e impacto en la sociedad sería mucho menor que el que tiene en nuestro país.
En México, la “industria” de las actividades criminales (incluidas las facturas falsas, fraudes, piratería, robos de identidad, cibercrimen, etc.), da de comer a millones de personas, capitaliza a miles de empresarios, enriquece a funcionarios públicos, policías, militares, jueces y políticos; y en general se inserta como un sector muy lucrativo de la economía nacional.
Eso no quiere decir que todo el Estado Mexicano esté involucrado en actividades criminales, pero con que un 15 o 20% de los funcionarios y del aparato de seguridad (federal, estatal y municipal) y un quinto de la economía estén involucrados y/o influidos por ellas, es más que suficiente para que el país enfrente de manera permanente los estragos que la realización de dichas actividades y su combate, provocan en la sociedad mexicana.
Si bien López Obrador y su gabinete están realizando acciones contundentes contra algunos grupos de la delincuencia organizada, tales como el CJNG, el cártel de Santa Rosa de Lima en Guanajuato;  y en la ciudad de México, la Unión Tepito, la Anti-Unión Tepito y el cártel de Tláhuac; por otro lado parece seguir el guion de administraciones pasadas (especialmente la de Calderón), pues está dando un trato diferenciado a uno de los carteles, el de Sinaloa (deferencias con la mamá del “Chapo” Guzmán; liberación del hijo del “Chapo” en Culiacán por órdenes del presidente, en un operativo que no fue autorizado por AMLO; se ha dejado tranquilo al líder de facto del cártel, el “Mayo” Zambada); con lo que se cae en la misma situación de siempre, de eliminar la competencia de ciertos cárteles, para favorecer a uno o dos de ellos, con los que se llega a ciertos acuerdos, ya sea para lograr una especie de “pax narca”; o peor aún, para obtener beneficios pecuniarios y apoyo económico y social (en donde tienen presencia los cárteles) en periodos electorales.
De ahí que la simbiosis Estado-organizaciones criminales no se rompe, sino sólo se modifica en beneficio del gobierno en turno, con lo que el problema de fondo sigue magnificándose.
¿Qué hacer?
Moisés Naím, estudioso del fenómeno delictivo en el mundo, da algunos consejos[3]:
“Está claro que, independientemente de cuál sea su organización o su presupuesto, ningún organismo gubernamental de ningún lugar puede luchar contra le ley de gravedad….Interponerse entre millones de clientes desesperados `por comprar y millones de comerciantes desesperados por vender, e impedir que hagan lo uno y lo otro; he aquí lo que pedimos a los gobiernos…Despenalizar algunas clases de comercio ilícito constituye una necesidad pragmática, derivada de una sencilla realidad en la era de la globalización, resulta prácticamente imposible conseguir que todas las fronteras sean seguras durante todo el tiempo”.
Esto quiere decir que para quitar presión presupuestal, política y social a los gobiernos, pragmáticamente ciertas modalidades de comercio ilícito deberían intentar despenalizarse.
Sin embargo, esto sólo aplicaría para algún tipo de contrabando de mercancías y en especial de drogas, pero no para otro tipo de delitos como la extorsión, el secuestro, la pederastia, la trata de personas, el cibercrimen, los fraudes, etc.
Es decir, la gama de actividades criminales es enorme, y por lo tanto, no todo puede ser legalizado o despenalizado.
Por lo tanto, la única forma de combatir, disminuir y acotar las actividades criminales que lesionan a la sociedad en su conjunto y pudren por dentro al Estado (infiltrándolo y corrompiéndolo) tienen que incluir una reforma a fondo del Estado en cuestión.
Esto implicaría que instancias externas a él, no involucradas en actividades criminales, pudieran tomar el control e ir limpiando sus estructuras, de tal forma que la simbiosis con las organizaciones criminales pudiera irse desbaratando, para entonces sí pasar a una etapa de combate a organizaciones externas al Estado, que no están imbricadas en él, y por lo tanto las estrategias de combate al crimen podrían ser mucho más eficaces.
Pero el problema radica en que en una sociedad como la mexicana, con 100 años de estar acostumbrada a convivir, prohijar y hasta admirar la vida criminal, resulta sumamente complicado que sectores de la población y personas honestas que no tienen que ver con dichas actividades, estén dispuestos a arriesgarlo todo para cambiar la situación, sin garantía alguna de que lograran los resultados que se proponen.
Normalmente, acaban siendo los encargados de combatir a la delincuencia los mismos personajes reciclados de gobiernos anteriores, debido a que los pocos honestos que lo intentan terminan muertos o despedidos; y por lo tanto, estrategias y políticas públicas, por muy bien diseñadas que estén para combatir la criminalidad, terminan en manos de personajes que sólo intentan sobrevivir en el puesto, en el mejor de los casos; o que de plano siguen la pauta de aliarse con los criminales (incluso llegando a convertirse ellos mismos, en jefes de bandas y cárteles).
Así, suponiendo que López Obrador y su gabinete no estén involucrados con ningún grupo o actividad criminal (con la duda respecto al cártel de Sinaloa), lo más probable es que sus propuestas y políticas públicas para contener y disminuir la violencia y la inseguridad se queden cortas, ya que la mayor parte del aparato con el que intenta llevar a cabo las reformas (muy tibias) en la materia, es el mismo de siempre, con los mismos vicios y las mismas relaciones peligrosas, de los últimos 30 años, por lo menos.
En suma, la sociedad mexicana, si quiere disminuir significativamente el riesgo que constituye el crimen organizado, tiene que empezar por desvincularlo del Estado; no pretender que son dos entes separados. Y para ello, la sociedad civil organizada tiene que recapturar al Estado en su favor, lo que implica un nivel de organización y de compromiso que en estos momentos, simplemente no existen en nuestro país.


[2] La simbiosis es la asociación íntima de organismos de especies diferentes para beneficiarse mutuamente en su desarrollo vital.
[3] Naím, Moisés; 2006; Ilícito, cómo traficantes, contrabandistas y piratas están cambiando al mundo; Random House Mondadori ; Colombia; 314-315.

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